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La medida y el espacio de Alberto Conejero

Por Ka Penichet/@KaPenichet

Foto de portada: Sergio Parra

 

«Falta educación emocional para poder nombrar la fragilidad públicamente»

 

Alberto Conejero, estrena La geometría del trigo en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle Inclán. Los amantes de la dramaturgia de Alberto estamos de enhorabuena porque tendremos la posibilidad de disfrutarlo en toda su esencia al ser el primer texto en el que asume el trabajo de dirección en solitario.

La obra surge a partir de historias cercanas y familiares del propio Conejero. José Bustos, Eva Rufo, Zaira Montes, Juan Vinuesa, Consuelo Trujillo y José Troncoso son el hexágono sobre el que se asienta esta historia que crece al abrigo de la Transición, pero no solo de aquella época que vivimos en el ámbito político, sino de las transiciones personales por las que se va conformando nuestra vida: la transición entre dos concepciones diversas de amar, sobre las diversas identidades de los migrantes, sobre la sexualidad femenina, sobre la relación que establecemos con nuestro pasado, sobre el tiempo que pasa entre que se ama y se deja de amar…

 

La geometría es una rama de las matemáticas que se ocupa del estudio de las propiedades  de las figuras en el plano o en el espacio. Entiendo que el título se debe a los vínculos que hay entre los personajes así como por las distancias que les separan…

La geometría del trigo es un verso de Antonio Lucas, un poeta amigo mío, compañero y un referente para mí. La función tenía otro título que no me terminaba de convencer y cuando leí ese verso, reconocí el título porque efectivamente tiene que ver con la medida y el espacio. Tanto la distancia, espacial y emocional de los personajes, existe y por otro lado del trigo, un elemento más vivo, de otra familia simbólica y creo que ese encuentro entre la geometría y el trigo, en parte, se refiere a esta lucha que hay en el texto entre tratar de ordenar lo que quizá por siempre esté desordenado.

He leído que el texto es el resultado de un recuerdo de juventud de una anécdota que te contó tu madre. ¿En qué momento decidiste que tenías que contar esa historia y por qué?

La historia, muy transformada por el propio recuerdo que siempre inventa y por las herramientas de la ficción, me la contó mi madre hace más de dos décadas, y yo no pude deshacerme de ella. Esa persistencia en las décadas del recuerdo es lo que me indicaba a mí que había algo importarte ahí para trabajar. Yo creo que ha sido casi la cercanía de los 40 años porque esta obra tiene que ver con las transiciones también y con nuestra transición política y creo que hay algo en ese tránsito, no voy a decir del joven al hombre, no sé exactamente cuándo se deja de ser joven para convertirse en un hombre, pero creo que los 40 es una etapa que tiene algo de ecuador en la vida y yo estaba en ese momento que me apetecía mirar hacía atrás como hacia delante y quizás ha sido por eso. También se cumplen 40 años de nuestra Constitución.

Y qué hay de esa famosa ‘crisis de los 40’…

Creo que es una etapa, que está cargada, donde uno hace un recuento de lo que fue y que ya no es, de lo que quiso ser y no pudo ser, de lo que tiene que ser ya… y uno se activa, quizá erróneamente, porque la vida luego tiene sus propias estrategias pero si que hay algo como de ecuador, tiene como una aire de mudanza, como cuando te mudas de una casa. Cuando cumples 40 años tienes esa melancolía de dejar, en parte atrás, la juventud. También hay una oportunidad para salir adelante. Tiene algo como de punto de llegada pero también de partida.

¿Existe alguna circunstancia personal que te haya hecho localizar a los protagonistas en Cataluña?

Pues no, porque además aunque ahora mi contacto con Cataluña es más cercano, los primeros borradores de la obra fueron antes. Hubo un primer borrador de cuando yo tenía 35 años y había quedado ahí parado hasta hace poco. Yo estudié catalán muy joven…

Pensaba que habías aprendido catalán tras conocer a tu pareja…

No, no, no… es un idioma que siempre me ha fascinado y es de estas cosas como que de repente, el presente parece rimar con la ficción, pero ha sido ese el orden. Ahora hay cosas que están muy encendidas, como el asunto de las entidades estatales, la relación entre identidad y lengua, identidad y espacios… pero todo está ya presente en el borrador de la obra de hace 5 años.

¿Tiene algo que ver tu pareja, que es catalana, en la necesidad por reflejar una realidad lingüística de nuestro país?

