«Necesitamos críticos que nos ayuden a mejorar como profesionales y que sean una guía para el público»

 

Con cariño, crítica a la crítica

 

Por Pilar Almansa/@PilarGAlmansa

 

A riesgo de meterme en una camisa de once varas de la que jamás pueda salir, creo conveniente que, llegados a este punto pandémico, la gran revisión que tiene que realizar el sector de las artes escénicas incluya también a aquellos que cumplen una función tan esencial como la de la crítica. La razón es muy sencilla: nadie debería estar excluido, ni por omisión ni por miedo, de tener una mirada externa sobre su trabajo. Entiendo que aquellos que se dedican precisamente a ser el ojo avanzado del espectador aceptarán, al menos con curiosidad, una opinión genérica sobre lo que transmiten como conjunto al resto de la profesión.

 

Quizá lo primero que me sorprende de la crítica contemporánea es que hay una cantidad no desdeñable de textos que reflejan cierto desconocimiento (unos más, otros menos) de los procesos creativos y de toma de decisiones dentro de la vida de un espectáculo. Cómo se realizan los procesos de selección para que un espectáculo pase a formar parte de una programación, la relación entre director y equipo artístico, el tiempo disponible para poner en pie un montaje… El público, por supuesto, no tiene por qué saber nada de esto, pero un crítico sí, para no adjudicar responsabilidades, bien sea para elogiar o para denostar, a tal o cual miembro de un equipo. Un crítico debería saber que es imposible que intérpretes, vestuario, escenografía, iluminación y sonido estén bien en un montaje, y la dirección sea mala; también debería saber que al iniciarse un proceso artístico nadie puede conocer cómo va a ser el resultado y, por tanto, no se pueden pedir garantías a la dirección artística; hay críticas que no diferencian entre dramaturgia y puesta en escena, o entre expectativas sobre el montaje y lo que el montaje es…

 

Ese es otro apartado en sí mismo. La función del crítico, en mi humilde opinión, no es hablar de lo que pudo haber sido y no fue, sino de lo que es. El crítico ha de intentar entender el propósito de la obra, la razón por la cual está concebida, y asumir sus reglas del juego; solo desde ahí podrá ser constructivo en su crítica. Permítanme el ejemplo con cine, para no herir sensibilidades: es como pedirle a Star Wars que realice más crítica social, o a Ingmar Bergman que meta más humor. Esas críticas transmiten un referente implacable: la función soñada por el crítico, la que debería ser, a la que les hubiera gustado asistir, esa función ideal que no es la que han visto… esa es la que vale. Para ellos, la realidad no es sino un pálido reflejo de ese teatro ideal. Flaco favor le hacen al sector poblando las redes de textos sobre lo que no existe, abocando a los profesionales a críticas que no les resultan pertinentes (dado que no hablan sobre su trabajo) y al público lo desorientan desde ese lugar sombrío y pesimista en el que nada vale…

 

… aunque también está lo contrario. La crítica hiperbólica, ultraadjetivada, superelogiosa, en la que el entusiasmo parece primar sobre el análisis. Esas críticas, hemos de reconocer, a todos nos encantan, porque van directas al ego y nos hacen sentir importantes. Pero para conseguir un sector saneado, a la larga son igual de poco útiles que las anteriores. Si en Madrid hay simultáneamente en cartel dos docenas de obras maestras, lo más probable es que no haya ninguna. A los profesionales quizá nos agrade mucho más que adjetiven nuestro trabajo con cariño y elocuencia, y por eso nos encantan, pero al público se le inflan unas expectativas que luego no va a ver cumplidas. Pues no, no estaba tan bien tal o cual obra, pero es que a lo mejor en la crítica sobraban metáforas y faltaba análisis.

 

La exhibición de conocimiento es el último de los grandes males. Leer en una crítica todo lo que el que la firma conoce de tal o cual tema, autor, figura histórica o incluso del espacio en el que se representa la función, no deja de tener cierto interés, pero no debería convertirse en el epicentro de un texto analítico. Básicamente, porque no es análisis. Una crítica debería pasar por todos los planos de significación de un espectáculo, comprobar que están acordes a la razón del mismo y entre sí, y dar cuenta de la factura de su materialización y, si me apuras, de la pertinencia del espectáculo en su momento histórico. Lo que el crítico conozca previamente puede aportar o no a la crítica, pero no debería ser, en ningún caso (e insisto, en mi opinión), el motivo fundamental de la misma.

 

No sé si debería estar escribiendo esto, porque a mí hay críticos que me han tratado muy bien, incluso podría afirmar que he tenido un momento muy dulce en el que casi todas las críticas a mi trabajo eran positivas. ¿Qué necesidad tengo de este tipo de exposición? Y quizá este sí que sea el mal que atraviesa la totalidad del sector: la ley del silencio. Necesitamos tratarnos bien entre nosotros, porque somos pocos y debemos llevarnos bien para sobrevivir. Tenemos miedo a las represalias. Pero hay algo mucho más importante que todo esto: la propia supervivencia de las artes escénicas. Eso es lo único que me mueve.

 

Si nosotros, los que nos exponemos en el escenario, debemos estar sujetos a cierto tipo de escrutinio, no me parece menos importante que aquellos que pueden llegar a determinar el recorrido de un espectáculo sean autoexigentes consigo mismos. Un crítico no debe trabajar en función de sus gustos personales, sino en base a un criterio sobre aquello que critica, un criterio que venga configurado por la práctica como espectador profesional, sustentado por el conocimiento profundo de los procesos que atañen a su objeto de escritura, y combinando en su escritura el respeto por los artistas (y por tanto la mesura en sus expresiones) con una valoración más desapasionada y polarizada de aquello que ve. Necesitamos críticos que nos ayuden a mejorar como profesionales y que sean una guía para el público. Ustedes nos piden excelencia: es un trato justo.