‘Iphigenia en Vallecas’, la obra producida y protagonizada por María Hervás, volverá segura y próximamente al Ambigú del Pavón Teatro Kamikaze, porque conmociona de forma unánime. [entradilla]

 

Por María José Moral / @maijomoral

 

Foto: ©Koke Mayayo

 

 

Llueve en la calle y también en el ambigú del Pavón Teatro Kamikaze. Lluvia ácida, para ser exactos, es lo que cae sobre los espectadores que rodean el escenario. Poco más que sórdido cemento, una valla metálica y un columpio de neumáticos son suficientes para que, de un vistazo, el personal se ubique. Es Vallecas, pero podría ser cualquier barrio a las afueras de cualquier gran ciudad del mundo. Atrapada entre esos pocos elementos, la antiheroína de esta historia, Ifi, arremete en su oratoria contra un público que, dice, está en deuda con ella.

 

Ifi es el ser despreciable que encontraremos al otro lado de la M-30, el borracho, la yonki, la zorra, el panchito,… Forma parte de la escoria que una ciudad mete debajo de la alfombra. Ovejas descarriadas que tienen lo que se merecen. Entonces, ¿qué podemos deberle nosotros a semejante espécimen? ¿Cuál es el sacrificio, que como en el mito griego, hace Ifi?

 

Los que han tenido la oportunidad de disfrutar de este espectáculo redondo ya saben a que se refiere Iphigenia, para los que aún no lo han visto tendrán que confiar en que vuelva a hacer temporada en Madrid, pues las entradas se han agotado cada vez que se ha representado. Y es que Iphigenia en Vallekas está siendo un éxito rotundo. El envoltorio de este montaje, empezando por la fotografía de Cock- Buning y el diseño gráfico de Daniel Jumillas, es tan atractivo que puede llegar a generar cierta desconfianza, cierto temor a encontrar algo vacío porque, a veces, no solo prejuiciamos lo paupérrimo como bien cuenta esta obra, en ocasiones también lo hacemos con lo excelente. La obra supera con creces las expectativas y, no solo está a la altura de lo que se espera, sino que cuenta con todos los ingredientes necesarios para ser un imprescindible.

 

Una sorprendente y superlativa María Hervás construye un personaje sin fisuras que nos hace mover el culo en el asiento en repetidas ocasiones. El espectador se ve arrollado por el molesto y estridente tono con el que nos introduce en la historia, esa impecable prosodia y corporalidad de una choni, nada arquetípica, que solo abandona para dar vida, con el mismo virtuosismo, al resto de personajes. Hay un perfecto equilibrio entre la dureza del personaje y su desolación. Hervás se mueve en el drama como pez en el agua. El viaje que hacemos con ella nos toca, a partes iguales, la conciencia y el corazón, nos lleva de la risa al llanto y de nuevo a la risa. Si algo destacaría de su impecable trabajo es la dignidad que le otorga a su personaje y la verdad con la que nos conquista.

 

El monólogo, dirigido por Antonio C. Guijosa, transcurre apoyado en acciones y signos que dinamizan la narración, el movimiento en escena nos mantiene expectantes, no hay vacíos ni languideces, no hay lugar para el bostezo o la desconexión.

 

Eso se debe, en gran medida, al fabuloso texto de Gary Owen que la propia actriz ha traducido y adaptado, un texto nada pretencioso que transita de la anécdota al retrato social para dar voz a una oprimida por partida doble, mujer y pobre. Pero no se alarmen los que vean con tedio la cuestión de género o el teatro político, nada de panfletario encontrarán en este montaje, solo contemplarán la cruda e injusta realidad; la de una mujer condenada a la mala suerte cuando suerte es sinónimo de dinero. A Ifi se le niega el trabajo, se le niega el amor, se le niega incluso la maternidad. Sin embargo, la nobleza palpita en ella y ni el dolor ni la rabia conseguirán que ponga en peligro el bienestar de los demás, ese mismo al que ella ha tenido que renunciar.

 

Y sin darnos cuenta, tras hora y media de función, llegamos al final. Un final que termina arriba, con la emoción contenida en el público y un redoble de función que coquetea con la metateatralidad.