Sí que ha habido algo que se ha acentuado, y esto es verdad, que sobre todo en la relación de Joan y Laia hay algo de mi propia realidad lingüística actual. De esa continuidad entre el castellano y el catalán y que uno hable en castellano y el otro en catalán y a veces el que no es catalán hable en catalán y el otro le contesta en castellano. Es verdad que las últimas versiones del texto esa cuestión de una convivencia lingüística está más presente que los primeros borradores y claro que tiene que ver con mi propia realidad emocional.

 

La medida y el espacio de Alberto Conejero en Madrid
Foto: marcosGpunto (fotos de ensayo)

 

¿En qué idioma te comunicas con tu pareja?

Habitualmente hablamos castellano pero cuando estamos en Cataluña yo trato de hablar catalán y algunas veces sucede que yo le hablo en catalán y él me contesta en castellano. Si estamos en Madrid se nos hace muy raro hablar en catalán aunque reconozco que hay algunas expresiones que me salen solas. Hay un libro de  Manuel Vilas que se llama Ordesa, que es una maravilla, que dice que “cada pareja al final inventa su propio idioma”. En nuestro caso hay una alternancia entre en castellano y el catalán bastante curiosa.

El viaje de Joan a su lugar de origen desde Barcelona para reencontrarse con su pasado me remite inevitablemente al viaje de Ulises…

Y además estamos trabajando con José Troncoso la estructura del viaje del héroe, aunque  también haya algo de ‘road movie’, en el viaje de Joan y Laia. Y sobre todo algo que a mí me interesa mucho como dramaturgo y es que para poder generar tu propia historia tienes que tener un relato del pasado. Por eso yo creo que es importante ordenar el pasado para poder avanzar hacia el futuro. Es algo que ya trabajé en mi versión de La Odisea y sí que tiene algo de esa estructura.

En la función se le da más relevancia al viaje que hace Joan que al resultado…

No importa tanto el viaje como atreverse a hacer el viaje. Yo creo que en parte, la resolución ya está en el propio hecho de emprender el viaje. No se trata tanto de descubrir nada mágico durante el viaje, no hay ninguna pista al final, sino el hecho de decir voy a hacerlo. Voy a viajar hasta allí, voy a cumplir la voluntad de mi padre y cómo ese viaje, el hacerlo ya es casi más importante que el destino del viaje que es lo que nos dice Cavafis en el viaje a Ítaca lo que te da es la ocasión del viaje, y yo creo que es eso.

Para hablar del proceso de transición política te apoyas en tres generaciones de mujeres…

Creo que representan tres formas de relacionarse respecto al cambio. Emilia, es una mujer que ha vivido durante el franquismo, temerosa, más conservadora en el mejor de los sentidos, de entender, que el cambio, puede ser una ocasión de peligro. Beatriz, ya se decide a ese cambio pero aún no tiene las herramientas y lo hace de manera traumática. No equivocada en si, pero con consecuencias que no eran deseables. Y Laia, creo que representa una generación de mujeres autónomas, capaces de formular las preguntas que hay que hacer. Está empoderada, con una autonomía económica que no tienen Beatriz ni Emilia y además con una madurez emocional.

Otro de los grandes pilares del texto son las relaciones familiares de los personajes… relaciones que parecen extrapolables al equipo artístico… 

Lo que hemos tratado sobre todo es de formar una idea de compañía, de familia teatral. Es un proyecto que nos ha tenido dos años unidos y la amistad tiene usos muy comunes con la familia. Al final, hay una familia que es la elegida y los amigos son parte de eso. Somos muy felices haciendo La geometría del trigo, con todas las tensiones, con las propias de un proceso tan exigente como levantar una representación teatral pero lo hacemos desde el amor y por amor. Son actores que tenían otros proyectos y han renunciado a bastantes por permanecer en una función que no tiene una productora detrás que vaya a asegurar una gira extensa, de momento.

En el texto subyace mucho la idea de lo que todo el mundo murmura y pero nadie se atreve a pronunciar, ¿es algo característico de la propia cultura española?

No, yo creo que ahí se juntaron tres cosas: el franquismo bajo un silencio de vigilancia moral, se unía a algo que quizás sea muy español, a la murmuración y por otro lado, una falta de educación emocional para poder nombrar la fragilidad públicamente. Yo creo que la relación que tenemos con la salud mental, con las enfermedades de desórdenes de la alimentación, con la sexualidad… hemos sido un país muy temeroso con esas cuestiones y yo creo que nuestra generación tiene la obligación de romper con todo eso.

 

LA GEOMETRÍA DEL TRIGO

Teatro Valle Inclán

Del 6 al 24 de febrero

 

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