«A nivel narrativo es muy parecido ver el siguiente capítulo de ‘Euphoria’ que ver el telediario»

 

2021: season finale

 

Por Pilar Almansa/@PilarGAlmansa

 

“Los marcianos están nerviosos porque les toca salir en marzo y este año hay mucho nivel”: desde que se inició la pandemia, la sensación de que la realidad no es más que una ficción ideada por un equipo de guionistas de su plataforma de streaming favorita está cada vez más extendida. Al cierre de estas líneas, al asalto al Capitolio con un señor vestido de bisonte mientras otro vestido de Batman le esperaba en la puerta ya se le han sumado la gran nevada causada por Filomena (muero por conocer al meteorólog@ que bautizó esta borrasca), la explosión del edificio de la calle Toledo, la gran bola de fuego causada por el meteorito y los terremotos de Granada.

 

No es un fenómeno cognitivo que debamos tomarnos a broma. La comunicación de masas inmediata y mediatizada es el paradigma comunicativo dominante. Es decir: sabemos del acontecer de cualquier evento en cualquier parte del mundo prácticamente en el mismo momento en el que ocurre, pero sin ningún contacto directo, físico, real, con dicho evento. La presentación de estos eventos no difiere mucho de cómo consumimos ficción: de manera inmediata y mediatizada, a la carta y con una prevalencia de lo serial. Digamos que a nivel narrativo es muy parecido ver el siguiente capítulo de Euphoria que ver el telediario, a ver qué pasa con el coronavirus.

 

Esta dinámica es radicalmente novedosa en la historia de la humanidad. Nunca antes la realidad y la ficción se habían entrelazado de esta manera, omnipresente y cotidiana, para tantos ciudadanos a la vez. Claro que la confusión realidad-ficción es tan antigua como la existencia de ambas, ¡cuántos teatros, a lo largo de la historia, han debido de expulsar a espectadores indignados, furiosos o desmayados porque creyeron a pies juntillas lo que les contaban! Pero era una situación puntual, contextualizada, limitada a un tiempo y un espacio: el edificio teatral. La interrelación narrativa entre realidad ficción es prevalente en este s. XXI, está generalizada y carece de límites.

 

Esto desemboca en varias posturas ante el relato sobre la realidad: la negación, ante la posibilidad de que ese relato sea ficticio y la necesidad del individuo de no sentirse embaucado por una mentira; el escepticismo ante la imposibilidad de distinguir qué es realidad y qué es ficción, lo que lleva al individualismo radical; y la credulidad, tanto desde posturas críticas como acríticas. Estas formas de comprender desembocan en la polarización actual,  ¿Dónde queda el teatro en este contexto?

 

Más allá de las respuestas románticas (el espacio del encuentro, de lo carnal, de lo real), las artes escénicas necesitan replantearse cómo se sitúan respecto a este mecanismo narrativo dominante, no tanto porque no quieran participar de él o quieran convertirse en resistencia, sino porque es el paradigma dentro del cual han de plantear sus propuestas. 2021 es la última temporada de una serie de catástrofes de dimensiones apocalípticas: ese es el referente político, artístico y cognitivo dentro del cual tenemos que encontrar un espacio de comunicación con la sociedad y con el público. Deseémonos buena suerte.