Por Celso Giménez

 

Hace unos años encontré el primero de los libros con una lista de las películas que “hay que ver antes de morir”. Es una de esas ediciones que puedes comprar en un lugar como el VIPS. Cuando lo vi era más joven y, seguramente, más impresionable que ahora. La lista era amplia y demasiado comercial para un aspirante a artista como yo, pero igualmente lo compré y lo leí con ansia.

 

Fue un detalle del prólogo lo que me convenció. Uno de los críticos de cine decía que no podían asegurar que esas películas fueran mejores que otras, ni mucho menos que fueran las mejores de la historia, que solamente podían afirmar su convicción de que verlas nos haría tener una vida más feliz.

 

Por muy improbable que esto fuera, aquellas palabras me dieron una clave para comprender algo que no había sido capaz de formular. ¿Por qué gastar una juventud durmiendo en el cine o en el teatro? ¿Por qué pelear con mis amigos por ver antes que ellos aquella película húngara? Quizás simplemente con esas películas sentía algo que me hacía bien, y que además me ayudaba a vivir, me hacían comprender un poco el mundo.

 

¿Podemos convenir, así, rápidamente en estos 2.000 caracteres, que una de las claves para ser feliz es sentirse acompañado y comprendido en este mundo? Si es así, tengo que decir ahora que las películas de Basilio Martín Patino han sido una de las mayores fuentes de felicidad de mi vida.

 

Por arduas y crudas que sean. No las cambiaría por nada y sé que, con suerte, las visitaré de vez en cuando para refrescar y seguir tratando de comprender quién soy, cuál es mi país y cómo vivir en este tiempo que me ha tocado.

 

En Nueve cartas a Berta, en Canciones para después de una guerra o en Queridísimos verdugos, hay tanta verdad y tantos matices, expuestos desde un lugar tan libre, que parece un milagro que pudieran llegar a hacerse en España en medio de la dictadura.

 

Aunque nunca puedas ya leerme, permíteme que te tutee, tengo que darte las gracias.

Gracias, Basilio, por dejarnos tanto, para que podamos seguir escuchándote siempre que lo necesitemos, mientras buscamos extraña y absurdamente la forma de ser felices y de sentirnos menos solos.