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El enorme valor de la diversidad

Javier Ruano: “Salvo que me conozcas, sobre el escenario, nadie se da cuenta si soy o no soy ciego”

Hablamos con este actor y profesor de teatro que llega al Festival Visibles con La perspectiva del suricato, un montaje de la compañía Deconné, escrito y dirigido por Pepe Galera y Rocío Bernal, dos personas que están haciendo un gran trabajo por la inclusión escénica. Javier nos habla de su experiencia como actor y de su capacidad para adaptarse a sus circunstancias vitales.

Esta obra, que pretende reflexionar sobre el concepto de normalidad y que está interpretada por Nico Andreo, Susi Espín, Mª Jesús Baeza, Pepe Villena, Miriam Garlo y el propio Javier Ruano, podrá verse el 14 de noviembre en Teatro del Barrio.

 

¿En qué momento empiezas a interesarte por las Artes Escénicas?

Empecé a hacer teatro en mi colegio. Después, durante los años de instituto, una amiga que fue compañera en el colegio me comentó que iban a montar una compañía en el pueblo y me apunté con ellos a fundar La carcoma teatro. Allí conocí gente maravillosa y con mucho talento con quienes aprendí y con los que empecé a entender algo sobre aquello que era el teatro. Luego me interesé de manera profesional ya en 2004. Algunos miembros de La carcoma decidimos viajar ese verano a Sicilia. Al llegar a la ciudad de Taormina fuimos a ver el antiguo teatro griego.

Por aquel entonces yo aún veía y me pareció impresionante: Taormina está sobre un acantilado y en lo más alto se encuentra el teatro, a la espalda de éste, tras las gradas, se veía toda la línea de costa y, al girar la vista hacia el escenario, al fondo, a lo lejos, se podía contemplar humeante el volcán Etna. En ese momento me pregunté por qué era tan importante el teatro para el mundo heleno. ¿Qué tenía el teatro de especial para construirle un templo de tales características en una ubicación como aquella? El resto del viaje me lo pasé algo tocado, me quedé atravesado por una sensación que yo identificaba con algo elevado y trascendente. En realidad estaba flipado, flipado y perdido porque no sabía qué hacer con mi vida y aquel momento fue la excusa para decidirme por estudiar arte dramático. Al año siguiente me presenté a las pruebas de la ESAD de Murcia.

 

Entonces, ¿no siempre tuviste claro que querías ganarte la vida sobre un escenario?

No, nunca lo tuve claro. De pequeño no me atraía excesivamente la idea de cantar, bailar o preparar pequeños espectáculos para la familia. Nunca me identifiqué con el teatro ni me llamaba especialmente la atención. La verdad es que era un niño muy tímido. Tan sólo cuando experimenté y comprendí el teatro conseguí valorarlo hasta querer dedicarme a ello. A veces echo la vista atrás y me doy cuenta de que fueron un cúmulo de coincidencias las que me llevaron hasta el teatro. En mi colegio había talleres de todo tipo; costura, cocina, marquetería, etc. Al entrar en sexto de EGB, un día en el que yo estaba bastante despistado, comentaron en clase los nuevos talleres y, al parecer todos levantaron la mano cuando nombraron uno de los nuevos. Yo no me había enterado de nada, sólo vi que la niña que me gustaba tenía la mano alzada y antes de darme cuenta ya tenía yo también la mano arriba. Al parecer nos habíamos presentado muchos a ese nuevo taller, se hizo un sorteo y yo salí elegido. Pero, ¿para qué? Imagínate el pánico al descubrir que me había apuntado al taller de teatro. ¿Yo en el taller de teatro? ¿Pero qué narices hacía yo allí si no era capaz de hablar con nadie que no fuese de mi círculo más íntimo? Era un despropósito pero mi timidez también me impedía abandonar aquel taller, estaba obligado a hacer teatro. Por cierto, la niña que me gustaba también salió elegida en el sorteo (risas).

 

Cuando empiezas a perder la vista, ¿en algún momento pensaste que tendrías que dejarlo o siempre tuviste claro que serías capaz de seguir actuando?

