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Hachè Costa estrena ‘La Mano’

«Disfrazamos nuestros conflictos como luchas contra la sociedad, el estado, la pareja, la religión… Es todo mentira»

 

Siempre tendemos a preocuparnos por el qué dirán y la imagen que damos de cara a la galería, pero al final, cuando nos quedamos a solas, cuando el ruido y las miradas quedan acalladas, es cuando se inicia el verdadero juicio, ese al que nos sometemos a nosotros mismos, y ahí sí que no valen las sonrisas fingidas o las respuestas evasivas.

De esta premisa parte La Mano, propuesta que podremos ver los próximos días 5 y 6 de junio en el Centro Cultural San Chinarro; una creación de Hachè Costa, artista multidisciplinar vinculado profesionalmente al mundo de la música y del sonido -ha trabajado con Javier Fesser en la orquestación de los largometrajes Camino y Campeones, entre otros muchos proyectos vinculados al cine, la televisión y el teatro- que ha querido poner en pie este espectáculo sobre el abuso y los juicios morales nacido de su propia experiencia personal.

 

Rendir cuentas a nuestras voces interiores

 

 

Por David Hinarejos y José A. Alba

 

La experimentación sobre los sonidos y la voz, junto al teatro social, parece que son la base sobre las que se construye La Mano, pero ¿cuál es el origen del espectáculo?

El origen primero sería mi propio proceso neurótico como víctima de una familia abusiva y abusadora, y que llegó a su culminación en mi edad adulta. Siempre he sido un hombre con muchas voces internas, y voces internas disonantes, en eterno conflicto conmigo mismo pero también con el “otro” lacaniano; con determinadas situaciones y con determinados contextos. Esa sería la génesis de la obra, aunque en el proceso cobrara una importancia determinante el descubrimiento de la filosofía de Paul Ricœur en obras como “Finitud y culpabilidad”, así como esa enorme crisis personal que me arrojó a un difícil proceso terapéutico. Todas las personas que sufrimos abusos de cualquier tipo somos personalidades rotas hasta que alcanzamos una asunción real y completa de lo vivido y de sus consecuencias. Supongo que precisamente por ello jamás pude terminar el texto hasta que la terapia llegó a su fin: no podía saber cómo acababa, algo que ahora sí sé. Supongo también que en esto soy un verdadero afortunado, porque hay quien jamás lo consigue y porque escribo desde la perspectiva de haber tenido unas vivencias duras pero asumibles. He tenido mucha suerte pero no todo el mundo la tiene: precisamente por ello la protagonista de la obra es una mujer. Aunque creo que huelga explicar este comentario, podría decirte que, a pesar de que el abuso es universal, determinadas ideas se encarnan mejor sobre un determinado género, lamentablemente.

 

 

La Mano se autodefine como una “obra de teatro sonoro”, ¿en qué se diferencia, por ejemplo, de una ópera o del teatro musical?

En realidad, yo veo La Mano como una ópera contemporánea, en la medida en la que diferentes disciplinas se unifican para dar lugar a una obra intradisciplinar de carácter dramático. Pero lo cierto es que la etiqueta “ópera” tiene una carga demasiado fuerte para poder ser empleada hoy en día sin que se le añadan determinadas asociaciones y connotaciones. Por otra parte, el teatro musical nos remite a Boadway y similares, así que tampoco saldríamos bien parados. Decidimos categorizar la obra como de “teatro sonoro” en la medida en que podrías verla a oscuras y seguirías entendiéndola. De hecho, en apenas unas semanas saldrá la edición discográfica sin más apoyo que unas pocas fotos en el libreto interior: aquí, es el sonido el que construye la obra, el sonido de la voz humana, aunque lógicamente la puesta en escena requiere de otros recursos adicionales.

 

Una voz interior, nuestra conciencia, el sentimiento de culpa, son alguna de las pinceladas que se adivinan sobre el argumento de la propuesta, ¿cuáles son los temas sobre los que has querido ahondar?

En términos psicoanalíticos, te diría que es la pugna con el Superego, con las imposiciones morales y sociales que nosotros mismos cargamos sobre nuestros propios hombros. De ahí a la culpa, a la escisión de la conciencia, a la ansiedad, al trastorno de personalidad, hay un paso. Disfrazamos nuestros conflictos como luchas contra la sociedad, el estado, la pareja, la religión… Es todo mentira. La única lucha que tiene cada uno es aquella que realizamos contra nuestros propios deseos, contra nuestras propias ideas adquiridas sobre lo que está bien y está mal, y por eso nos pasamos la vida huyendo en un proceso de evitación constante, apartando de nuestros ojos todo aquello que nos molesta. Hemos vivido un enorme avance en el campo de la psicología cognitiva pero, no obstante, consumimos más ansiolíticos que nunca, y todo ello por evitar pensar en lo que no queremos pensar y por no asumir lo que nos duele asumir. La asunción de la propia responsabilidad sobre nuestras emociones y acciones sería el gran eje temático de la obra. La necesidad de asumirla, y por ello no tenemos apenas un argumento. Esto no es una historia: es una herida abierta puesta delante del público para que este haga consciente su propia herida abierta. Nadie debe esperar comprender nada, porque no hay nada que comprender en una herida. Como dice nuestra protagonista, “no puedo entender nada de todo esto, y al mismo tiempo puedo entenderlo todo”.

