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La lógica y los demonios de Matarile regresan a La Abadía

«Necesitamos romper con toda esa rutina que nos amarra a una vida absolutamente controlada»

 

Matarile regresa a un Madrid muy distinto al que visitaron la última vez, una ciudad que vive con la incertidumbre a flor de piel, tanto para los ciudadanos que vivimos aquí, como para los artistas que vienen a presentar sus trabajos: «Estamos todos un poco vapuleados, me dice Ana por teléfono, estamos día a día pendientes de las noticias de Madrid», atentos a cualquier giro en los acontecimientos que pueda afectar al destino de las artes escénicas en nuestra ciudad. Mientras tanto, le metemos un chute de optimismo a la situación y nos colocamos en un escenario en el que los teatros y los espectáculos no se vean afectados. ¡Daimon y la jodida lógica regresa a Madrid para volver a ser disfrutado y esta vez fuera del circuito festivalero!

 

Matarile Teatro visita La Abadía

 

Por José Antonio Alba

Foto portada: Rubén Vilanova

 

Ana, en más de una ocasión has comentado que en España son pocos los espacios que podrían programar a Matarile más allá de los festivales, algo que imposibilita que un público más amplio pueda llegar a conoceros, a pesar de tener una trayectoria de más de 30 años.

Creo que es consecuencia del tipo de programación que hay en los teatros en España, no hay espacio para la creación contemporánea, artes vivas, llámale como quieras, pero no hay espacios específicos. Nuestras propuestas son introducidas como de lado en las programaciones habituales de los teatros. Es un gran hándicap para nosotros porque, de alguna manera, no llegas al público; llegas a un público muy específico, muy de festival, un público enterado, seguidor. El trabajo del que programa, a veces, es una pieza clave que nos falta. Nos faltan cómplices en este sentido y me parece una pena.

 

Los programadores, muchas veces, alegan que programan en función a lo que el público demanda, pero si el público, y hablo del público general, no del de festivales, no tiene ocasión de descubriros más allá del circuito festivalero, tampoco podrá nunca pedir veros.

Efectivamente, es una pescadilla que se muerde la cola, además es dar por sentado que el público reclama un tipo de programación, lo cual no es cierto, llevamos muchos años para haberlo comprobado. Cuando nosotros teníamos el Teatro Galán, una sala en Santiago que tuvimos abierta durante 12 años, lo comprobamos; o cuando hicimos el festival de danza contemporánea al aire libre en Pé de Pedra, no bajábamos el listón en cuanto a la calidad y fue un festival que tuvo un éxito de público abrumador. Simplemente hay un desconocimiento, es lo que tú dices, no se va a reclamar algo que se desconoce. Tienes que crear un interés, potenciar un tipo de propuestas y no es que se acepten, es que tienen éxito. El público se va creando. Esta idea de que hay públicos para determinadas cosas y no se mezclan, no es verdad. Es una maravilla comprobarlo año tras año. Insisto en que nos faltan cómplices.

 

Pues si te parece, Ana, vamos a intentar con esta conversación encontrar esa grieta dentro del círculo vicioso y ver qué es lo que se puede colar.

¡Pues que se cuele, que se cuele! (Ríe). Es muy satisfactorio para nosotros ver que hay un público que viene sin saber muy bien a lo que viene, ese público no especializado. Sin prejuicios. Si tú ya vas a ver algo en concreto, ya te has formado una idea, pero cuando vienes libre de prejuicios, es muy bonita esa relación, esa conexión que se establece.

 

Daimon Matarile
Un instante de ‘Daimon y la jodida lógica’. Foto de Rubén Vilanova.

 

¿Cómo definirías a esos nuevos espectadores qué es ir a ver una función de Matarile?

Creo que no va a ser un encuentro indiferente. Quisiera que fuera siempre un acontecimiento. Tratamos de que cada representación no sea una re-presentación si no, una nueva presentación. Hacer que todo suceda como si fuera la primera vez, dejar una posibilidad al vértigo en la escena, también al tropiezo y al riesgo, dispuestos a lo que surja ese día, a la energía de público y actores. Cito siempre a Zizek porque me gusta mucho lo que dice: “Acontecimiento es aquello que nos sorprende. Aquello que no puede ser previsto”. Igual el acontecimiento en sí no es lo más importante, es nuestro comportamiento ante el acontecimiento, y eso es lo que me gustaría conseguir: Una disposición a algo.

