SUSCRÍBETE

El regreso de Nata Moreno a los escenarios

«Todo es tan exigente que la búsqueda de la felicidad se convierte en la propia enfermedad»

 

Rubén Ochandiano escribe y dirige El alivio o la crueldad de los muertos, tragicomedia que explora el nacimiento del monstruo interior a través de una irreverente historia en la que un grupo de amigos se reúne para celebrar el cumpleaños de una de ellas, una fiesta que acabará por sacar a la luz sus verdaderas identidades llenas de complejos y prejuicios. Una ácida mirada a esta sociedad en la que la exigencia por aparentar felicidad lo intoxica todo, hasta la amistad.

Dentro del estupendo elenco del que se ha rodeado Ochandiano, encontramos a Nata Moreno que, después de ganar un Goya con el documental Ara Malikian: una vida entre las cuerdas, recupera su faceta como actriz en esta coproducción en la que Teatros del Canal participa y con la que inicia temporada. Un regreso que nos ha regalado una conversación de lo más animada y variopinta con esta creadora multifacética que tiene mucho por contar.

 

Sacando a pasear nuestro monstruo interior

 

 

Por José Antonio Alba

Foto de portada cortesía de Sofía Pedroche

 

Nata, eres directora, dramaturga, productora, actriz… pero ¿tú cómo te calificarías? ¿Cuál sería tu propia presentación?

Te he oído decir “eres” y he pensado “Ufff…” Me da un poco de vértigo porque son palabras muy grandes decirte que soy todo eso. Yo te diría que más bien he picado en todo eso porque las manifestaciones artísticas tienen muchas ramificaciones distintas. No sé si soy todo eso, o si soy buena o mala en todo eso, lo que sí sé es que voy a probar allá donde sienta que tengo algo que aprender.

 

El permitirse a uno mismo probar es de las cosas más maravillosas que existen.

Sobre todo, darse el gusto de equivocarse, de que no te salga tan bien. Yo creo que a veces le tenemos mucho miedo a ser una cosa u otra, a que te pongas etiquetas o que no te salga. En el error está el aprendizaje y en el camino el disfrute. A mí todo esto me gusta, me gusta contar historias y poder utilizar todas las formas con las que se pueden contar historias.

 

Ahora has pasado de dirigir videoclips, cortos y documentales, como Ara Malikian: una vida entre las cuerdas, con el que ganaste el Goya, a subirte al escenario como actriz con la obra El alivio o la crueldad de los muertos, escrita y dirigida por Rubén Ochandiano. ¿Qué te ha llevado a dar este doble salto de pasar de estar tras la cámara a ponerte frente al público y cambiar el cine por el teatro?

En realidad, empecé al revés, comencé a estudiar arte dramático y trabajé muchos años como actriz, pero con el embarazo de mi hijo sentí que necesitaba desarrollar mi creatividad en una actividad que pudiera hacer en mi casa y estar cerca suyo. Empecé a estudiar dramaturgia, guion, a probar con la cámara para hacer cortometrajes, videoclips, una cosa me llevó a la otra y comencé a rodar el documental. Pero lo cierto es que la actriz siempre ha estado ahí. Estaba dormida, pero estaba. Me llamó Rubén Ochandiano, que es un actor y director que admiro y respeto mucho, me parece que tiene mucho que contar con sus creaciones, y me ofreció un personaje que me apeteció mucho y dije “¡Vamos!”. Es un personaje muy complejo. Es danza teatro, con lo que tengo que volver a bailar, que es algo que no hago desde niña, bueno… ‘bailar’, en realidad doy tres saltos (risas). Que nadie espere una bailarina porque no sería real.  Pero lo hago con mucho gusto y mucho placer. Siempre pienso que todo lo bueno está por llegar y hay tanto qué aprender…

 

Según Rubén Ochandiano, la obra habla de “la incapacidad para ser felices y la constante búsqueda del bienestar”, ¿qué crees que es lo que nos lleva a este estado?

En concreto ese es el tema que atraviesa toda la obra, también se habla de la creación del monstruo, hasta dónde aguanta la cabeza del más frágil, cuándo se rompe. La insatisfacción crónica, esta cosa burguesa de este lado del mundo, este sistema acomodado, que busca donde ya no hay y no ve donde uno ya tiene. Parece que siempre se instala una especie de infelicidad, como un malestar crónico. Hay veces que solo hace falta parar y ver a tu alrededor para saber que lo que tiene es un súper regalo. Cuando Rubén me envió el texto me pareció algo muy actual, ese término de la felicidad que es tan sutil, responder a tantos cánones establecidos, ni qué decir ahora con las redes sociales, con los niveles de exposición a los que estamos sometidos todo el día. Parece que el éxito y la felicidad son estandartes que hay que conquistar, se ha vuelto todo muy exigente.

 

El_alivio_o_la_crueldad_de_los_muertos_Godot_05
Nata Moreno junto a Sergio Mur en una escena de ‘El alivio o La crueldad de los muertos’. Foto: Pablo Lorente

 

Si es verdad que da la sensación de que siempre tenemos que estar en la cima de algo.

