Vuelve a Madrid, a los Teatros del Canal, la última creación de Ron Lalá y esta vez, aparentemente, no tiene que ver con el Siglo de Oro… o no solo, porque tiene que ver con toda la historia del teatro. Crimen y telón es suma y compendio del desparpajo canallesco, del humor verbal marca de la casa, de la pericia musico-teatral y del desafío al pensamiento, pero sobre todo es un pedazo de homenaje al oficio teatral.

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

Fotos: David Ruiz

 

 

Ser muy fan de la gente que entrevistas tiene su peligro. A veces se pierde perspectiva y caes en la loa facilona. Uno es teatrero y se encuentra mes a mes frente a profesionales que admira, pero es que con Ron Lalá hay algo especial. Los conocí hará unos 10 años. Recuerdo títulos como Mundo y final o Time al tiempo, cosas que nadie hacía, una fórmula básica de teatro, humor y música que, como la Coca-Cola, debe tener un ingrediente secreto que solo ellos conocen, algo que te deja un buen rollo en el cuerpo hasta cuando no están actuando, solo respondiendo colectivamente a tus preguntas.

 

De 2012 hasta 2017 encadenaron tres espectáculos magníficos, una trilogía íntimamente ligada al Siglo de Oro español que les ha abierto las puertas de los teatros de medio mundo. Siglo de Oro, siglo de ahora (Folía), En un lugar del Quijote y Cervantina podrían haberlos llevado a un sitio de comodidad artística legítima, bien ganada, pero su evolución pasa por superarse poniéndose nuevos retos. Como dice su director, Yayo Cáceres, mentando a los Beatles, “cada nuevo disco marca la muerte del anterior y cada uno por sí es una maravilla”. Pues lo mismo les pasa a ellos. Crimen y telón, su último espectáculo, parece una ruptura con su pasado inmediato, pero no podría existir sin lo que han hecho y sido hasta ahora.

 

Combate de negro y blanco

Me invitaron a su local de Urgel a ver un ensayo de este nuevo montaje una mañana de noviembre de 2017, a casi un mes del estreno en el Fernán Gómez. Qué queréis que os diga: disfruté como un enano, y eso que no dejaba de ser un ensayo. Los pocos privilegiados que estamos sentados allí viéndolos somos los primeros detenidos como sospechosos, cómplices o testigos de un articidio en primer grado. El juego escénico que despliegan implica a los espectadores desde el minuto uno. Como en las buenas novelas de Hammett, de Chandler, de Highsmith, estás involucrado en el asunto desde el preciso momento en el que Noir, el detective, encuentra el cadáver. Todo sucede en un cercano futuro en el que las artes están prohibidas y nuestro planeta, convertido en Ciudad Tierra, vendido al consumismo extremo, es liderado por una inteligencia artificial con un ejército de drones. Noir tiene que descubrir al asesino antes de que la Agencia Anti Arte, personificada en el siniestro Blanco, desvele el secreto de su oscuro y poético pasado. Para ello recorrerá la historia del Teatro en busca de verdades ocultas mientras una red de misteriosos personajes conspiran en la sombra. La obra comienza con un cómic proyectado que nos pone en antecedentes. Todos los lenguajes tienen aquí cabida.

 

La posverdad es una posverdad

“Siempre el teatro es viñeta, siempre el actor se dibuja en escena. El teatro es cómic a tiempo real”, dice Yayo. “De hecho, una de nuestras influencias ha sido el cómic negro -añade Álvaro Tato-, que está viviendo una edad de oro en el siglo XXI. Nos flipa Ed Brubaker por ejemplo”. “El ritmo de la obra también es muy de género negro -continúa Íñigo Echevarría-, hay secuencias súper frenéticas, es casi como un combate de boxeo entre Noir y Blanco. Luego dejamos espacio a zonas un poco más poéticas que tienen que ver con este momento en el que se pone en cuestión decir según qué cosas en según qué medios. Es una alerta. Como avisan series como Black Mirror y The Hadnsmaid’s Tale, o nos ponemos las pilas o nos levantan el chiringuito de la libertad de expresión”. “No hay filosofía detrás de las redes sociales -Yayo otra vez-. Su sentido, cuando se crearon, era humanista, de poner conocimiento en común. Pero nos han traído la posverdad”. Que no sabemos si es verdad, digo yo. “La posverdad es una posverdad”, apostilla Miguel Magdalena, arrancando la carcajada general.