Sí, son cosas que se te pasan por la cabeza pero, como dice mi madre, «A eso no hay que darle entrada». Hasta los 25 años pude ver suficientemente nítido con una buena graduación. La retinosis pigmentaria, mi enfermedad, es degenerativa y avanza lentamente. Esto hace que la pérdida de visión se haga imperceptible y, por lo tanto, sea más fácil adaptarse. Dejé de poder leer en papel sobre los 25 años y agarré un bastón a los 28. Ahora tengo 38 años y desde los 30 solo alcanzo a distinguir claroscuros pero, sin embargo, he tenido tiempo de adaptarme al trabajo en cada etapa. Además, cada proyecto es un reto totalmente distinto y hay que tirar de mucha capacidad de resolución y creatividad para solventar cada obstáculo. Yo no soy ni el más creativo ni el más ingenioso pero son cualidades que se entrenan. Otra cuestión es si las compañías o productoras que no me conocen confiarían en mí para trabajar. Esto sí me lo he preguntado en más de una ocasión pero bueno, de la única manera que puedo respaldar mi trabajo y demostrar mi valía es con el propio trabajo. Además, salvo que me conozcas, sobre el escenario nadie se da cuenta si soy o no soy ciego (risas).

 

¿Qué sientes cuando actúas?

Disfruto. O al menos procuro disfrutar. Es una gozada cuando consigo estar mental, física y ,casi diría, espiritualmente conectado en «el aquí y ahora» escénico. No siempre se consigue completamente pero cuando eso ocurre es una sensación muy plena, sientes que has conectado con el público, con tus compañeros de escena… Sabes que en ese momento la obra ha tocado al espectador, que se lo ha llevado para sumergirlo en el mundo que se le propone. Me resulta difícil explicarlo pero lo puedo resumir en disfrutar para emocionar.

 

Como comentas, cuando ves que el público se adentra en la historia que le estáis contando, más allá de quién sea la persona/intérprete que la cuente, ¿es cuando sientes que has logrado el objetivo?

Sí, creo que ese objetivo es fundamental para cualquier proyecto teatral, independientemente de si los actores o actrices tienen una discapacidad o no la tienen. Si yo soy gordo o delgado, alto o bajo o me falta un pie será algo que inevitablemente el público verá, nosotros lo integraremos al personaje como una particularidad de éste, al igual que si fuera un lunar o una verruga natural de cualquier actor. Pero desde luego, el público se debe olvidar de la realidad personal de quién actúa sobre el escenario. Nuestro trabajo es hacerle entrar en la ficción, en esa ilusión donde los personajes viven. Lo importante no es el artista sobre el escenario sino lo que en el escenario se genera para el público.

 

Tras estos tiempos de encierro y pandemia, ¿es más especial poder subirse ahora a un escenario?

Sí, sí que lo es. No obstante, tengo unas cuantas emociones encontradas sobre este tema. Yo aún noto mucho el peso de la mascarilla entre el público, tanto para reír como para llorar. Me falta el aliento del espectador al estremecerse o al desternillarse, ese aliento que parece un elemento más de la representación y que ahora anda algo apagado. Pero bueno, también es un reto conseguir llegar al público bajo estas circunstancias.

 

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El elenco de ‘La perspectiva del suricato’

 

Presentáis en Visibles La perspectiva del suricato. ¿Qué nos puedes decir del montaje?

Siempre me cuesta responder a estas preguntas sin destripar parte de la obra. Lo que puedo decir es que, a mi juicio, es una obra con alma, creada desde la sensibilidad, con inteligencia y mucha honestidad. Es una obra de creación en la que utilizamos la estructura de una historia real, pues esto ya sucedió una vez, donde todo aquel que era considerado raro o diferente al concepto de normalidad de la época debía ser perseguido y encerrado. Partimos de esta premisa para construir todo un mundo que nace de nosotros mismos, de nuestras rarezas y nuestra experiencia intentando encajarlas o disimularlas en la ‘normalidad’ cotidiana. Todo un reto para no caer en topicazos. Y hablando de tópicos tengo que decir que el equipo del que estoy rodeado es espectacular, el elemento fundamental a la hora de crear nuestra madriguera de suricatos. ¿Y por qué los suricatos? Habrá que ir a ver la obra para entenderlos y conocerlos.

 

¿La obra es una crítica al concepto de ‘normalidad’?

No exactamente, la obra no está enfocada hacia una crítica, más bien a un cuestionamiento. Una crítica parece que implica una confrontación o una superioridad moral hacia lo que se está criticando. El objetivo de La perspectiva del suricato no pretende dar lecciones, no se enfoca desde ahí. Lo que sí se pretende es invitar a la reflexión sobre esa normalidad férrea, esa normalidad en forma de molde en el que todos debemos encajar sí o sí y que, en realidad, nadie parece encajar de manera natural. Es una invitación a preguntarnos, a nosotros mismos y al público, cómo nos afecta y cómo nos limita esa estructura férrea. Es decir, quién soy yo y a qué renuncio por encajar en ese concepto de normalidad.

 

Por lo que he podido ver es una obra profunda, con mucho ritmo y con mucho humor, ¿no?

