Por Pilar G. Almansa / @PilarGAlmansa

 

A los de la cultura nos cuesta muchísimo sacar la basura al contenedor. Mientras nos pasamos la vida comprometidos con la justicia en Cualquierilandia, denunciando explotaciones de la última reencarnación de los empresarios con puro o sufriendo en el escenario las miserias de la humanidad, la idiosincrasia de nuestra ¿industria? hace harto complicado que le peguemos un buen meneo y tiremos de la manta. Porque, como en todas partes, aquí hay habas, están cocidas y se siguen cociendo. 

Recordemos que el otrora omnipotente Natalio Grueso está en prisión preventiva por emisión de facturas falsas y malversación; que el fraude de las entradas de cine para cobrar subvenciones lleva renqueando desde 2015, como poco; que el ministro de Cultura más fugaz de la historia dimitió por facturar a través de una empresa lo que eran beneficios personales; es más, que su amiga González-Sinde le excusó poco después, porque, según decía, “es tributar, en un régimen o en otro, pero es tributar”… ¿Observan algo en común? Sin intención de justificar o salvar a nadie, la basura de la cultura huele mucho a  contabilidad y muy poco a musas.

Ahora que todos somos un poco más honrados (o eso me gusta creer) gracias a la profunda catarsis que ha supuesto la crisis, es hora de que empecemos a revisar nuestras propias incongruencias fiscales y, por ende, morales. Es, cuando menos, preocupante que seamos un sector con una autovaloración ética tan elevada, y que, sin embargo, seamos capaces de convivir con chanchullos de diverso calibre en la contabilidad, las formas jurídicas, los mecanismos de cobro, etc… Y no vale solo con llorar lágrimas de precariedad, ni con generar arte a pesar de todo, como si fuera un destino inexorable: la auténtica valentía consiste en mirar de frente a la legislación y al sistema tributario, y si no tiene sentido, exigir su cambio; en mirar hacia los lados y no permitir irregularidades; en mirar hacia arriba, sobre todo, y demandar que los que sí tienen la posibilidad de cambiar las cosas o dar ejemplo se comprometan no solo en las galas de premios, sino también en la declaración de Hacienda.

Porque, seamos francos, todos caeríamos, uno detrás de otro, sin remedio, si a día de hoy tuviéramos que rendir cuentas… y es tan hermoso seguir creando. Estamos entrampados: somos prisioneros éticos de nuestra pasión. Algo tenemos que hacer, pero también fuera de las tablas, como, por ejemplo, no tener miedo a sacar la basura.