 

El teatro ha muerto. ¡Viva el teatro! en Madrid
©David Ruiz

 

Género negro, distopía futurista, ciencia ficción, teatro de sombras, máscaras, música, verso, poesía, cómic, teatro. Todo al servicio de la historia, de una obra que se vive intensamente y que, circunstancia curiosa, es la primera de Ron Lalá que se crea de la nada con un arco de principio a fin, una dramaturgia basada no ya en escenas cortas, sino en la escritura clásica del relato cinematográfico americano, con su trama principal, sus tramas secundarias, sus giros de guión… “Más artesanal que nunca”, dice Daniel Rovalher. Todo parte de la idea de que el teatro ha muerto con el fin, precisamente, de hacer un canto al teatro. “Un canto lleno de preguntas también, de ironía -Tato-, pero con una sensación que tenemos en las giras de que el teatro es en realidad refugio de muchas cosas».

 

También para ellos lo ha sido en estos 17 años que llevan juntos, viendo fluctuar el negocio, viendo como la crisis cierra teatros. «Somos unos afortunados -Íñigo-, por la cantidad de gira que tenemos y por el público que nos soporta y nos apoya. Creo que está difícil en un país en el que hemos tenido ahora mismo dos años de presupuestos generales prorrogados, un año poselectoral en el que muchos presupuestos de este año se han visto paralizados, y eso ha paralizado las giras. Yo creo que el problema de nuestro sector es que dependemos en un porcentaje altísimo de lo público; que no se me malinterprete, creo que es necesario, fundamental, como motor, como impulsor, como garante, pero hasta que no consigamos depender objetivamente del público en privado, vamos a esta al albur de cómo cambie el tiempo político en este país». Con todo, como sentencia Juan Cañas, «cuando viajas a Latinoamérica por ejemplo, ves que hay quien está mucho peor”. «Hay que darse cuenta de lo que se tiene», apostilla Yayo, «sino es complicado mantener un discurso, aunque es cierto que a las autoridades se la suda la cultura como tal».

 

Enemigos del poder

¿Cuál es, pues, el secreto del éxito de Ron Lalá, más allá de lo artístico? «Somos gente dispuesta a arrimar el hombro en todo momento», cuenta Miguel Magdalena. Íñigo: «tenemos la conciencia de ser piezas de un engranaje mucho más grande». Yayo: «El límite es una virtud, no un problema». Tato: «La carencia es creativa». En Crimen y telón se hace referencia, como enemigos del teatro, al poder y a la religión. Pero, ¿nos tenemos que preocupar hasta el punto de pensar que el teatro pueda desaparecer víctima de esos estamentos? ¿Tiene realmente el teatro una incidencia real en la sociedad? «Más que nada -contesta Álvaro Tato-, el gran enemigo del teatro es el poder, no hay prácticamente ninguna época donde el poder y el teatro no sean antagónicos. Si el teatro vale o no vale para algo es una pregunta para el público, nosotros vamos a decir que por supuesto, que es como la sangre que nos corre por las venas, que es la forma de romper con la tecnología de una manera activa y verdadera, que la libertad está ahí, pero lo más bonito es que sea el público el que diga: joder, he desconectado, he apagado el móvil y durante una hora y media no he necesitado ninguna red social ni para vivir, ni para pensar, ni para sentir quién soy».

 

«Quizás no sea el teatro el que debe preocuparse por el poder, sino el poder el que se tiene que preocupar por el teatro», propone Magdalena. «El poder es el enemigo de todo -Yayo-, también del periodismo, por ejemplo, cuando el periodismo se convierte en propaganda, cuando desaparecen los hechos y empiezan las tendencias. El teatro, como el periodismo, tiene que generar preguntas.» Preguntas incómodas, añado. Así pues, el único enemigo claro del teatro es el poder. A por él.