TRAGEDIA, SEGÚN ARISTÓTELES:

“Imitación de una acción grave, completa o perfecta, de cierta medida,

por razonamiento elegante y deleitoso, distribuidos los ornamentos

en sus diversas partes; en forma de acción y drama, y no de narración;

sirviéndose del terror y de la compasión para purificar las pasiones”

 

Por Pilar G. Almansa / @PilarGAlmansa

 

Cuando usted lea estas líneas, entra dentro de lo posible que ya haya ocurrido la repetición electoral. Por lo tanto, es también más que posible que ya sepamos los posibles pactos a los que pueden llegar los partidos, gracias a los pactómetros que desde incluso antes de las propias elecciones se difunden en los medios. Lo que todavía no sabemos es de qué manera vestirán el ‘yo soy bueno, los demás no’ cada uno de los partidos, con qué storytelling renovado aparecerán tras sus resultados.

 

Y es que la lucha por el relato, ese arma política que siempre ha estado, si no en la sombra, sí al menos en una zona claroscura, se ha convertido en los últimos meses en el auténtico epicentro de la batalla. Somos aristotélicos, los seres humanos pensamos con historias, y las historias son nuestro marco de decodificación de la realidad. Los asesores de los partidos ya no son tímidos, y tranquilamente exponen sus Españas, cada uno la suya, cada una con su narrativa, que justifique sus medidas; tampoco se cortan en intentar desacreditar al contrario siempre con una enmienda a la totalidad, un desmentido total de su historia, que no es sino un intento de destrucción del marco del contrario para imponer el propio. Eso ocurre en lo referente al país, pero sobre todo, como hemos visto durante las negociaciones PSOE-UP, en lo referente al trato entre ellos mismos.

 

Porque ya se saben personajes de ese gran reality que es la política, un reality que, a diferencia de otros, no tiene un equipo de guionistas coordinado (o, por lo menos, no lo parece), ni un público homogéneo. Cada uno trabaja para satisfacer la narrativa que demandan sus propios espectadores, creando un héroe (en el sentido griego de la palabra) con una hybris asumible, una peripeteia épica y una anagnórisis omitida, preexistente a su ser político, que es la que le ha lanzado a la arena pública para salvarnos a todos.

 

Desencanto es el que sienten (sentimos) muchos al ver que no hay manera de profundizar en el debate público. La pelea por el relato ha degradado la vida política. La dinámica de la enmienda a la totalidad ha embrutecido hasta el extremo las discusiones sobre el bien común. La renuncia a entender o convencer al otro ha rebajado a niveles de preescolar los discursos de casi todos los aspirantes, que ya no tienen que preocuparse de dar explicaciones: con repetir consignas basta.

 

Nadie espera que esto cambie de un día para otro. Es más; casi todo el mundo asume que estamos en una espiral descendente e inevitable, en la que la vida política no es más que un entretenimiento mientras los problemas de verdad se resuelven en el IBEX 35. ¿Será que es este, en realidad, el relato que quieren imponer? ¿Quieren hacernos creer que no se puede hacer nada, excepto ser espectadores de este show? No lo sé, pero por eso ahora, más que nunca, son tan importantes las historias, aprender a generarlas, a cuestionarlas, a comprenderlas, a reentenderlas. Según Aristóteles, la mímesis consiste en reproducir el principio rector de aquello que se imita. ¿No es eso lo más parecido a buscar la verdad? Para eso es para lo que necesitamos historias. Si hace falta pelear por el relato, que no sea para enfrentarlos entre sí, sino para hallar la verdad entre todos ellos.