Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer

Fotos: Sergio Parra

 

Donde Lorca lo dejó…

 

Un elenco de 16 actores y actrices y dos músicos a las órdenes de Lluís Pasqual para dar cuerpo y escena al texto que Alberto Conejero ha fraguado tirando del acto conservado de Comedia sin título de Federico García Lorca.

 

Si hay un director hoy íntimamente ligado a Lorca es Lluís Pasqual, desde luego. A mediados de los años ochenta del siglo XX fue el primero en poner en pie El público, cénit del llamado teatro irrepresentable del poeta granadino. No ha dejado de juguetear -en el buen sentido- con Lorca desde entonces: 5 Lorcas 5, Los caminos de Federico, Sans Titre en el Odeón de París, La oscura raíz, La casa de Bernarda Alba varias veces, Mariana Pineda, Doña Rosita para el Piccolo de Milán y muy recientemente, en La Abadía, Romancero gitano con su musa y amiga Nuria Espert. La Comedia sin título la montó en 1989 para el CDN, en el María Guerrero, pero ahora va a ser distinto, porque donde lo dejó Lorca (donde lo tuvo que dejar, donde lo obligaron a dejarlo por imperativo fascista), lo ha retomado Alberto Conejero, probablemente el dramaturgo contemporáneo más entrenado para tan osada tarea. La Comunidad de Madrid, a través de su consejero de cultura Jaime de los Santos, le hizo el encargo, tirando de un deseo del propio Conejero cuya simiente se pierde en el baúl de los deseos literarios de juventud. En un principio el Teatre Lliure de Barcelona se había apuntado a la producción, pero la controvertida salida de Pasqual del centro catalán ha dejado el montaje en manos del Teatro Español y la propia Comunidad de Madrid, un esperanzador ejemplo de colaboración institucional entre dos administraciones gobernadas por partidos de distinto signo. Ojalá cunda el ejemplo y no se quede en algo anecdótico. Sumar esfuerzos para poner en pie un montaje que nace con trazas de producción mítica, con pretensión de hacer historia, era muy necesario.

Diálogo con el poeta

Alberto Conejero (Jaén, 1978) había trabajado El amor de don Perlimplín y Belisa en su jardín y, sobre todo, es autor de La piedra oscura, obra que le puso en órbita interestelar (uno de sus actores, Nacho Sánchez, repite aquí). Pero continuar el que él considera un “drama social”, la Comedia sin título, son palabras mayores. “Es una obra de teatro que siempre estará por escribirse -dice Conejero-. Ésa es su potencia y yo no he pretendido clausurarla. Pero durante años me asomaba a la última línea del manuscrito como quien se asoma a la marea porque oye una voz que lo llama desde adentro. El sueño de la vida no pretende dar fin a la Comedia sin título, tampoco es una reescritura. Es un nuevo texto escrito en un vacío infinito, un diálogo entre lo que fue y lo que no pudo ser”.

La trilogía irrepresentable

Lo que tendría que haber sido la obra Comedia sin título si no le faltaran dos actos forma, junto a El público y Así que pasen cinco años, una trilogía que en su momento tensó hasta límites insospechados la relación entre el texto teatral y el escenario, tal y como lo estaban haciendo otro contemporáneos suyos como Valle-Inclán. Pero su carga poética sin renunciar a su apego a la realidad son genuinas. “El conflicto sobre la verdad en el teatro y en el amor -continúa Conejero- que en El público sucede principalmente dentro del pecho de El director, se intenta resolver aquí abriendo de par en par las puertas del teatro. Pero por esas puertas abiertas entran no sólo el optimismo revolucionario y los anhelos de un mundo más justo sino también las fuerzas más conservadoras, cínicas y agresivas. Y no nos engañemos: éstas pueden encontrarse en los despachos, pero también en los andamios. No hay síntesis apaciguadora en su resolución: porque es insufrible un teatro que dé la espalda a la realidad de su tiempo (“no quiero que se derrame sangre verdadera junto a los muros de la mentira”, cita de Lorca) pero ¿qué poesía se sobrevive doblegada ante la pólvora y los estrados? Como en El público nos encontramos un callejón sin salida; de ahí emerge la idea del sacrificio en este auto sacramental laico en el que el creador aparece “como un agonizante de Dios” que no pertenece “ni al reino de los vivos ni al de los muertos” y, sin embargo, no puede dejar de pertenecer”. El también poeta jienense dice haber sentido durante el proceso de escritura de El sueño de la vida el aliento y la compañía de Artaud, de Angélica Liddell, de Wajdi Mouawad, “autores todos de pulsión trágica y entregados al misterio, de los que aprendo todos los días; y, por supuesto y en cada momento, de Lorca escribiendo estos dos actos que no pretenden dar fin a nada sino entregar al presente la intimidad con una voz”.

 

EL SUEÑO DE LA VIDA

Teatro Español

Del 17 de enero al 24 de febrero