Por Celso Giménez (La Tristura)

 

La primera vez que vi Sacrificio de Andréi Tarkovski fue en la Filmoteca de Madrid. Se me quedaron grabados el principio y el final, el nieto y el árbol, y la casa ardiendo. Con 20 años, todo lo que había en medio se me mezcló en la cabeza y me entró como un hechizo. Tarkovski es uno de esos artistas que te atraviesa radicalmente, y que marca un antes y un después en la vida de muchos de los creadores que he conocido. Todos sabemos que es muy difícil discutir sobre asuntos políticos sin que alguien, tarde o temprano, pronuncie la palabra fascismo. Diría que tampoco es fácil hablar de cine sin que aparezca la palabra Tarkovski. Es como Angélica Liddell o Bolaño, siempre se acaban trayendo a la conversación, tienen un poder y un grado de profundidad tan demoledor que es complicado no comparar, aunque sea injustamente, a todos los demás con ellos.

Ahora mismo hay una exposición alrededor del proceso de creación y de rodaje de El Espejo en el Círculo de Bellas Artes, comisariada por José Manuel Mouriño. Es sencilla y emocionante. En ella recuerdan que para rodar esta película, Tarkovski volvió a uno de los lugares de su infancia donde quería rodar y que al llegar a la zona se encontró con que el campo de alrededor había cambiado completamente. Había dejado de plantarse trigo sarraceno y los colores y las texturas eran muy diferentes. Él preguntó a los campesinos del lugar, que le dijeron que esa tierra ya no era buena para ese tipo de cultivo, que no podían plantarlo porque no crecería. Para él era imprescindible replicar ese paisaje en El espejo. Compraron una parte del terreno, plantaron trigo, esperaron unos meses y finalmente creció hasta el punto que necesitaban. Fue entonces cuando empezó el rodaje.

Tarkovski cuenta que fue una enorme alegría, un suceso fundamental para el proceso, signo de que todo iría bien, y dice que realmente no sabe qué hubiese sido de la película si ese trigo no hubiese crecido. Me ha parecido un maravilloso gesto de determinación y de fe, que responde a una suerte de correlación poética extraña: para hacer una película primero tienes que sembrar un campo. Y mientras lo leía he recordado que amo a los artistas que van hasta el final, que no miden ni especulan, que se lían absurda y desesperadamente, esos creadores que arrastran el barco hasta lo más alto de la montaña. Y recordé también que siempre he desconfiado de aquellos que se preguntan si algo “era necesario”. ¿Era necesario ese desnudo? ¿Era necesario que la obra fuese tan larga? ¿Era necesario esperar a que crezca el trigo hasta el punto exacto?

Sospecho que esa no es la pregunta, nada es necesario, para bien o para mal no hacemos pan, se puede sobrevivir sin absolutamente nada de lo que creamos. Sin embargo, y qué os voy a decir si estáis leyendo una revista especializada en artes escénicas, de no haber encontrado a Tarkovski, a Rothko o a Sylvia Plath, mi vida no valdría nada. Con ellos, quién sabe, quizás un poquito sí.

 

Andréi Tarkovski y El espejo. Estudio de un sueño.

Círculo de Bellas Artes. Hasta el 27 de enero.

Durante el mes de noviembre el Cine Estudio Bellas Artes proyectará tres películas de Tarkovski: Stalker, Nostalghia y Sacrificio