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Monólogo, denuncia y rock en ‘Descarriadas’

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

Hay realidades que, injustamente, han acumulado el polvo del paso del tiempo. Pero hay artistas que, afortunadamente, de vez en cuando miran de nuevo esas realidades para que veamos que ni hace tanto ni somos tan distintos. La directora Paloma Rodera ha escarbado en los terribles reformatorios para mujeres del franquismo, que estuvieron funcionando hasta la década de los 80 del pasado siglo. Su investigación tomó forma dramatúrgica gracias a la mano sabia de Laila Ripoll y llega a escena en formato de monólogo rock protagonizado por Luna Paredes. Directora y actriz nos cuentan más detalles.

 

¿Qué era, en la teoría, el Patronato de Protección a la Mujer, y qué era en la práctica?

LUNA PAREDES.- El Patronato de Protección a la Mujer fue una institución creada en 1941, que dependía del Ministerio de Justicia, y que trataba de salvar a mujeres que, según los preceptos franquistas y religiosos, estaban «caídas o en riesgo de caer», es decir, a las supuestas «descarriadas». Con ese fin, en España había censores que captaban a mujeres jóvenes por fumar, beber, salir de fiesta, besarse públicamente o estar embarazadas fuera del matrimonio, entre otros motivos. Después de pasar por los llamados Centros de Observación y Clasificación, se las llevaban a unos supuestos colegios, o reformatorios. Había reformatorios por todo el país, y estaban clasificados en función de la «peligrosidad» de las mujeres. En teoría esta institución servía para ayudar a mujeres. Pero en la práctica esos lugares eran auténticas cárceles donde eran humilladas, torturadas, silenciadas, y donde se les llegaba a robar a los bebés. Aquellos sitios, por lo que se sabe de ellos, eran verdaderos infiernos. Parece de película de terror, pero esto ocurrió en nuestro país. Y lo más escandaloso de todo es que el Patronato de Protección a la Mujer estuvo funcionando hasta 1984, bien entrada la democracia.

PALOMA RODERA.- De hecho se cierra por la muerte (suicidio) de una de las internas. Y ante tal hecho no se puede seguir ocultando y empiezan a cerrarse.

 

¿Por dónde empezó el proceso de investigación? ¿Buscabais testimonios reales o aparecieron sin buscarlos? ¿Cómo los habéis usado, si es que los habéis usado?

PR.- En 2014 conozco estos hechos históricos que pasan en democracia y hasta pocos años de distancia de cuando nací. Como mujer, española, como ciudadana y como ser humano me quedo sin palabras. No puedo creer que teniéndolo tan cerca yo no hubiera nunca oído hablar de ello. Empiezo a leer, busco en hemeroteca y participo de una exposición colectiva sobre la trama de los bebés robados, de la cual estos centros son solo una parte. La exposición se compone de fotografías, vídeos, pinturas, instalaciones… pero siempre he pensado que para poder ver una obra de arte plástico hay que tener una actitud contemplativa y requiere detenerse. Yo había hecho un parón en la escena para poder acabar mi doctorado. Pero después de la exposición se me quedó el tema en la cabeza. Pensé que el mejor modo de contar esta historia era con el teatro. Haciéndolo de carne y hueso. A través de redes sociales entré en contacto con algunas mujeres y ordené las notas de la investigación artística. Paralelamente pensaba en la puesta en escena y después de ver la soledad de estas mujeres -muchas de ellas han seguido con sus vidas, y sus hijos y maridos no saben nada- decido que tenía que ser un monologo. Pasaron tres años hasta que me puse en contacto con Luna y seguimos la investigación juntas. Hicimos más entrevistas. Muy duras. Mujeres de sesenta años con vivencias que aún me ponen los pelos de punta.