 

¿Se podría decir que el tropiezo es el camino para un nuevo descubrimiento?

Claro, porque es encontrar lo que no buscas, es sorprenderte tú mismo en escena con algo inesperado, que no tenías aprendido, que no puedes repetir, estar abierto a eso. Muchas veces me preguntan si lo que hacemos es una improvisación y no, las improvisaciones las hacemos antes, hay una estructura muy cerrada porque quiero mantener un ritmo, una atmósfera, que lo que sucede ahora tenga un sentido por lo que ha venido antes y lo que va a venir después. Dentro de esa estructura hay mucho espacio a la libertad, por eso no me gusta repetir, me gusta volver a presentar. Para esa hay que tener una energía muy generosa por parte del actor. Tenemos que estar al 100%, lanzarnos y ver qué pasa.

 

Hablas de procesos cerrados y generosidad del artista, ¿cómo construís y en qué os inspiráis para crear cada trabajo?

Los procesos son largos, breves los encuentros físicos, pero previamente hago un trabajo de intercambio con cada uno de los intérpretes. Les escribo cartas, mis ideas básicas sobre las que trabajar, conceptos, imágenes, músicas, insinuaciones, pretendo crear asociaciones y que cada persona desde su perspectiva, desde su edad, me devuelva un feedback. Con todo eso se construye. Ese trabajo lo condiciona todo. Las cartas son caóticas porque yo soy caótica y me gusta que comencemos a trabajar desde el minuto cero sin saber qué vamos a hacer. La creación para mí tiene que ser eso, si no sería la puesta en escena de algo concreto, que no es el caso. El trabajo de creación, para mí, tiene que partir de un no saber. Lo que busco es un equilibrio entre lo que yo quiero reflejar y lo que los intérpretes me dan desde sus cuerpos, voces, desde sus culturas, sus creencias.

 

Dentro de mantener la sorpresa de lo que encontraremos en Daimon y la jodida lógica, ¿qué puedes contar sobre la puesta en escena?

Son nueve intérpretes en escena, entre actores, bailarines y músicos, no están diferenciados, hay músicos/actores, actrices/bailarinas, etc… la música es en directo, hay un componente plástico muy potente, dado por el espacio y sobre todo por la luz; hay mucha fisicalidad, jugamos con la palabra, no como un texto previo, ni narrativo, por supuesto, porque yo creo que la vida no es narrativa; podemos resumir una vida en tres o cuatro líneas, las ponemos cronológicamente y parecen algo narrativo, pero las vidas no son narrativas, todo lo que nos sucede, no nos sucede de una forma lógica. Es lo que pretendo en teatro, que el espectador sienta una serie de estímulos y se plantee una serie de cuestiones, no porque nosotros se lo hayamos dicho, sino porque, tal como se suceden las escenas, se producen en él esa serie de reflexiones sobre sensaciones o sentimientos. Una escena no es una escena de por sí, sola, aislada, si no es por el poso que ha dejado lo anterior y lo que a continuación se proyecta. Me gusta mucho los espacios que hay entre las cosas, tienen tanto valor como las cosas en sí. Una danza no tiene el valor de ser una danza aislada, sino cómo se introduce esa danza por lo que se ha dejado en la escena anterior, ya sea por la música, por el silencio, por unas palabras, por cómo han sido dichas las palabras, ahí sentimos la danza de una u otra manera. Me parece que es un poder que nos da el teatro muy grande. En el cine siempre está dirigida la mirada y es difícil escapar a eso, en el teatro cada espectador tiene la libertad de dirigir su propia mirada.

 

En algún momento has dicho que como espectadora buscas que no te dejen indiferente, ¿cuáles son las cosas que te remueven?

A mí lo que me gusta que me pase como espectadora, y no solo en artes escénicas, en cualquier propuesta artística, es situarme frente a la obra sin ningún tipo de filtro o discurso previo que me la explique o que me dirija la mirada y me sorprenda.

 

Daimon Matarile
‘Daimon y la jodida lógica’ de Matarile Teatro

 

¿A qué hacéis referencia con el título: Daimon o la jodida lógica?

Tiene que ver con lo inexplicable, con lo inefable de la vida. El hombre siempre necesita el misterio, lo desconocido, el interés por la sorpresa. Si no practicáramos esta faceta nuestra no existiría el arte, pero tampoco existiría el amor. Creo que estamos divididos entre la lógica, amarrada por el lenguaje y ese otro mundo desconocido e inefable que es el mundo de las emociones, del misterio, de lo desconocido, quizás, incluso podríamos hablar de lo religioso o lo espiritual. Es lo que nos conforma. A mí me parece fascinante que necesitemos darles nombre a las cosas, saber qué es esto, estar seguros de los conceptos, pero por otro lado necesitamos romper con toda esa rutina que nos amarra a una vida absolutamente controlada.

