Por Pilar G. Almansa / @PilarGAlmansa 

 

Una de las realidades más complicadas de asumir por parte del público político es que lo que ocurre en el gobierno de un país está determinado por las relaciones personales entre los líderes de los partidos y sus respectivos equipos. Y eso, a pesar de que es un factor harto conocido por analistas e  historiadores. En el libro de Historia Contemporánea de 3.º de BUP que me tocó estudiar ya se afirmaba que la unidad de Alemania se había conseguido gracias a la personalidad de Otto Von Bismarck. Lo recuerdo porque me sorprendió tener que memorizar ese dato: de repente, entre guerras, fechas y vectores sociales, la personalidad de un señor era crucial para la unificación de un país.

 

La personalidad. Podemos y la retransmisión de su ‘Juego de tronos’ interno (proféticos aquellos DVD’s que le regaló Pablo Iglesias al rey Felipe VI) han empezado una segunda temporada apasionante y, precisamente por ello, tremendamente destructiva con el espacio político que habían construido. Porque se infieren las emociones que hay detrás de cada movimiento, de cada propuesta, declaración o dimisión, o sea, cada uno de los protagonistas está dejando traslucir que tiene personalidad. En una representación, es el espectador el que tiene que sentir, no el actor. De hecho, un actor pendiente de su propia emoción crea antipatía. Por eso, que un político se desnude emocionalmente, o al menos, no oculte su parte emocional, no es garantía de que genere empatía con el público.

 

A diferencia de una acción construida desde la ficción, en la que el autor elige al protagonista (héroe) y, por tanto, con quién ha de identificarse el espectador, hacia quién ha de dirigir su ‘compasión’ (‘éleos’ en la ‘Poética’, de Aristóteles), en la retransmisión mediática de la realidad la construcción del protagonista la realiza cada espectador individualmente y responde a la interacción de varios factores: la narrativa recibida por los medios de referencia de cada persona, su círculo personal e, importantísimo, su ‘afinidad’. También aquí juega, tozudo, el factor humano.

 

Y aquí aparecen varias distorsiones en cuanto a la percepción de la realidad política. Sobre todo, la de Podemos, que son los que introdujeron la emoción en la ecuación de la narrativa de partidos.

 

La primera es que la afinidad con un personaje mediático está construida, como decíamos, exclusivamente desde el espectador. La afinidad, además, para la mayoría de las personas, se detona a partir de signos no verbales: vestuario, lenguaje corporal, timbre de voz y ritmo al hablar, que tenemos asociados a ciertas cualidades de la personalidad (sensatez, inmadurez, inteligencia, soberbia, etc.). Es visceral. El bueno será Pablo o Íñigo no en función de un análisis riguroso de sus movimientos e intenciones, sino en función de quién nos caiga mejor previamente. Y recordemos que al estar mediatizados, no sabemos cuánto hay de diseño en su presentación mediática y cuánto de genuino, en ninguno de los dos.

 

Por otro lado, los humanos tenemos metida en el ADN la narrativa básica protagonista-antagonista. Héroe-villano. Conmigo o contra mí. Si soy afín a X, no puedo ser afín a Y, porque solo puedo ser afín a una cosa. O teatro de texto o performance. O caspa o vanguardia. Y así hasta el infinito y más allá… Podemos nació con una capacidad de control de la narrativa mediática fuera de lo común. No ganaron en las urnas, pero han ganado en los medios durante varios años: eran imbatibles en agenda setting. Y parte de su éxito era la fórmula corifeo + coro: Pablo y los demás, y en ese ‘los demás’ estábamos todos. Éramos los protagonistas y teníamos claro cuál era el antagonista: los de arriba. En cuanto dentro de Podemos ha empezado a haber personajes individuales que querían ser corifeos, la fórmula ha dejado de funcionar.

 

Y aquí viene la tercera gran distorsión: Podemos nos quiere contar por qué ya no funciona. Y da igual cuánto se expliquen, cuánta racionalidad, argumentos, cartas, motivos… quieran superponer a lo que todo el mundo piensa: ha habido un choque de personalidades. Hemos llegado a ese momento en el que cada movimiento de cualquiera de los ‘personajes Podemos’ es interpretado siempre en función de lo que el que interpreta quiere que signifique. Pablo está dolido, Íñigo es un traidor, Íñigo está cogiendo las riendas, Pablo está obsoleto, este movimiento matará a Podemos, este movimiento era lo que necesitábamos para revivir… ¿Análisis? No. Afinidades. Intuiciones. Incluso deseos. Cada giro de guión, cada declaración pública, lo único que hace es hundir un poco más a Podemos en el lodazal de la narrativa protagonista-antagonista.

 

Porque, por encima de todo, lo que más escucho (y espero que sea útil pensar sobre ello), lo que más indigna es que esto se haya convertido en un tema personal. En que dos amigos que fundaron un partido se peleen por llegar al poder. En que uno de ellos haya cambiado a su amigo por su novia. En que el otro aproveche las ausencias del primero para dar golpes sobre la mesa. En que ninguno parezca haber valorado con objetividad lo que implicaba cada movimiento, o lo que iba a implicar, no para ellos, sino para todos. Eso es lo que no se perdona. Eran nuestros corifeos, y nosotros el coro. Ahora somos público y ellos actores. Podemos ha pasado de la tragedia griega al drama realista. Nadie perdonará que hayan mostrado su psicología individual.

 

Como público, queremos que en la narrativa del poder quede claro que los que toman decisiones lo hacen desde la racionalidad. En ‘¡Huy!’, de John Lanchester, también se habla de esa idea, referente a la Bolsa. Lanchester nos lanza la pregunta: ¿de verdad creéis que el conjunto de personas que manejan la economía financiera se sientan delante de un ordenador, con absolutamente todos los datos encima de la mesa, estudian qué hay detrás de cada producto, realizan una valoración sosegada y objetiva de los pros y contras de cada inversión, de sus consecuencias sobre la economía productiva, y en función de eso compran o venden? No. En realidad alguien de confianza les llama y les da un soplo, o tiran de intuición, o hacen lo mismo o lo contrario del que tienen enfrente… La diferencia entre los agentes económicos, otros partidos políticos (en los que hay familias, traiciones, juego sucio, chantajes… mucho más discretos, pero los hay) y Podemos es que estos últimos han pecado de transparentes. Mostrar el lado humano cuando había un ‘nosotros’ era bonito. De hecho, esa fue la gran herramienta de Podemos: conseguir que de nuevo existiera un ‘nosotros’. Ahora que ese ‘nosotros’ parece estar desintegrándose, en Podemos se está representando una actualización de ‘Macbeth’, y encima gratis…

 

Contar a Podemos desde el drama realista va a continuar, al menos, a corto plazo. La única manera de retomar el control de cómo cuentan su historia es jugando diferente el factor humano. En serio: eso es lo que pide el público.