El pasado fin de semana (15, 16 y 17 de noviembre) tuvo lugar en La Casa Encendida dentro del 37 Festival de Otoño Gen-Z: Searching for beauty, una performance multidisciplinar escrita por Salvatore Calcagno, Emilie Flamant y Antoine Neufmars en la que un grupo de jóvenes reflexiona sobre la realidad que le ha tocado vivir.

 

Por Yaiza Cárdenas/ @yaizalloriginal

Foto Portada: Salvatore Calcagno, Emilie Flamant y Antoine Neufmars

 

Generación: «Conjunto de personas que, habiendo nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, adoptan una actitud en cierto modo común en el ámbito del pensamiento o de la creación» (RAE).

Yo, personalmente, no sé si estoy de acuerdo con que mi forma de pensar sea similar a la de mis coetáneos, pero sí que defiendo un nexo común: somos la generación curiosa.

Al contrario de lo que otras generaciones piensan, nosotros buscamos cambiar las cosas. Nos planteamos lo incuestionable y no porque no respetemos a la autoridad, sino porque nos preguntamos qué es lo que hace a la autoridad ser la autoridad y por qué eso la hace respetable.

La edad es un grado, por supuesto, pero ¿y si lo que vosotros aceptasteis como normal no lo es? ¿Tenemos que respetarlo y bajar la cabeza porque es lo correcto? ¿Qué pensamos de la sexualidad, el amor o la educación? ¿Cuáles son nuestros sueños? ¿Y nuestras pesadillas?

Con Gen-Z: Searching for beauty, Salvatore Calcagno ahonda, junto a su compañía belga Garçon Garçon, en esta realidad. Un grupo de jóvenes europeos (que no necesariamente son actores) pone voz a la bautizada como «juventud del desastre». A mi generación y a la de todas las personas nacidas entre 1995 y 2015: la Generación Z.

Este concepto dice mucho de cómo nos veis, de cómo nos hacéis sentir. No somos una generación de ‘ni-nis’ como intentáis hacernos creer. Cuando decidimos no estudiar, en la mayoría de los casos es porque el sistema educativo no nos representa. Quieren hacernos sumisos, que todo siga igual. Y ¿sabéis cuál es nuestro problema? Que lo sabemos.

Mientras los políticos apuestan por cambiar nimiedades, disciplinas como las artes siguen viéndose como un hobby, pero a todo el mundo le gusta ir al cine, a museos y a conciertos. Pues bien, esa gente tiene que comer y quiere estudiar para poder ser un buen profesional en su área, pero la educación artística es escasa y cara y los problemas con los que nos encontramos al querer desarrollar nuestra pasión son muchos.

No es que no tengamos alas, es que las habéis cubierto de cemento.

No es que no queramos trabajar, es que no se nos da la oportunidad porque las generaciones anteriores tienen su propio oligopolio y saben que, si nos dejan entrar en acción, muchas cosas cambiarían.

No es que estemos perdidos, sino que, cuando nos encontramos, todo son puertas cerradas.

Y es que, hagamos lo que hagamos, estamos condenados por vuestra espada de Damocles. Si no salimos a luchar por nuestros derechos porque decidimos ir a clase o a trabajar somos unos desagradecidos que no valoran lo que ha costado llegar ahí, pero, cuando lo hacemos, somos unos vagos que buscamos cualquier excusa para eludir nuestras obligaciones.

Vivimos en la contradicción. Somos la generación del futuro, la que tiene más medios y tecnologías para cambiar las cosas, pero, a su vez, se nos impide cambiarlas.

Durante la multidisciplinar performance del autor de La Vecchia Vacca, The Boy of the Swimming Pool o Lo Sono Rocco, una estudiante francesa que quería dedicarse a la danza contaba los problemas con los que se encontró en su instituto al realizar un experimento artístico. Ella solo buscaba transmitir, mediante esta disciplina, cómo sentía su juventud. Su experimento fue tachado de hippy, provocador y bochornoso.

¿Cómo vamos a cambiar la realidad si no se nos deja libertad para hacerlo? ¿Cómo vamos a conseguirlo si se nos juzga? ¿Si no se nos permite probar, fallar y encontrar en eso la normalidad?

Nuestro mayor error es que anhelamos vuestra aprobación y, si no nos la dais, la buscamos en las redes. Y es que no sabemos qué se espera de nosotros y eso nos lleva a una permanente frustración, que repercute en nuestro cuerpo y no sabemos reconocerlo porque no se nos ha educado para reconocer emociones ni para dejarlas salir. «No llores, que te pones fea», «eres una enfadica», «calladita estás más guapa»… Aguantamos hasta que estallamos. No nos podemos mostrar frágiles porque la competencia es enorme y sobrevive el más fuerte.

Igual deberíamos plantearnos qué nos ha llevado a esa continua búsqueda de afecto, pero educar en la necesidad de ir al psicólogo no es lo común, porque sale más barato pensar que somos unos vagos sin aspiraciones que invertir en una educación moderna que se adapte a los nuevos tiempos y a nuestras necesidades.

Y es que no os dais cuenta. «Nos llamáis generación del desastre cuando lo que hacemos es arrastrar el vuestro que, a su vez, es consecuencia de las generaciones pasadas».

Pero en todo caos hay belleza y eso es justo lo que intenta mostrar esta valiente propuesta escénica. Dejadnos ser, animadnos a perseguir nuestros sueños y ayudadnos a cambiar lo establecido cuando otra opción sea mejor.

Escuchadnos, porque nosotros, la generación perdida, nos hemos encontrado.