La nueva producción de la CNTC incorpora a su repertorio el legado dramatúrgico, dancístico y musical del siglo XVIII bajo la dirección de escena y musical de Laura Ortega y Alicia Lázaro, respectivamente, y con la colaboración de la CND y los coreógrafos Mar Aguiló y Pau Arán. La noche de Carnaval en una pista de baile de los años 70 es el contexto elegido para recuperar y hacernos disfrutar de algunos de esos fandangos, tonadillas y sainetes que tanto han influido en la evolución de nuestras artes escénicas. Hablamos con las directoras sobre esta sorprendente propuesta.

 

Fandangos, tonadillas y sainetes

 

Por David Hinarejos

-Entrevista a Laura Ortega (Directora de escena)

 

¿Cómo ha sido la labor previa de documentación? ¿Ha sido un trabajo conjunto con Alicia Lázaro para descubrir el legado que nos han dejado las piezas del siglo XVIII?

El final del siglo XVIII es fascinante. Mirado con una óptica binocular (de pasado y presente), hay tanto de nuestra modernidad construido a partir de ese momento que lo difícil es no buscar paralelismos. El espectáculo trataba de darle una medida contemporánea a la mirada invertida con que muchas veces se presenta la realidad en escena. La investigación del repertorio musical, el trabajo con Alicia Lázaro y en lo dramatúrgico con Juan Menchero, me ha permitido encontrar pistas reveladoras en la construcción de Fandangos y tonadillas. Hemos necesitado meses, dedicados a encontrar fuentes documentales, a hacer transcripciones, arreglos, para llegar a una idea bastante simple que nos acercara a este legado desde el rigor, pero sin perder de vista lo lúdico, que la función cuestiona y lleva a su centro. La labor de documentación ha permitido que surgieran en la búsqueda imágenes contemporáneas sin las cuales es muy difícil crear.

 

Fandangos y tonadillas CNTC Laura Ortega
Foto: Sergio Parra

 

¿Cómo definirías lo que vamos a encontrarnos encima del escenario? ¿Es un guiño al concepto puro de ‘entretenimiento’ que ejemplificaban en la época tonadillas, fandangos y sainetes?

Sobre el escenario hay una fiesta empezada y lo que el espectador ve es la necesidad imperiosa que tienen los personajes que lo habitan de que no decaiga, lo que no deja de ser una especie de condena. La pregunta de si siempre, o cuándo, más bien, la fiesta nos obliga a divertir a los otros con lo que a ellos les divierte, y que a nosotros nos ‘fuerza’, aun pasándolo bien, a fingirnos personas diferentes, está por ahí rondando. Pero más allá de lo festivo, el espectáculo trata de reflexionar sobre la relación entre el teatro y el espacio urbano con preguntas sobre el artificio y la verdad. La murmuración que circula; la moda del gorgorito y lo cortesano, opuesta a una idea castiza de la música y el baile; la sujeción legislativa del oficio teatral y su subordinación al poder; y el trabajo de los cómicos.

Por ejemplo, Miguel Garrido y María Vallejo ‘La Caramba’ eran auténticas estrellas del teatro madrileño de aquel entonces, y de sus tonadillas a dúo nos queda la forma de esas canciones de espectáculo de variedades, de cabaret, y de zarzuela, claro, que reconocemos, por ejemplo, en ¡Ay, Carmela! de José Sanchis Sinisterra. Los cómicos del siglo XVIII, salvando las distancias, también tenían que ser capaces de salir a los leones y resolver cualquier revés escénico con verdadero riesgo. 

 

¿Cuál es el valor dramatúrgico de estas piezas?

El paso de la calle al escenario y del escenario a la calle. Estas piezas hablan de gente que iba al teatro a verse y después se imitaba a sí misma. Son postales, una suerte de instantáneas previas al ‘street photography’, grabados, si se quiere, o pinturas de costumbres. En el sainete, sin duda, pero también en la tonadilla e incluso en la música y el baile, que aquí es danza contemporánea pero no pierde de vista su contexto de origen, se recogen asuntos del comportamiento de ciertos tipos sociales -no vamos a decir que todos- que resumen algo esencial de la vida de una ciudad. Son piezas que miran también hacia el propio teatro, que reflexionan sobre ese juego de imitación que mencionaba antes. Y son piezas atrevidas, pícaras, que caminan solas hacia la construcción del mundo moderno.

 

Para ofrecer cierto hilo conductor en esta fiesta habéis optado por versionar El italiano fingido de Ramón de la Cruz. ¿Cuál va a ser la historia y los personajes que den sentido a todos los elementos?

