La compañía gallega Voadora vuelve a sorprendernos con otro giro radical en su trayectoria. Vienen a Madrid a presentar, en el Teatro de La Abadía, Hemos venido a darlo todo, una pieza inclasificable que es casi un manifiesto musical, un pacto con el público y con la experiencia escénica, un compromiso con el teatro que se siente, no con el que se piensa, con eso tan único que solo puede encontrarse en la relación entre escenario y platea.

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

Fotos: Rosiña Rojo

 

No lo voy a negar. Me une a esta compañía algo muy fuerte. Los admiro y los amo. Y especialmente tengo un enorme cariño por este montaje, del que de alguna manera me siento parte, aunque sea en un tanto por ciento chiquito compartido, por un lado, con sus máximos artífices (Marta Pazos, Hugo Torres, José Díaz, Fernando Epelde, Liza Suárez y Carmen Triñanes) y por otro lado con un puñado de bellos y talentosos seres con los que compartí un laboratorio de creación en la sala Réplika en la primavera de 2018 (Eva Boucherite, Víctor Colmenero Mir, Nacho Vera, Paula Pier, Flavia Turci, Fran Arráez, Diego Garrido, Ksenia Guinea y Marta Valverde), un laboratorio que llevaba el mismo título: Hemos venido a darlo todo. Allí se investigó y se ensayó sobre alguna de las ideas que están en la base conceptual, estética y filosófica del montaje.

 

“Me acuerdo de una cosa muy bonita que escribió Epelde hace años sobre Voadora -rememora Marta Pazos-: dijo que lo importante no es la impronta que nuestros espectáculos dejan fuera, sino la impronta que nuestros espectáculos dejan en nosotros. HVADT nace como un experimento para trabajar el hecho, el acontecimiento, la epifanía, nace de la obsesión por trabajar la relación artista-público y estudiarla, en este caso, dentro de un contexto musical. Teníamos el deseo de poner la música en el centro, también como regalo, poner el brillo y el foco en la música y devolver a la música y al público todo lo que nos han dado en nuestros espectáculos anteriores”. Es así como nos invitan a algo que es mucho más que un montaje teatral, es un concierto de música electrónica intervenido por actos y hechos teatrales.

 

Hasta la epifanía siempre en Madrid
El oro y las Voyager

 

Es un concierto pero hay una dramaturgia, claro. Y tiene mucho que ver con el disco de oro que la NASA envió al espacio en las sondas Voyager en 1977. En ese disco había una selección de sonidos que, en un ejercicio de síntesis y deseo de perdurabilidad, contenían una supuesta esencia del Planeta Tierra y sus habitantes. 42 años más tarde, Voadora revisa esos materiales, que cuentan mucho más de nosotros mismos que lo que la NASA nunca pudo imaginar. La música de HVADT parte de los samplers sonoros allí contenidos y los remezcla en directo para ofrecer una experiencia escénica única, que empieza y acaba en el carácter distinto de los públicos que cada noche se dejarán impregnar por lo que emana del podio de los dj’s, totalmente rodeados de pan de oro, como si de un altar bizantino se tratara.

 

La obra se ha hecho en Santiago de Compostela, en Rivadabia y en Valladolid, en contextos muy distintos cada vez, y eso cambia igualmente cada vez la experiencia. ¿Cómo será ahora en un templo teatral como La Abadía? ¿Tomará su público la invitación a habitar el espacio en libertad que lanzan los ejecutantes? Nuevamente, como ocurre con el montaje de Pablo Messiez que todavía puede verse en el Teatro Pavón Kamikaze (Las canciones, otra pieza eminentemente musical donde el público tiene mucho que decir), hay una dimensión política evidente en esta invitación a los cuerpos a vivirse en el espacio con libertad.

 

“Nosotros lo decimos claramente al principio -señala Pazos-, el mensaje es: en este espacio todo está permitido. Es una invitación a transgredir la barrera. Tú eliges si quieres participar, puedes bailar, puedes cantar, si quieres solo mirar. Los ingredientes son los mismos y es el público cada día el que hace la experiencia distinta. Lo importante es que nosotros damos el tiempo para que suceda cada cosa. Para mí, que vengo de lo barroco, del horror vacui, ha sido como destilar y destilar y destilar, trabajar con cronómetro y dejar que impacten los meteoritos, a ver qué pasa. Es muy vertiginoso no poder controlar el viaje del espectador. En este caso es un viaje hacia lo desconocido y como creadora me produce una adrenalina que ningún otro espectáculo me ha producido”. Así que, ya sabéis, ir a ver HVADT no es ir a sentarse a que te cuenten una historia. Tienes la posibilidad de ser parte de ella y vivir un momento de comunión tras el que, muy probablemente, no volverás a ser lo mismo.