Sí, esa cosa de que tenemos que tener un trabajo brillante, unos amigos alucinantes, donde siempre te pasan cosas fascinantes. Todo es tan exigente que la búsqueda de la felicidad se convierte en la propia enfermedad.

 

¿Cómo se traduce esto en El alivio o la crueldad de los muertos?

La historia ocurre dentro del mundillo del espectáculo, de actores, directores… lo teatral. Es el cumpleaños de Nata, que es mi personaje, todos sus amigos van a celebrarlo. Y en ese mismo día, van a salir sus verdaderos ‘yoes’, va a haber un conflicto grande y van a comenzar a ser críticos los unos con los otros, a maltratarse, de una manera sutil, pero a maltratarse, y ver quién aguanta más.

Creo que el público va a recibir una función poco convencional, posee un gran nivel de belleza artística que te llevarás te guste el tema o no. Hay algo en lo estético y en los artístico que es una apuesta alucinante y eso ya es un regalo a los sentidos. Van a pasar un rato de diversión. Nos estamos dejando la piel, sé que esto es algo que se dice siempre, pero es que estamos a un nivel de ensayos altísimo, con un trabajo físico fortísimo, con un coreógrafo como Javier Monzón que ha sido primer bailarín de la Compañía Nacional de Danza, estamos sudando la gota gorda. Es una función que no te da tregua, arranca y hasta que acaba estás a tope. Eso tan vertiginoso que tiene la vida, es muy bonito de ver; y un gusto de poder hacer.

A veces me pasa que cuando he ido a festivales de Avignon, de Bogotá, de París, se ve un nivel de riesgo, de implicación que aquí, y mira que quiero al teatro que se hace en mi país, no sé si llegamos. Nosotros tampoco sé si lo conseguiremos, pero al menos estamos apuntando a ello para que el espectador diga: “Qué gustoso de ver. No es un pescado muerto, no es un teatro muerto». Si conseguimos eso, ya tendremos conseguido un montón.

 

Hablas del riesgo, de lo interesante que es. Si no lo hay, ¿qué sentido tiene lo que haces?

Sobre todo en el teatro, porque creo que la vida conlleva tanto riesgo, que dejar el teatro paralizado en lo burgués va en contra del propio acto. Tiene que ser un espejo de la vida, que genere esa sensación de estar mirando por un agujero algo que no sabes bien si deberías estar viendo porque tiene que haber intimidad, cierto susto, que traspase.

 

¿Cuál es el género en el que os movéis?

Es una función que va a sacar risas, tiene un trasfondo social y humanístico brutal, con muchas capas y muchas lecturas, que pone la mira en asuntos políticos, económicos, sociales, raciales, importantísimos, pero lo estamos trabajando desde la farsa. No son actuaciones ‘normalistas’, están un punto más arriba. Algo así como lo que sucede en pelis de Woody Allen como Balas sobre Broadway.

 

La comedia siempre te deja hablar con más libertad sobre la gravedad de cualquier asunto.

Si uno no puede reírse para hacer la reflexión, ¿adónde vamos? Y pensar: “¿Por qué me ha hecho reír?” Me ha hecho reír porque me hace espejo. Uno tiene que tomar consciencia de todo desde ahí para entender este vendaval.

 

El_alivio_o_la_crueldad_de_los_muertos_Godot_06
Escena de ‘El alivio o La crueldad de los muertos’ de Rubén Ochandiano. Foto: Pablo Lorente

 

Los personajes se llaman como vosotros, ¿compartís algún aspecto más en común?

No te digo que seamos esos personajes, pero que, de alguna manera, olemos su realidad, la entendemos, sí. Yo hago de una tía que es directora de cine y de teatro, con ciertos asuntos en los que me reconozco. Es curioso, porque a veces los personajes están lejísimos de uno, pero siempre tienen algo que ver. Siempre hay algo en lo que uno olisquea. Y en este caso, Rubén que tiene una mirada muy amplia, creo que ha sido muy intuitivo a la hora de coger a los actores que ha escogido.

 

Evidentemente, a quienes vivimos dentro del mundo del espectáculo las historias que tratan sobre nosotros, nos interesan. Pero ¿crees que ese punto endogámico llega a llamar la atención del público general?

Es verdad que cuando leí el texto yo también me lo planteé. A mí me atraviesa completamente porque es mi universo, pero hasta qué punto podemos llegar un poco más lejos. Y ahí creo que el autor, Rubén, ha sido listo porque ha enmarcado un asunto universal dentro de un entorno concreto, en un microcosmos para hablar de un macrocosmos. Él conoce bien ese mundo y le puede sacar mucho jugo, mucha punta, pero el tema del que se habla, el conflicto que ocurre, y los lugares que atraviesa, son universales. Está claro que cada uno tiene sus idiosincrasias, pero lo humano es común a todos.