Contar con la sensibilidad de Laila en temas de memoria histórica ha sido maravilloso. Y sobre todo, después de ver Cáscaras vacías, supe que quería esa mirada en el proyecto. Aunque Laila tuvo acceso a toda la información de la investigación, ella realizó la suya propia para escribir Descarriadas y el resultado es una ficción basada en hechos históricos, con algunos nombres que salen de hemeroteca. Lo increíble es que cuando uno empieza a leer periódicos está todo ahí. Pero hay que buscarlo y atar cabos.

 

¿Cómo fue el proceso de creación entre directora, autora y actriz: participabais las tres en todo o cada una tenía un cometido?

PR.- El proceso de trabajo ha sido fácil por un equipo tan entregado. Realmente un contrapunto con el tema que ha hecho posible soportar lo duro de los hechos con los que se ha trabajado. La comunicación entre nosotras tres, y también con el resto del equipo, ha sido fluida y constante. Lo que es hoy Descarriadas se ha construido con mucho esfuerzo.

LP.- El proceso de creación ha necesitado de mucho diálogo. Las tres compartíamos imágenes, noticias y textos continuamente. (En realidad, esto lo seguimos haciendo hoy). Luego Laila empezó a escribir el texto y nos iba enseñando escenas que escribía, nos contaba ideas posibles, nos pasó una lista de reproducción con canciones que estaba escuchando, y mientras Paloma y yo trabajábamos en la parte de producción. Una vez estuvo el texto completo, directora y actriz nos pusimos a trabajar sobre él, a darle forma, cuerpo y voz, y buscamos equipo para trabajar en escenografía, iluminación, espacio sonoro y arreglos musicales. El proceso no ha sido fácil porque la historia es muy dura, mucho. Hemos tenido que parar ensayos para llorar. Hemos tenido dudas sobre cómo se podría recibir esto. Pero tenemos un texto maravilloso de Laila, tenemos a gente muy querida y muy cercana dándonos su apoyo, tenemos la suerte de que la respuesta del público está siendo buena, y sobre todo tenemos necesidad de que esta historia se sepa.

 

¿Por qué un monólogo y por qué en formato de concierto de rock? ¿Qué tiene el rock para ser el medio elegido para contar esto?

PR.- Recuerdo que en la primera reunión con Laila le dije que tenía que ser un monólogo, que la protagonista tenía que ser una y todas las mujeres, haciendo ver al espectador la soledad de estas mujeres, que es una de las conclusiones que saqué de la investigación. Ha sido uno de los procesos artísticos más difíciles que he vivido hasta el momento por un tema tan duro. Y a la vez ha sido un proceso precioso de comunicación creativa con todo el equipo. Yo desde las Bellas Artes he tenido siempre una aproximación a lo escénico más híbrida y performativa. El rock lo trajo Laila y es el contexto de los ochenta. En la obra también hay rock sinfónico y en español. Para mí ha sido importante dejar clara la época y el contexto, sobre todo remarcar que esto nace con el franquismo y dura ha bien entrada la democracia. Y la música es parte de ese contexto, es lo que te hace vibrar en la adolescencia.

 

En el tráiler suena una canción de Patti Smith, ¿qué hay de ese espíritu donde lo reivindicativo y lo poético conviven con la rabia?

LP.- Creo que Descarriadas es un poco eso: la reivindicación, la poesía y la rabia conviviendo en una misma historia. Laila cuenta que eso es lo que estaba pasando en la España de los 80: la Movida y la explosión musical y sexual convivían con el silencio y el miedo. Por eso me parece tan inteligente contar esto a través del rock setentero y ochentero. A mí me emociona profundamente que Laila pensara en Patti Smith y en el rock al escribir Descarriadas, no solo porque es la música que escucho y me apasiona, sino sobre todo porque me parece que tiene todo el sentido en este espectáculo. Patti Smith suena a punk, a feminismo, a libertad sexual, a poesía y a reivindicación social, todo en una sola voz. Y escuchar su música me da fuerzas para salir sola a escena y contar esta historia con la dosis de rabia, de poesía y de reivindicación que necesita.

