Vertebrando la identidad

 

Por Sergio Díaz

 

Ángela López, Juan Diego Calzada y Nazario Díaz componen el colectivo Vértebro, una de las compañías contemporáneas imprescindibles en el panorama nacional. Desde que se formara en 2007, genera propuestas caracterizadas por una particular mezcla de disciplinas, expandiendo el imaginario andaluz hasta su máxima potencia. A partir de 2013, y dentro de su proyecto ‘Díptico por la identidad’, Vértebro realiza una serie de piezas y acciones en torno a cuestiones identitarias, con el deseo de proponer un contexto de pensamiento y acción que visibilice conceptos permeables sobre género, fe, política o sexualidad.

 

Ángela López, Juan Diego Calzada y Nazario Díaz componen el colectivo Vértebro, una de las compañías contemporáneas imprescindibles. Desde que se formara en 2007, genera propuestas caracterizadas por una particular mezcla de disciplinas, expandiendo el imaginario andaluz hasta su máxima potencia. Son excesivos, provocadores, innovadores, procaces… pero tan necesarios. Durante tres días llevarán a Naves Matadero (dónde si no) todo su imaginario que en estos momentos están plasmando en lo que han llamado ‘Díptico por la identidad’, del cual ya hemos podido ver varios montajes antes por aquí como Madrugá (también en Naves Matadero en 2018) o Faena (Teatro Español en 2017). La parte I de este díptico es Dios tiene vagina (ojalá la tuviera de verdad). Vértebro, conocedores de las tradiciones más arraigadas de la sociedad andaluza -las que tienen que ver con el folclore y la religión-, en este montaje las desnudan, digieren y deconstruyen en escena para exponerlas, desde el amor y el pensamiento crítico, a una nueva mirada. Esta pieza plantea una suerte de retablo de la carne atravesado por diversos aspectos de lo que denominan identidad permeable, que «es la identidad que nunca termina de definirse, la que está en permanente construcción y evolución» tal y como la definen.

La parte II -y última- del Díptico por la identidad es Jura de bandera, que toma como punto de partida la Europa del siglo XIX, aquella donde aparecen los primeros nacionalismos y comienzan a instaurarse las políticas de normalización de los cuerpos. Es un montaje que tiene un componente más político y activista y que apela a esos trapos de colores que cuelgan de los mástiles de edificios oficiales, de muchas rotondas y de numerosos balcones particulares -cada vez más-. Es una explicación a lo Sheldon Cooper en Fun with flags, pero sin el fun, ya que estos emblemas de los que la gente se apropia, -y por tanto usa y manipula a su antojo-, son convencionalismos que únicamente deberían servir para identificar regiones territoriales creadas artificialmente por el ser humano, y no para señalar impunemente al extranjero, para dividir y para matar por ellas.