Aprovechando que el propio sainete sucede en una ‘academia’, es decir, una fiesta o un concierto en una casa de la época, y que tanto las tonadillas como los fandangos son intermedios teatrales, hemos querido situar la acción en un espacio reconocible y contemporáneo: una pista de baile de los años 70, y en un tiempo que transcurre del final de la fiesta a sus preparativos. Los personajes son seres noctámbulos reunidos una noche de Carnaval, justo antes de que comience la Cuaresma, cuando cerraban los teatros. Aparte de Garrido y La Caramba, que interpretan a otros personajes, y a sí mismos, están los invitados, los músicos y bailarines, y un tenor, que no es el que esperaban. En el caso de Garrido es una suerte de ‘arlecchino’, y está eternamente forzado, como Sísifo, a poner las condiciones que hacen que cuando la fiesta llegue a su fin, empiece otra vez, teniéndose que poner de nuevo al servicio del público invitado. Todo su arsenal escénico y revoltoso se pone al servicio de su amo, para que su fiesta no sea un fracaso estrepitoso. La situación no se lo pone fácil. Tiene que enfrentarse a varios reveses que ponen a prueba su desparpajo: un tenor italiano de renombre, fundamental para que algo le llegue a él de la dote que el amo espera recibir al casarse con la que organiza la fiesta, no está en la ciudad. Los invitados, además, no se comportan como tales…

-Entrevista a Alicia Lázaro (Directora musical)

 

¿Cómo ha sido la labor previa de documentación? ¿Ha sido un trabajo conjunto con Laura Ortega para descubrir el legado que nos han dejado las piezas del siglo XVIII?

El trabajo de investigación comenzó con la música. La dirección de la CNTC me encargó este ilusionante proyecto, que habían maquinado Lluis Homar y Xavier Albertí, para presentar el repertorio de tonadilla escénica junto a la danza, con esa idea estupenda de contar con jóvenes coreógrafos de la Compañía Nacional de Danza. Lluis y Xavier conocen mi forma de trabajar y saben que voy a ser muy “pesadita” y rigurosa en cuanto a la investigación de repertorio musical, elección de piezas, instrumentos, voces, etc. Es un repertorio inmenso (cualitativa y cuantitativamente) al que me he acercado ya en varias ocasiones en mi vida profesional. Ahora el reto era ponerlo en escena, y presentarlo con otros ojos, con otras prioridades. Y ahí apareció Laura Ortega, con la que comparto el mismo nivel de exigencia artística, y también de búsqueda de nuevas formas de presentar este repertorio. Ha sido fácil entenderse y remar juntas, y la producción ha ido creciendo. Un “crescendo” auténtico, como los de la música en Rossini, esa olla que se pone a hervir y crece, crece…

 

Fandangos y tonadillas CNTC Alicia Lázaro
Foto: Sergio Parra

 

¿Te llamó la atención la calidad de las composiciones y virtuosismo de los intérpretes?

No me ha sorprendido, es un repertorio que conozco. Por eso la exigencia de contar con buenos músicos, voces adecuadas (que no solo canten, sino que interpreten), instrumentos capaces de resolver el virtuosismo que contienen, con el rigor necesario y al mismo tiempo con la flexibilidad que necesita esta producción.

 

¿Qué compositores y títulos tienen más peso en los que vamos a encontrarnos?

Las tonadillas son de los dos ‘grandes’ del Madrid teatral del XVIII: el navarro Blas de Laserna y el catalán Pablo Esteve. Los fandangos son también de dos grandes, Antonio Soler y Luigi Boccherini, del que oiremos también algún que otro apunte de su Música nocturna de las calles de Madrid.

 

El elenco de cantantes líricos, ¿cómo ha enfrentado el reto?

Para las dos sopranos, María Hinojosa, Cecilia Lavilla, no ha sido una sorpresa musical, ellas conocen bien la música del XVIII. Los dos tenores, Ángel Ruiz y Rafa Castejón, son buenas voces, muy frescas y con diferentes colores. Ellos son también actores profesionales, y creo que esta mezcla de profesiones diferentes es lo que dará un resultado que esperamos muy interesante.

 

¿Qué instrumentos habéis optado por utilizar?

He optado por el ‘combo’ básico barroco, con los instrumentos en escena y formando parte de la propuesta visual de Laura. Hay dos violines, violoncello, clave y guitarra. El clave se usa también como instrumento solista. 

 

¿Cómo son las coreografías de Mar Aguiló y Pau Arán? ¿Diste algunas pautas a seguir?

De nuevo es la dualidad, danza contemporánea y música del XVIII. No tuve que darles nada diferente de la propia música, si acaso cuatro ideas sobre la función que cumplía la danza en los festejos, y cosas así muy genéricas como el humor que destila a raudales esta música. Como el humor, el humor contagioso que destila a raudales esta música destinada a la fiesta, al teatro. Humor que a ratos puede ser sardónico, o crítico, pero que siempre es inteligente. Personalmente, no he renunciado a nada, y creo que ellos tampoco, porque han sabido utilizar esas músicas para crear algo nuevo, y estoy contenta de que haya sido así. Es un mensaje también de optimismo y esperanza para mis colegas de la música que llamamos ‘antigua’: no es necesario renunciar al estilo, a los instrumentos, a la forma de abordarlos, para que la música ‘sirva’ a la danza, a la expresión gestual, al teatro. Bien al contrario, estas músicas contienen elementos que llegan perfectamente al público del siglo XXI. Que hayan servido a dos creadores tan estupendos como Mar y Pau, me alegra de verdad.