 

Antes hacías alusión de que uno de los pilares sobre los que se apoya la función es la teoría de Nietzsche que dice que “Luchar contra monstruos nos hace correr el riesgo de convertirnos en uno de ellos”. ¿De qué manera crees que podemos evitarlo?

Es una pregunta compleja, ¡ojalá tuviera la respuesta porque sería una solución planetaria! (risas). Mi opinión es que lo primero que debemos hacer es mirar el propio monstruo. Uno tiene que ser honesto con su herida, su lado oscuro, o como lo quieras llamar; todos, al final, tenemos uno y hay que hacer análisis y autocrítica para ver dónde se nos va la mano. Porque uno solo puede ser responsable de uno mismo.

 

La autocrítica es una asignatura que la gran mayoría tenemos pendiente.

Se nos llena la boca de juicios hacia los demás, pero lo primero que tenemos que hacer, antes de señalar a otro por lo que hace, es ver si nosotros no estamos haciendo lo mismo, tener una coherencia con lo que juzgamos. No es tan sencillo. Quizá poner esto en el teatro no hará que salgamos iluminados, pero sí hará que nos planteemos según qué cosas y quizá salgamos con la intención de darle una vuelta.

 

El_alivio_o_la_crueldad_de_los_muertos_Godot_02
Rubén Ochandiano junto al elenco de ‘El alivio o la crueldad de los muertos’.

 

¿Cuesta dejar a la Nata directora aparcada? ¿Cómo llevas eso de que sean otros los que te dirijan a ti?

Con una dualidad tremenda, no te voy a engañar. Por un lado, he dado con un director fabuloso que te abraza, que te lleva de la mano, es un gusto y yo estaba necesitando eso porque trabajo mucho sola. La dirección, hasta que llegas a rodaje, tiene mucho de soledad, y estaba echando mucho de menos tener compañeros, y batirnos todos juntos el cobre. Pero, por otro lado, no te voy a negar que me he acostumbrado a dirigir y soy ‘Doña Opiniones’, soy un poco pesada y me tienen que decir “¡Cállate!” (risas). No lo puedo evitar, es una malformación que tengo, pero creo que estoy consiguiendo dejar eso a un lado. Soy profundamente respetuosa con el trabajo del director. Todo esto es muy bueno para mi vida y para dirigir mi propia peli, ponerme en manos de otro director y aprender desde ahí.

 

Tras esta experiencia teatral, vuelves a ponerte tras las cámaras, como directora, con tu primer largometraje de ficción, ¿qué nos puedes contar?

Sí, ya tengo mi primer largometraje documental, pero esto es diferente. Me he sentado, he creado un guion, una historia con personajes, con tramas, subtramas, giros… Ha sido un trabajo sutil, delicado, muy gustoso, pero muy difícil. No sé si conseguiré hacerlo bien, tampoco sé si en la vida se pueden hacer las cosas bien o mal. Soy una novata absoluta, pero me he puesto personal, he tirado de una historia personal y ahí no hay trampa. Ahora estamos en la búsqueda de un socio productor para coproducir, ya tenemos un par de novios, así que en octubre espero poder sentarme con toda la producción.

 

¿El Goya facilita las cosas?

Bueno, ha sido un año diferente, un poco raro, pero no te voy a negar que sí que es cierto que tener un Goya pesa y puntúa. Todo se vuelve más dócil, como conseguir reuniones con productores. Hay puertas que se abren, orejas que escuchan, así que sí, sí que ayuda. Aunque mi Goya es un poco atípico porque me lo dieron y a los 10 días nos encerraron por la pandemia. Hubo toda una serie de cosas que tenía que haber vivido y que no pudo ser. Por ejemplo, estuve nominada a los Platino en México y no pude ir o el Festival de Palm Springs. Me perdí tantos festivales tan bonitos y que tenía tantas ganas de ir…

 

Nata, sé que tienes por ahí un proyecto sobre la figura de Raquel Meller, ¿qué ha pasado con él?

Es un proyecto que llevo muchos años investigando y desarrollando, a veces lo retomo con más fuerzas, a veces lo dejo respirar, porque no quiero que sea un biopic al uso sobre Raquel Meller. Es una gran mujer y quiero encontrar la fórmula para transformar esta idea de cine femenino y del “contamos historias sobre chicas”. Me apetece contar thriller e historias de miedo y escarbar en otros sitios que no parecen tan femeninos. Así que es algo a lo que le doy muchas vueltas y me acompaña con mucho amor porque Raquel además era aragonesa, como yo, y tengo como mucha necesidad de contar su historia. En este caso lo quiero coescribir, no quiero hacerlo sola, para tener un poco más de perspectiva. Y me voy a poner ya.

 

Me estoy dando cuenta que, ya sea desde el cine, el documental o el teatro, el escenario siempre está presente en lo que haces.

Es que yo vengo de ahí, es lo que me apasiona. Me encanta el escenario, me chifla el universo que lo rodea y lo que lo acompaña y es desde ahí desde donde quiero contar historias. No tengo ninguna duda de que volveré a hacer más cosas que tengan que ver con el escenario.

Comparte este post