 

Quizá este sea un momento realmente propicio para hablar sobre todo esto en escena, ¿no?

La verdad que sí, lo hemos notado. Ahora estamos viviendo una época en la que nos debatimos entre eso, entre la seguridad y el riesgo. Lo que plantea Daimon adquiere un doble sentido, una mayor fuerza porque nos estamos debatiendo contra esa seguridad que queremos tener y al mismo tiempo la imposibilidad de vivir tan amarrados, tan sujetos, tan protegidos. Es imposible, no hay vida así; igual que no creo que haya teatro de otra manera que no sea el encuentro directo con el espectador, no creo en esas otras propuestas online, eso no es teatro. Eso es otra cosa, otro tipo de comunicación, no le llamemos teatro porque el teatro necesita un “estar aquí y ahora” compartido.

 

Vosotros que tenéis un teatro tan físico, tan de borbotón, tan de contacto, ¿cómo lo estáis viviendo ahora? ¿cómo lo recibe el público?

Sorprendentemente se sigue estableciendo una conexión, una comunicación. Creo que el espectador que acude en esta época confusa asiste con una decisión tal de estar, que es maravillosa la comunicación que se establece. Lo veíamos difícil, pero sí se establece esa comunicación. Es muy bonito, es como saltar muchos obstáculos para poder estar ahí y está con una decisión mayor. No es lo deseable, porque el teatro es un compartir en un momento dado, es un acontecimiento, un compartir entre los que estamos arriba y los que estamos abajo. Es casi un sinsentido reducir tanto los aforos, pero se sigue dando la comunicación, es algo que es intrínseco de esa cita.

 

En Daimon hay una frase que me ha llamado mucho la atención y que da para reflexionar largo y tendido: “Siempre esperamos algo de los demás, también en el teatro”.

No tenemos razón de ser si no estamos en relación continua con el otro en todas sus particularidades, somos por nuestra relación con los otros. No hacemos las cosas esperando algo de los demás, pero sí queriendo encontrar ese feedback. Todo lo que hacemos lo hacemos para alguien, nuestros gestos, palabras, comunicaciones, lo hacemos en función de alguien. Para mí el teatro es siempre un acto de dar, un regalo, un ofrecimiento, no tiene sentido de otra manera, uno no hace teatro para uno mismo, por eso no puedes hacer teatro para una pantalla, no puede ser, es imposible. No puedes ensayar determinadas cosas si no hay espectadores. Creo que esto, a lo mejor suena a Perogrullo, pero creo que es muy importante: cada gesto, cada palabra, cada tono en la forma de hablar, va dirigido a quien estás hablando, va dirigido a quien te está viendo moverte. La base del teatro es eso.

 

En breve estrenaréis una nueva propuesta: El diablo en la playa. Que estás dando forma junto a Celeste González y de Claudia Faci. Dejas, por el momento, los montajes multitudinarios y te centras en dos únicas intérpretes.

Todo esto viene desde diciembre de 2018 y las ganas de trabajar con Claudia y ella con nosotros. Todo cuajó muy bien. Al tener solo dos intérpretes en escena el trabajo es mucho más concentrado. Ha sido un placer, un lujo, una sorpresa y una química muy bonita entre ellas.

 

He podido tener acceso a parte del material sobre el que estáis trabajando, esas cartas a las que antes hacías mención, en ellas se habla desde las tripas, abordando temas como la soledad, el encuentro irremediable con uno mismo, desde lo físico y lo espiritual, el caos, los demonios interiores. ¿Podría decirse que son temas recurrentes en el teatro de Matarile?

El arte siempre trata los mismos temas, lo que cambian son las formas y los puntos de vista que uno va teniendo a medida que el tiempo pasa, las perspectivas, los distintos enfoques. Han cuajado muchas cosas, pero es verdad que han quedado temas pendientes, que hay en las cartas, que tendrán que continuar en otro momento.

 

Es interesante poder pensar que algo que está por ver la luz ya contempla un horizonte más allá desde el que seguir desarrollándose.

Podríamos decir que es como una primera etapa. Me parece bonito que haya un continuará en este trabajo.

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