Sí, así es, esos tres elementos están muy presentes en la obra. Hay momentos muy profundos, reflexivos y, en ocasiones bastante duros pero, como la vida misma, toda tragedia puede cruzar la línea con mucha facilidad hacia la comedia. Todo se entrelaza y , emocionalmente hablando, los personajes nos llevan y nos traen de aquí para allá a través de un ritmo muy ágil que, por otro lado, también nos deja momentos para respirar.

 

¿Cómo ha sido el proceso de creación de este trabajo? ¿Cuántos días soléis ensayar a la semana?, ¿Con cuánto tiempo habéis preparado el montaje?

Fueron cerca de cincuenta ensayos y pasamos por diferentes fases en el proceso. En la primera fase se buscaba hacer equipo y que este equipo trabajase en un lenguaje común para estar todos en el mismo código. La segunda fase se centró en la aproximación personal al tema de la obra. En este punto nos sentamos todos a compartir en qué momento de la vida habíamos percibido que no formábamos parte de esa normalidad, que nos habíamos sentido excluidos de ella por no ser lo suficientemente ‘normales’. Este trabajo sirvió para vincular un discurso a nuestro personaje y así generar una estructura dramatúrgica y una esencia muy auténtica para cada personaje. Después entramos en otra fase donde Pepe Galera y Rocío Bernal nos propusieron juegos e improvisaciones con una estructura general para el propio desarrollo de la historia. Y al final apareció el texto dramático y la historia, entonces comenzó el montaje puro y duro; dirección, puesta en escena y ensayos hasta el estreno.

 

Pepe Galera y Rocío Bernal, a los que has nombrado, son los directores de la obra, ¿Cómo os han guiado para prepararla?

Yo conocía algunos de sus montajes pero nunca había trabajado con ellos como directores. Me encanta cómo generan grupo, cómo nos han ido guiando desde nosotros mismos hasta el personaje. Rocío y Pepe hacen un equipo de dirección, a mi juicio, genial. Ellos trabajan siempre desde el actor y para el actor y van tejiendo el montaje poniendo el foco en todo momento para encontrar dónde, cómo y qué es lo que provoca que el equipo actoral brille más. Es una búsqueda de la autenticidad de los actores pero sin que el trabajo de composición tape esa humanidad. Me parece un trabajo muy difícil pero ellos consiguen encontrar ese equilibrio tan complicado. Creo que merece la pena arriesgar tanto como ellos lo hacen, con mucha fuerza de voluntad y sin complejos, porque el resultado es escénicamente muy potente.

 

A nivel personal, ¿Cómo te gusta prepararte los personajes que tienes que interpretar?

No tengo una única técnica, a veces encuentro al personaje a través de un gesto, una manía, una actitud… Quizá encontrando su manera de caminar o de mirar. Algunas veces a través de una serie de imágenes que me evoca la primera lectura del texto, en otras ocasiones tengo que analizar y volver a analizar el texto para encontrar algo que me conecte al personaje. A veces un ensayo cualquiera te revela, no se sabe por qué, lo que necesitabas para encarnarlo. A decir verdad, siempre he querido seguir una metodología de trabajo, de hecho la he seguido siempre, pero nunca he encontrado un personaje de la misma manera en la que encontré a otro. Supongo que porque cada personaje debe ser único.

 

¿Te parece interesante y necesaria una iniciativa como Festival Visibles?

Dadas mis circunstancias me parece importante dar visibilidad siempre a todo. Un ciego debe apostar por la erradicación de la invisibilidad de cualquier cosa (risas). También es cierto que estos festivales cumplen una función y que después se corre el riesgo de volver a guardar en el cajón la sensibilización hasta el año siguiente. Creo que en nuestro sector se debe intentar remar hacia la programación de proyectos de calidad al margen de si los actores son o no son discapacitados o si son o no son famosos. De lo contrario nuestra profesión estará limitada y condenada a versiones de Crepúsculo interpretadas por ‘influencers’, por decir algo (risas).

 

 

Aunque lo ideal sería que no hubiese que celebrar este tipo de festivales que quieren reivindicar derechos que todos deberíamos tener, independientemente de nuestra condición, ¿no?

Sí, por eso decía, si no se celebrasen querría decir que en los teatros se estaría programando según la calidad, independientemente de las cualidades o discapacidades de los artistas. Sé que es una utopía porque esto va mucho más allá del mundo de la discapacidad…

Con respecto a lo ideal… Creo que lo ideal siempre es algo abstracto que flota en la mente y que al ponerlo en la práctica en el mundo real se desguaza con facilidad. Festivales como Visibles es una prueba de ensayo y error para que ese ideal deje de ser algo intangible y se transforme en un hecho real y sólido, con sus aciertos y sus errores.

