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Manuela Barrero y los bichos raros

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

Fotos: Jacobo Medrano

 

Zèbre es el término coloquial francés para decir ‘bicho raro’. También es el título de la nueva pieza de danza de la compañía dlcAos, fundada en 2016 y comandada por Manuela Barrero, que estuvo los 10 años anteriores en el equipo artístico de Losdedae de Chevi Muraday y ahora vuela libre. Inspirada en algunos de los genios más grandes de la cultura y el pensamiento universal, Zèbre, la segunda creación de dlcAos es un canto a la diferencia en un ambiente que se asemeja al interior de una fotografía borrosa. La directora y coreógrafa es Manuela Barrero baila también la pieza junto a Davicarome.

 

¿Eres un bicho raro o has cogido la palabra Zèbre porque sirve también para calificar a personas con una alta capacidad emocional con tendencias melancólicas?

Todos somos un poco bichos raros, ¿no? Todos somos distintos y de eso va Zèbre. Zèbre es el raro, el friki… me gustaba la palabra. Me la encontré en un libro referida a personas con altas capacidades, sí, pero eso no me interesa en realidad. Me gusta el término zèbre porque todos somos un poco cebras, todos tenemos nuestras cosas, nuestras rarezas…

 

Nuestras rayadas…

Eso es. La palabra me latía y la conecté con otros raros de la Historia, que ya no lo son tanto, como Leonardo da Vinci, por ejemplo. Ahora los pensamos como grandes genios, pero las pasaron canutas. A lo mejor nosotros, que ahora las pasamos canutas también, dentro de un tiempo ya no seremos cebras, seremos genios.

 

¿Te identificas con el concepto por no tener a lo mejor ciertas facilidades para hacer lo que quieres hacer de forma digna?

No desde el punto de vista profesional. Me siento una cebra en general, en la vida. Pero es común, todos pasamos por momentos de incomprensión: quieres expresar algo, tienes unas ideas muy claras en tu cabeza y nadie entiende qué te está pasando. Le pasa a todo el mundo todos los días. No es mi incomprensión como individuo de la que hablo, sino de la incomprensión general, de la falta de comunicación, de por qué no nos entendemos. Y esto también va asociado a un estado melancólico. Al final estás triste y no sabes ni por qué, es muy común.

 

¿La tristeza y la melancolía no tienen muy buena prensa?

No, no la tienen. Las consideramos negativas a priori. Parece que tenemos que vivir siempre en estado de explosión, buena energía, y no. El estado de melancolía, de tristeza, es fruto de una emoción más que hay que vivir. A mí me parece muy inspiradora, de la tristeza salen grandes obras y grandes pensamientos. No hay emoción negativa, eso son matices que ponemos nosotros, se trata de cómo canalizas.

 

¿Cuándo empezaste a pensar en crear una pieza con todo este caldo de cultivo?

Como siempre, leyendo. Los libros son mi refugio y mi salvación. Me suele pasar que se me queda algo, en este caso una palabra, zèbre, otras veces es una frase, o un fotograma de una película. No sé a dónde va, pero está ahí siempre y voy tirando del hilo. A mí me saltó zèbre con todo esto de las altas capacidades, pero me lo quise llevar a otro lugar, porque me di cuenta de que el término estaba clasificando, señalando a los raros. Me interesó precisamente para darle la vuelta, para hablar de lo colectivo.

 

Manuela Barrero y los bichos raros en Madrid

 

¿Cómo se construye una pieza de danza a partir de una palabra, cómo se hace movimiento el pensamiento?

El movimiento es una herramienta de expresión más, es abstracto, y un movimiento así solo, sin contexto, no me interesa. Yo necesito contar una historia. El gesto, el movimiento, te lleva a una emoción, pero nunca parto de un movimiento, tengo otras referencias. En Zèbre me interesaba la imagen del melancólico, la iconografía tradicional, grabados de Durero, ese hombre con la mano apoyada en la cara… Zèbre parte de esa foto fija, inexpresiva, con los ojos hacia el suelo. Me interesaba mucho la dirección de la mirada. De ahí nació el personaje de Davicarome, el bailarín que hace el dúo conmigo. Pero él no mira a tierra, curiosamente, porque hay textos que hablan del ser melancólico que mira el cielo estrellado esperando ver la estrella que nunca verá y que sabe que nunca verá. Y luego ella, que interpreto yo, sí mira al suelo (la interpreto yo porque no tengo para pagar a otro bailarín, que si no me quedaba fuera dirigiendo tan ricamente). Los personajes se buscan y se consuelan, es como un circuito energético, un yin yang, como esos árboles cósmicos donde las raíces van al suelo y las ramas al cielo, expandiéndose, siendo parte de lo mismo.

 

Expandiéndose como el universo, como la propia danza contemporánea, cuyos límites son cada vez más difusos, ¿no?

Los límites y las etiquetas siempre están ahí, queriendo eso, limitar diferentes maneras de expresión: dónde empieza la danza, dónde acaba la performance, dónde el teatro… esos límites a mí no me interesan, a mí me gusta bailar.

 

Te gusta pero dices que si pudieras te quitabas un poco de en medio…

Sí, sí, tengo una necesidad ahora mismo clarísima de estar fuera.

 

¿Por físico, por edad…?

