“Estar en un escenario es un gesto de pura comunicación, es un gesto violento. Subir a un escenario es uno de los gestos más radicales que puede hacer un hombre. Ofrecer el rostro es ofrecerse al mundo.”

Romeo Castellucci

 

Por Celso Giménez (La Tristura)

 

Hace unas semanas el equipo de Godot me invitó a escribir una pequeña página mensual en esta revista. Me dijeron que podría hacerlo sobre lo que quisiera. Quizás cine, quizás teatro, sugirieron.

 

Lo sentí como una forma de preguntarme ¿qué está pasando ahora que considere importante y de lo que me sienta medianamente legitimado para hablar? Me pareció sexi. Hoy empezamos.

 

Hace unos días murió Harry Dean Stanton, el actor americano que protagonizó París, Texas. Es posible que sea la obra de arte que más ha influido en mi forma de leer la vida. Hay una escena al final, en la que Harry Dean Stanton habla con Nastassja Kinski por un teléfono interno. Es una cabina de striptease. Él está tras un cristal ahumado, ella no puede verle. Lleva toda la película preparándose para ese momento, nosotros no sabemos bien qué sucede. Y es ahí cuando rompen a hablar, sobre todo él, acerca de los años en los que estuvieron juntos, de quiénes eran cuando eran jóvenes, de por qué no supieron hacerlo mejor. Es una de esas escenas escritas en estado de gracia.

 

En todo el largometraje la palabra se va dando muy poco a poco, hay largas secuencias en las que lo importante es claramente un rostro, el silencio o un estado. Pero en ese momento la palabra entra con toda su fuerza y tu cabeza se rompe.

 

Y ayer, viendo Ensayo de Pascal Rambert, volví a acordarme de esa sensación. De cuando las palabras pueden hacernos sentir brillantes y diminutos al mismo tiempo. De cuando explicarte bien a ti mismo es una destreza y una condena.

 

Pero en Ensayo no hay una economía, ni una aparición repentina de la palabra, está ahí todo el tiempo tratando de agarrarnos y agotarnos. Me estremeció ver cómo en pleno 2017, nos quedamos callados simplemente recibiendo. Escuchando a hombres y mujeres que pelean por comprenderse, manipularse, disculparse y sentirse menos solos, abrumándonos con su lenguaje y su flujo de conciencia.

 

Pablo Iglesias estaba en la fila de detrás. Estuvo callado y atento, como cualquiera, claro. Pero en su silencio comprendí todavía mejor que la escena se está convirtiendo cada día más en un espacio de resistencia. Que es un milagro que en estos momentos sigamos pagando para quedarnos callados, para dejar de dar nuestra opinión y para que pasen cosas delante de nosotros.

 

Pasan cosas delante de nosotros, y hoy creo que son el único motivo para permanecer vivos.