Se monta por fin el texto con el que José Manuel Mora ganó el Premio SGAE de Teatro en 2009, con un grupo de 10 intérpretes que actúan, bailan y hacen música bajo la batuta de Carlota Ferrer. Verónica Forqué, Julia de Castro, José Luis Torrijo, Guillermo Weickert, Cristóbal Suárez, Conchi Espejo, David Picazo, Carlos Beluga, Paula Ruiz y Jorque Suquet habitan un universo que destila mexicanidad y horror, el horror de las mujeres muertas y desaparecidas en Ciudad Juárez.

 

Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer 

Fotos: Sergio Parra

 

La casualidad -si es que eso existe- ha querido que este texto pleno de mexicanidad se estrene el 1 de noviembre, una fecha tan celebrada en el país azteca. De México sabemos que comen picante, que escuchan corridos, que aman la lucha libre o que es una potencia en producción de telenovelas. También sabemos -seguimos tirando de topicazo- que es un país de contrastes, que alguno de sus estados son más bien narcoestados y que en ciertos lugares ser mujer es una “lotería desafortunada”, como dice Carlota Ferrer.

Uno de esos lugares es Ciudad Juárez, ciudad fronteriza del norte, rodeada de desierto, tristemente famosa desde que a finales del siglo XX se empezaron a contabilizar las chicas que desaparecían o aparecían muertas en condiciones execrables. Era tal el horror que se convirtió en un símbolo de la maldad y de la objetualización diabólica del cuerpo femenino, con el agravante de la absoluta impunidad («afrodisiaco de los asesinos») que han disfrutado los responsables, entre los que siempre se ha dicho que están gentes con poder, con mucho poder. El periodista Sergio González Rodríguez se atrevió a investigar a pesar de recibir amenazas y palizas. Volcó sus pesquisas en el libro Huesos en el desierto, que lo mismo que inspiró a Roberto Bolaño su monumental novela 2666, sirvió de acicate para que José Manuel Mora se decidiera a escribir un texto escénico que a la postre se alzaría con el Premio SGAE de Teatro en 2009.

 

Los cuerpos perdidos. La antilotería y el antihéroe en Madrid

«Más de una vez, los funcionarios judiciales habían amonestado a las familias juarenses por ‘faltar a sus obligaciones’ preventivas respeto de las menores. Al dolor por la pérdida de una hija, al registro lacerante de la impunidad e ineficacia policial o ministerial, se había añadido la humillación pública.»
Sergio González Rodríguez. Huesos en el desierto

 

Sobre el texto dijo Ignacio García May por aquel entonces que es “un viaje horripilante a través de una violencia de la que tenemos constante noticia por los medios de comunicación; pero con una particularidad inesperada: el autor se convierte a sí mismo en personaje, en un dudoso protagonista que, visitando la universidad de Ciudad Juárez, se ve de pronto sumergido en el ámbito de las mafias de la droga y descubre que le gusta esa vida; que la violencia forma parte gozosa y perversa de su yo más íntimo”. O sea, José Manuel Mora hizo protagonista al antihéroe, tal vez porque esto nos hará pensar en la maldad intrínseca del ser humano, en lo fácil que puede ser cruzar la raya. Como se dice en el texto, una vez que golpeas la primera vez ya formas parte: buscas, facilitas, engañas, proporcionas, ocultas, cierras los ojos. ¿Cuántas veces cerramos los ojos o miramos para otro lado cuando presenciamos el mal? ¿Eso nos convierte en cómplices?

Esa es la pregunta básica que nos lanzará el montaje de Carlota Ferrer desde un escenario donde conviven los colores saturados del México lindo con la amargura de la sangre y el desierto (escenografía de Mónica Borromello y vestuario de Leandro Cano). “El desierto es lo único que nos sobrevivirá”, repiten los personajes. Ese no lugar de naturaleza agresiva, alumbrado por los faros de los peregrinos que desvían sus caminos hacia el horror. «El mal está en el ser humano -comenta Ferrer-, por eso la obra no propone una mirada arquetípica o maniquea, de buenos y malos, sino que se muestra cómo las pulsiones del miedo o del deseo conducen al mal que está en todos nosotros más o menos controlado. Cada día hacemos algún mal para sobrevivir».

Diez actores y actrices, con Verónica Forqué al frente, diez intérpretes que bailan el vacío y hacen música, en una puesta en escena con el vuelo poético y plástico habitual en Carlota Ferrer, que más que nunca cree que el arte es necesario para dejar la huella que otros quieren borrar. México, país de contrastes, lúdico y terrible, te ama y te mata, vital y adorador de la muerte, una mina de masculinidad tóxica, sí, pero ya sabéis… viva México cabrones.

 

LOS CUERPOS PERDIDOS

Teatro Español

Del 1 al 25 de noviembre