Bueno, supongo que todo va un poco unido. Está claro que yo físicamente no puedo hacer cosas que hacía hace unos años, cada día lo noto más cuando estoy trabajando, pero a nivel mental tampoco me apetece, también es un discurso que va un poco con la edad también. A la hora de expresar, esta necesidad ya no se manifiesta como antes, que decía buah, me voy a ir a la sala de ensayo y me voy a poner como una loca y lo voy a sudar todo. No. A lo mejor ahora es más voy a bailar con un bailarín que es la hostia, como es el caso de David, que tiene herramientas a nivel movimiento, tiene un talento impresionante, y que le puedo contar y puedo generar un movimiento que ya mi cuerpo no puede generar.

 

De todas formas, ¿crees que la danza contemporánea ha roto este límite también de la caducidad del bailarín? No hace mucho veíamos a Rui Horta en el Matadero bailando con 60 años, regalándonos una expresión física muy genuina. 

Pero esto es también porque asimilamos la danza al virtuosismo, a un virtuosismo técnico normalmente, cuántas veces giras, cuánto saltas, parece que la emoción que se recibe de la danza es a través de eso, del virtuosismo físico, y yo creo que no, creo que lo que podía transmitir a nivel emocional y a nivel vivencial Horta, no tiene absolutamente nada que ver con una bailarín o una bailarina virtuosísima, talentosísima, de 20 años, son códigos diferentes que a la hora de hacer un espectáculo lo definen, son espectáculos distintos, igualmente válidos. A mí me parece bien que la edad no limite ninguna actividad. Yo tengo 43 años, me subo a un escenario, y voy a contar cosas de alguien que tiene 43 años, con sus limitaciones, poniendo muchas comillas en lo de limitaciones, porque la edad es una herramienta más.

 

Luego están las otras limitaciones, lo de vivir de esto. ¿Cómo haces para levantar un espectáculo en estos tiempos y llevarlo de gira? ¿Está ahí la verdadera limitación?

Y tanto, es más que eso, es la verdadera castración, con mayúsculas, como una casa. Es una locura y no puedo desarrollarlo más porque no tengo ni palabras.

 

Manuela Barrero y los bichos raros en Madrid

 

Tú has estado viviendo y currando en Berlín, ¿seguimos a años luz?

Yo he vivido en Berlín, he bailado en Berlín, pero no vivía de la danza. Lo que sí está claro es que en Berlín hay más posibilidad de exorcizarte. La ciudad ha cambiado mucho, yo hace ya casi 10 años que volví, y aunque no la he dejado nunca del todo (estoy muy unida y nunca he dejado de ir, siempre me escapo cuando puedo), las cosas han cambiado mucho. Cuando yo vivía allí tuve la suerte de vivir los últimos coletazos de una ciudad muy genuina y de una ciudad con buena comunicación entre las personas. Yo siempre cuento que me fui sin conocer a nadie allí y que antes de bajarme del avión ya tenía tres teléfonos. La gente quería hablar, compartir. Y eso es un caldo de cultivo súper rico. Si tú tienes una necesidad de expresar y quieres compartir y el otro también, vale, pues te pones a ello: vamos a hablar, dónde nos sentamos, vamos a buscar un espacio, que es fundamental… y los espacios en Berlín están a patadas, cualquier sitio es un sitio apto para ponerte a trabajar. Luego ya, a nivel institucional es obvio que hay millones de ayudas y de apoyos, desconozco cuál es la política cultural de una manera profunda, pero es que tú caminas por la calle –ahora cada vez menos- y está forrada de opciones, de flyers, de espectáculos de todos los tamaños, de todos los géneros, y eso te dice que hay algo muy vivo. Aquí en Madrid las paredes están llenas de otras cosas, pero no es porque no haya gente que no quiera llenarlas, sino porque nos enfrentamos a muchas dificultades, la primera de ellas política, está clarísimo, sin entrar de lleno en el tema, pero nos está haciendo mucho daño a nivel conciencia, pensamiento, no solamente cultural, sino vital. La danza está resentida, está bastante moribunda bajo mi punto de vista, que eso no quiere decir que no haya muchísima gente peleando mucho.

 

Pero siempre es una pelea, siempre nos referimos a la actividad artística, escénica, como pelea, lucha… y luchar y pelear todo el rato debe cansar mucho al final, ¿no? Al final te rindes o te vencen…

O te inventas otra cosa. Yo prefiero eso, me invento otra cosa. No hay que dejarse vencer nunca, nunca, eso lo último. Si se inicia un proyecto o se está en un proyecto durante mucho tiempo y después muere, hay que inventarse otra cosa, eso es lo único que tenemos que no nos pueden quitar, hay que currárselo mucho, sí, y uno está muy cansado, podemos entrar en modo apatía y es ahí donde te vencen, pero no, si no sale bien dlcAos, inventaremos otra cosa.

 

A ti esta filosofía de vida te ha dado resultado, ¿no?

Hace 10-15 años creo que me construí esta peli que yo me creí y día a día me dedico a recordar esa peli, no me dejo amedrentar, intento ser siempre positiva y siempre agarrarme a algo que a mí me ha dado una base para seguir viviendo lo más alegremente posible, porque si no, nos vamos al carajo. Cuando las cosas se ponen chungas me voy a ese momento, a las bases de algo. Soy muy cabezota, también te lo digo, me tienen que decir muchas veces que no, soy cabezota porque creo que hay que serlo.

 

Zèbre se estrena en el Pavón Kamikaze. ¿Luego?

Luego nada, de momento nada, estamos en el abismo más absoluto. Fin de la respuesta.

 

Fin de la entrevista.

 

 

ZÈBRE

EL PAVÓN TEATRO KAMIAKAZE

Del 4 al 15 de diciembre

 

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