Y con respecto a lo que mencionas de los derechos que todos debemos tener… Es cierto que debemos tener todos los mismos derechos pero, en principio y sobre el papel, mis derechos son iguales a los tuyos, incluso puedo tener algún ‘privilegio’ social por mi discapacidad. Por esto pienso que el muro no lo encontramos en los derechos sino en el calado real de los prejuicios o la conciencia de la sociedad. Por ejemplo, si dirijo una obra teatral, interpreto un personaje o doy clases de teatro a todo tipo de personas, discapacitados o no, amateurs o profesionales, no se considera como un trabajo bien hecho, sino como un hito, una prueba sobrehumana superada increíblemente por un discapacitado. Es decir, no se confía realmente en las capacidades humanas cuando se carece de algún sentido como la vista o el oído. Yo no quiero que me echen piropos, quiero trabajar en lo que sé que soy muy capaz. Y esto no es soberbia, es saber y tener claro qué necesitamos, menos palabras y más acción real. Por ejemplo, la palabra inclusión empieza a producirme rechazo porque de repetir las palabras se quedan vacías y, sin darnos cuenta, nos vemos de nuevo siendo los raritos a los que se les trata con complacencia y pena. La integración real existe cuando las personas con las que hablo e interactúo se olvidan de que soy ciego. Ahí vuelvo a ser yo, a ser Javier Ruano. ¿Y cómo se logra esto? No puedo pretender que todo el mundo me conozca y tampoco se puede culpar a las personas por no haber tenido nunca contacto con ningún discapacitado. Si no tienes ese contacto no sabes si sentir pena o no por alguien sin visión, no sabes ni siquiera cómo darle la mano para saludarle. Por eso esta batalla la tenemos que dar los discapacitados en la calle, salir y relacionarnos, trabajar, viajar, interactuar en la cotidianeidad para que la discapacidad esté presente en la sociedad. Tenemos que educar a las personas de nuestro entorno y, de esta manera, será más fácil abrirle el camino a todos aquellos discapacitados que verdaderamente sí tienen problemas para la interactuación cotidiana. De lo contrario, si no estamos en la calle, si no tomamos esa iniciativa tendremos que esperar a ser incluidos y eso puede que no llegue nunca.

 

¿Crees que las Artes Escénicas son una poderosa herramienta de transformación social?, ¿Esa debe ser su labor?

Sí, creo que puede ser una gran herramienta de transformación social pero a radio corto. Es decir, no se puede competir con las redes sociales o los grandes medios de comunicación que son quienes a día de hoy monopolizan las transformaciones sociales. No obstante, el teatro tiene algo que no tienen las pantallas y es la fuerza de la presencia, el aquí y ahora. Lo que sucede está sucediendo a unos cuantos metros de ti y el impacto para el espectador es mucho mayor, sobre todo para los adolescentes. Podría ser que el teatro fuese un elemento de resistencia de salud mental en una sociedad con fuertes tendencias psicopáticas (risas) Por otro lado, no sé si la labor de las artes escénicas debería ser únicamente la de transformación social yo me pregunto, ¿qué transformación y hacia dónde? ¿Todos queremos la misma transformación? ¿Pensamos todos igual? ¿Realmente queremos pensar todos igual? ¿Desde cuándo no escuchamos al otro? Siento que la sociedad está totalmente inmóvil en sus dogmas y así, vengan de donde vengan sus postulados, lo que sea que se transforme siempre irá en contra de alguien, contra otra parte que es la mala ya que yo soy el bueno. Si consideramos que la diversidad es buena yo no acotaría límites para crear en las artes escénicas. Entiendo que una obra teatral superficial y vacía de filosofía o moral ética pueda enervar los ánimos en tiempos convulsos política y socialmente hablando pero yo no me siento con la capacidad de sentenciar a las Artes Escénicas para una única labor. Aunque debo decir que antes sí lo pensaba.

 

Y aunque no te guste la palabra, ¿crees que el mundo de las Artes Escénicas es inclusivo?

Para mí sí que lo ha sido. Aunque no tengo claro si me han incluido o he sido yo que me he empeñado en integrarme. Cuando algo me gusta soy muy cabezota.

 

Si cada ser humano es único y diferente, ¿por qué vivimos en una sociedad que no tolera nada bien la diversidad?