PR.- Para mí es fundamental presentar los hechos y en la puesta en escena hay dos planos, lo que se cuenta al micrófono y lo que se hace sin él. Ha sido un trabajo de presentar lo que pasó sin aditivos. Porque los hechos son tan fuertes que no necesitan intenciones, hablan por sí mismos. Sin embargo, todo lo que se dice, y lo que se canta, al micrófono, permite mostrar esa fuerza y esa rabia que hay en Janis Joplin, en Patti Smith y en una sociedad que vivía una explosión en todos los sentidos, pero que venía de la represión y el silencio. Es el grito de lo que se ha estado callando.

 

Monólogo, denuncia y rock en 'Descarriadas' en Madrid
Luna Paredes y Paloma Rodera

 

¿Qué poso imperecedero os ha dejado y os sigue dejando este montaje? ¿A ti te ha cambiado en algún sentido?

PR.- Desde que empecé a pensar en poner en pie este proyecto en un escenario mi vocación ha sido la de dar a conocer los hechos. He reflexionado mucho sobre el juicio que emitir y he llegado a la conclusión de que no es posible hacerlo. Lo que ha ocurrido ha ocurrido. Y desgraciadamente los actos de violencia nunca son actos aislados. Las heridas las pagan las generaciones posteriores y las cicatrices aún son parte de lo que somos hoy como sociedad. He aprendido que la historia es importante, que no se pueden echar ramales por encima y enterrar situaciones o abandonar hechos en el olvido. Un pueblo tiene que tener memoria y como ciudadanos tenemos que conocer y conocernos para poder entendernos mejor. Como artista me ha reafirmado en la creencia de la responsabilidad que tenemos de comunicar y me ha devuelto a las tablas. He vuelto a tener pasión por contar con las artes escénicas. Como persona he aprendido de lo mejor y de lo peor del ser humano y he conocido ejemplos de fortaleza y valentía donde no pensaba encontrarlos.

 

¿Qué esperáis que le pase al público durante la función y después?

LP.-  No sé si espero algo en concreto, porque me gusta el teatro que cuenta historias y deja que el público se haga cargo de lo que ha vivido en la sala. Durante la función espero simplemente que la gente se deje llevar por la historia, y creo, por lo que dicen quienes han visto la obra, que los espectadores sienten lo que yo misma sentí en el proceso de creación: asombro por conocer que esto ocurrió, rabia al saber que se extendió tanto en el tiempo, emoción por escuchar un testimonio así (aunque la obra sea ficción)… Y ojalá, al salir, el público quiera saber más sobre esta parte de nuestra historia, y busque, y se informe, y contextualice, porque Descarriadas no es teatro documental. Y, claro, más allá de lo inmediato, ojalá esta obra sea una herramienta más para que este tipo de historias no se repitan.

PR.- Creo en un arte con espíritu transformador y comprometido. Un arte para entretener para mí está más cercano al ocio o como decía Lorca a «matar el tiempo». Descarriadas tiene una historia tan desgarradora y unos hechos tan duros como desconocidos que mi única esperanza es la de que se sepan. Y como decía al inicio, creí que las artes escénicas eran el modo adecuado de hacerlo. Por su inmediatez, porque hay un cuerpo de carne y hueso delante al que es mucho más difícil quitarle la mirada que a un cuadro o una fotografía.

 

¿Crees que hay peligro de volver al “tiempo de las descarriadas”? ¿Existe algo parecido hoy en día?

PR.- Después del shock inicial de conocer la historia tan cercana en el tiempo y en el espacio, la siguiente sorpresa fue empezar a ver que esto no solo había sucedido aquí, si no en otros lugares como Irlanda, Argentina… Me preocupan algunos discursos e ideologías que están presentes en pleno siglo XXI y que empiezan a parecerse mucho a los que se leían en los años treinta del siglo pasado. No sé si volverán los tiempos de las «descarriadas» (espero que no), pero por ese motivo es tan importante tener memoria y aprender de la Historia para evolucionar como individuos y avanzar como sociedades sin cometer los errores del pasado.

 

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