 

Emi Caínzos es la protagonista de la propuesta, una única actriz sobre el escenario para dar vida a cerca de 15 personajes, ¿cómo se ha trabajado esta duplicidad interpretativa? ¿cómo lo veremos traducido sobre el escenario?

En La Mano todos los personajes son un único personaje. Efectivamente, tenemos en escena, aquí y ahora, a una única mujer fría y emocionalmente distante, cuyo conflicto psicológico ha llegado a su punto culminante: ella no puede sobrevivir ni una noche más en esas condiciones; es el momento de la fractura. Y es ahí donde entran en juego las voces internas, voces que, como no podría ser de otra manera, son voces que surgen del pasado, pregrabadas. Voces muertas, como lo son todas las de nuestra conciencia y que sólo pueden adquirir vida propia si dialogamos con ellas porque son un reflejo de nuestra propia voz. De ahí que todas sean igualmente las de la propia Emi Caínzos, que ha realizado un esfuerzo sobrehumano de una calidad artística impecable dando vida a toda esa serie de sujetos que nos habitan: sujetos de poder como policías, sujetos morales como sacerdotes, sujetos omnipresentes como padres o madres, todos ellos asesinos del Yo adulto. Y, por supuesto, dar voz a eso que el “new age” llama nuestro “niño interior”, ese autoconcepto de nuestra propia imagen que nos persigue desde la infancia. Tal y como ocurre en la realidad, todas esas voces internas están distorsionadas y deformadas. ¿Cuántas voces eres capaz de escuchar en tu conciencia? Centenares de ellas serían pocas, pero todas comparten lo mismo: son un invento tuyo. Las voces de los otros que habitan dentro de nosotros jamás son reales.

 

¿Cuál es el protagonismo de la música y el sonido dentro del espectáculo?

A pesar de que también tenemos música, el montaje se centra en el uso del sonido, de la interacción de esas voces de las que hemos hablado. Es la dicotomía vivo / muerto, consciente / inconsciente, directo / pregrabado, la que está presente durante toda la obra. Por supuesto, en sonido el término “pregrabado” vuelve a ser problemático por todas sus asociaciones: generalmente, en artes escénicas el material de audio suele tener unos resultados pésimos excepto si está muy justificado desde una lectura estética. Aquí, la naturaleza de la obra surge precisamente de esa limitación, aunque el sistema para conseguirlo resulta técnicamente intrincado. Para obtenerlo, hemos disfrutado de la colaboración desinteresada de la casa KRK – Gibson, así como de diversos procedimientos de transformación de voces que nos permiten convertir el Auditorio del Centro Cultural Sanchinarro en un cerebro parlante a la vista del espectador. No se trata de una actriz hablando con un altavoz, por decirlo de alguna manera. Se trata de voces que realmente surgen del espacio escénico y cohabitan con ella y, sobre todo, con el público. A fin de cuentas, todas nuestras voces internas se parecen mucho. Todos sentimos esa culpa, todos nos negamos deseos, todos tenemos conflictos. Todos tenemos secretos.

 

Hachè Costa estrena 'La Mano' en Madrid
Cartel del espectáculo creado por Hachè Costa.

 

¿Qué cabida encuentras dentro del panorama teatral actual para propuestas como La Mano?

En realidad, creo que la pregunta que me preocupa sería qué cabida le encuentro a La Mano dentro del panorama social actual. La obra es un llamamiento a la toma de responsabilidad individual sobre nuestras propias voces internas, sobre nuestros propios actos. Una invitación a crecer y una invitación a reconocer que estamos escindidos, rotos, enfermos. Y desde luego que nuestra sociedad tiene cabida para estas reflexiones. ¿Tenemos un panorama escénico en nuestro país que nos ofrezca el marco para hacer esto? Por supuesto. No creo que seamos los creadores más valientes de Europa en lo tocante a nuestras propuestas, obviamente, porque por lo general tenemos unos programadores bastante conservadores. Pero también los tenemos radicalmente abiertos. Podríamos decir que en esto surgen nuevamente nuestras propias voces internas que nos dicen, a modo de consuelo, que “esto aquí no puede hacerse”. Claro que se puede, y claro que hay gente interesada e interesante. A mí los centros de arte contemporáneo siempre me han tratado muy bien, al igual que los auditorios o los museos o el propio centro cultural de Sanchinarro. A veces no pueden hacerse cosas por no ajustar los proyectos a los espacios o presupuestos disponibles, pero… No sé, tampoco podemos volar: las limitaciones existen pero forman parte del mundo.

