Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

Foto del montaje de Esperando a Godot dirigido por Alfredo Sanzol en el Centro Dramático Nacional en 2013

 

En este mes de noviembre, en Madrid, hay previstos 60 estrenos de teatro, danza o circo. Sobre todo de teatro. Bueno, probablemente hay más, sobre todo en el llamado ‘Off’, pero estos 60 son los que hemos reflejado en el número de noviembre de la Revista Godot.

En esta cifra no están incluidos los 22 espectáculos que se presentan en el Festival de Otoño, los 9 del Festival Lírica al Margen, los 25 artistas programados en el FLIPAS de Naves Matadero (festival internacional de palabra, acción y sonido que tiene además un ciclo de cine), los más de 50 músicos que estarán en el Festival JazzMadrid 2018 o las 12 performances que conforman el programa de Acción!MAD18, también en Matadero.

Ah, tampoco están contemplados en esa cifra de 60 estrenos, los espectáculos para niños y niñas, los infantiles, que hay a cascoporro, ni los monólogos de stand up, que están por doquier.

Dejando todo eso a un lado, de esos 60 estrenos, 24 son de obras que estarán en cartel más de un mes, aunque bastantes de ellas solo una vez a la semana.

Habrá 8 títulos programados entre 3 y 4 semanas, 4 estarán entre 2 y 3 semanas, 5 entre 1 y 2 semanas y 19 menos de una semana.

Este es un dibujo cuantitativo de la situación actual de la industria escénica madrileña. Se produce mucho, se consume rápido.

¿Se produce mucho con la intención de perdurar o de girar o de mantenerse activo cueste lo que cueste?

¿Realmente hay público para todo y para todos?

La gran pregunta. Es posible que haya público para todo (habría que ir preguntando datos de ocupación a los teatros pasado el mes de noviembre), pero el fenómeno de atomización es evidente.

Si la producción se atomiza, el público se atomiza.

Cada vez es menos frecuente encontrar un espectador que vaya a ver por igual una performance, una obra de teatro convencional, un monólogo cómico, un infantil, una ópera, una pieza de danza o un concierto de jazz.

Que me diréis: ¿por qué tienen que ir a ver unas cosas y otras? Cada uno va a lo que le gusta, a lo que le interesa, ¿no?

Sí.

Los públicos van creando conjuntos cerrados por afinidades e intereses que no siempre se comunican con el vecino.

Es un signo de los tiempos.

Nuestro mundo es el de nuestro círculo, nuestros amigos de facebook, nuestro timeline de noticias.

Pero volviendo al teatro: en el mundo rural, el teatro o, en su defecto, el centro cultural o el auditorio municipal, sigue siendo ese lugar mágico de reunión donde, más allá de lo que haya en el escenario, hay un encuentro humano sin horarios ni agendas. Por un solo escenario pasa todo el abanico de compañías en gira y, cuando queda hueco, actúan los grupos locales.

En las ciudades nos atomizamos.

En los pueblos se ensalza el batiburrillo.

«No estamos locos, que sabemos lo que queremos», cantaba Ketama… no sé qué pensar.

¿Tú qué piensas?