A mí también me da la sensación de que hay muy poca tolerancia, quizá bastante menos que hace unos pocos años. Pero esto ocurre en todos los sectores y a cualquier nivel, todo el mundo está adscrito a su marca, a su ideología, a su círculo cerrado donde uno es el bueno y todos los que no están con él son los malos. No sé si tendrán algo que ver las tertulias del corazón o las políticas, que son muy similares, pero lo cierto es que hemos dejado de hablar de verdad. Tengo la sensación de que los temas de conversación no son argumentados, son arrojados contra el otro para derribar y no para llegar a la verdad. La argumentación seria y profunda ha desaparecido porque incomoda, está fuera de lugar, de hecho ya no hay lugar para la tertulia. ¿Dónde están esas conversaciones apasionantes en las que nadie estaba de acuerdo pero en las que se llegaba a conclusiones muy interesantes? Estar de acuerdo en todo es ridículo. Ahora se desprestigia a cualquiera con el sello de la etiqueta. Vuelvo a lo mismo, ¿cómo vamos a ser tolerantes si ni siquiera nos miramos a mismos para hacer una evaluación honesta? ¿Cómo vamos a caminar hacia la tolerancia no tolerando al otro? A la tolerancia no se llega queriendo que todos piensen de ‘la manera correcta’ porque sería algo muy ‘normal’.

 

Eres profesor de teatro también. ¿Qué intentas transmitir a tus alumnos?

A parte de técnicas interpretativas, a mis alumnos intento humildemente transmitirles todo aquello de bueno que me ha dado el teatro. Me ha enseñado a pensar, a tomar seguridad en mí mismo, me ha dado una guía en la vida. Me ha enseñado a hablar con relativa coherencia ante los demás. También me ha dado cultura y conocimientos, una toma de contacto con actitudes y personalidades. El teatro también enseña honestidad y, paradójicamente y si se comprende bien, a alejarte de la vanidad y del halago para sujetar firmemente tus pies a la tierra. Bueno, esto y mucho más, «quién lo probó, lo sabe».

 

Ya hemos comprobado que no tienes ninguna limitación a la hora de actuar. A la hora de dar clase, ¿es la voz de tus alumnos la que te da las claves de cómo están poniendo en práctica tus enseñanzas?

Sí, es exactamente así. A través de la voz y de las direcciones que toma la propia voz se puede percibir el gesto facial y corporal, también sus tensiones, sus bloqueos o los miedos a los que se enfrenta el alumno. También me valgo del alto contraste en claroscuros para identificar la expresividad del alumno. En fin, hay que trabajar con lo que uno tiene.

 

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Javier Ruano

 

¿Están los docentes de las escuelas de teatro preparados para enseñar a cualquier tipo de persona o crees que hace falta más especialización?

No es algo que haya reflexionado mucho, la verdad. Supongo que es porque he tenido profesores con los que me he entendido bien. En principio no tengo claro que se necesite una especialización concreta porque cada discapacidad es un mundo totalmente diferente. En el caso de mi enfermedad, por ejemplo, podemos estar en clase dos personas con retinosis pigmentaria y, sin embargo, tener necesidades muy distintas porque la misma enfermedad se manifiesta de diferentes maneras. Quizá con más especialización se burocratizaría aún más de lo que está ya la enseñanza y se corre el riesgo de hacerla más rígida. Yo confío en el sentido común del docente, en su capacidad de adaptación por medio de la creatividad de sus planteamientos hacia las necesidades de ese alumno. Y, por la otra cara, que el alumno con discapacidad no espere a que se le adivinen las necesidades que pueda tener. La creatividad y la búsqueda de soluciones implican al docente, a los compañeros y, sobre todo, al alumno discapacitado.

Creo que es evidente que me parece muy peligrosa la sobreprotección de la discapacidad. Pongo un ejemplo: Si yo no veo algo, no lo encuentro y lo necesito no me quedará más remedio que preguntar dónde está. Si yo no lo puedo alcanzar le pediré a alguien que por favor me lo de. Pero, lo que no puedo hacer, es esperar quieto y sentado a que alguien se le ocurra que necesito ese objeto. Además, me enfadaré porque «deberían haber estado atentos a mí y, sin embargo, están ahí, a lo suyo». Esto es muy peligroso porque habla el subconsciente. Nadie que no tenga una discapacidad se puede imaginar lo fácil que es caer en la simpleza de que te ayuden a todo. Uno se acostumbra a lo fácil y también se puede convertir en un pequeño tirano. Que los demás lo hagan todo por ti nunca trae nada bueno. El docente es un guía pero no creo que deba convertirse en un especialista de la discapacidad porque, imagínate, ¿cuántas rarezas, discapacidades o diferencias no diagnosticadas hay entre los alumnos? Si empezamos a especializar por etiquetas nos vamos a encontrar una tarea imposible, por infinita y, además, dudo que tenga algún sentido (risas).

 

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