 

Hachè, posees estudios en filología, filosofía, composición e improvisación, eres creador escénico… ¿cómo se conjugan todas estas facetas dentro de tu trayectoria artística?

Creo que la respuesta real sería demasiado compleja. A veces, uno hace una partitura para voz humana utilizando únicamente fonemas aislados, y entonces comprende que sin la filología no podría haber llegado hasta ahí. Pero, sin salirse de esa misma partitura, uno alcanza a ver música con fonemas porque es capaz de observar y distinguir las propiedades simbólicas del habla humana, por lo que entraríamos de lleno en el campo de la filosofía del lenguaje. La improvisación estaría dentro de la misma línea: para mí, puede llegar a ser una cuestión casi metafísica. No podría contestar a esta pregunta con claridad: mi primera formación fue exclusivamente literaria dentro de una familia de filólogos y pintores. La música llegó más tarde pero podríamos decir que es mi actividad principal, si conseguimos obviar que prácticamente todas mis partituras contienen indicaciones actorales o escénicas y las implican en el propio desarrollo estructural de la obra. Por ponerte un ejemplo, tocar instrumentos de percusión con cuchillos mientras se le da un beso a un saxofonista con los ojos vendados… ¿es música o es teatro? No lo sé. No necesito saberlo, y el público que asistió al Museo de Bellas Artes de A Coruña hace un par de años tampoco. En Montreal hicimos vibrar las velas y las lámparas de la iglesia mientras un coro cantaba un único acorde sobre un texto recitado y eso, supongo, se sale de los parámetros musicales habituales a pesar de que responde a un principio de física acústica.

 

Además, eres profesor en el Centro Cultural Sanchinarro y colaborador de algunos medios musicales, ¿desde dónde enfocas la difusión y la formación para fomentar el valor de la música?

En mi caso, la vocación didáctica es un aspecto que se despertó muy tardíamente y todavía hoy estoy descubriendo. A veces, me sorprendo observando el placer que me produce sentir que he conseguido transmitir unas ideas acerca de un aspecto artístico concreto o que he alcanzado a explicar a un alumno qué debe hacer para conseguir lo que está buscando. Creo firmemente en la utilidad del arte como forma ampliar la realidad, una educación de los sentidos, de la razón, del intelecto, de las emociones, como vía para comprendernos mejor a nosotros mismos, al mundo, al otro. En este aspecto, todo lo que sea comunicar y mostrar mecanismos, técnicas o fundamentos estéticos debe ser ejercido con la misma pasión con la que se acomete la construcción de una obra. Y ello afecta por igual a cada palabra escrita: si uno hace una columna o un artículo, debe primar el aportar una reflexión propia que pueda llegar a ser útil al receptor. Da igual que escribas un pequeño poema o des una clase de instrumento: todo ello es operar sobre la realidad transformándola, y conlleva la responsabilidad de asumir que si quieres un mundo mejor debes empezar creándolo tú mismo a través de tus oyentes, tus alumnos, tu público.

 

Podemos disfrutar de tus partituras en películas, cortos, obras de teatro, en colaboración con otros músicos de diverso estilo… Por un lado, nos gustaría saber en los próximos meses en qué proyectos específicos vas a participar. Por otro, eres como aquellos artistas del renacimiento, ¿para ti no existen los límites entre las artes?

No me cabe ninguna duda sobre que el arte es uno y, en todo caso, existen una serie de técnicas específicas y unos contextos, unas pragmáticas de comunicación, que acaban definiendo qué es un pintor, qué es un escritor o qué es un músico. Pero la individualidad humana debería estar por encima de todo ello: un creador lo es en la medida en que constituye un sujeto individual que decide o necesita exteriorizar sus particularidades. Y el hecho de que se mueva dentro de uno o varios escenarios y haga uso de unas u otras técnicas es algo que surge de la propia formación, los gustos y la curiosidad personal. No sé si esta perspectiva surge de un espíritu renacentista o de una cierta inconformidad con las limitaciones expresivas, pero sin duda seguiré transitando este camino con ‘WALLS’, una obra propia escrita en torno a la desintegración del bloque soviético y que verá la luz el próximo noviembre. En ese caso, el proyecto hunde sus raíces en el teatro-documento pero nuevamente es la óptica sonora la que determina su desarrollo estructural, y sin duda está concebida como música contemporánea a pesar de que apenas exista más que voz declamada y necesite actores para llevarla a cabo. Por otro lado, estrenaré en noviembre una nueva obra puramente musical en el emblemático conservatorio de Santa Cecilia, en Roma, mientras finalizo diversos encargos internacionales. Te diría que, nuevamente, las etiquetas se quedan demasiado pequeñas para las realidades en las que nos movemos día a día.

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