El Teatro de la Abadía nos presenta Descendimiento su apuesta más potente y personal de la temporada. Un espectáculo que reúne en un mismo espacio el arte de Carlos Marquerie, Ada Salas y Niño de Elche para evocar en el espectador un viaje hacia la escena.

 

Música y poesía para entender el dolor… y el amor

 

 

Por José Antonio Alba

Foto portada cortesía de Teatro La Abadía

 

La nueva dirección de La Abadía, capitaneada por Carlos Aladro, abre sus puertas a una nueva forma de sentir el teatro, dejando a un lado las convenciones habituales. Con este proyecto, el plato fuerte de su temporada, y quizá la propuesta que más marcadamente identifica la nueva personalidad de este espacio escénico, se ha querido crear una enorme coctelera de talentos que permita que los sentidos se apoderen del espectador, como cuando uno se planta frente a un cuadro, permitiendo que su historia nos evoque, nos sugiera, nos cale, sin una guía premeditada que lo acote.

Descendimiento tan solo es el fluir de las diferentes disciplinas, que nacen inspiradas por la obra de Rogier Van der Weyden, provocando el sorbo de poesía de Ada Salas, el sentir musical de Niño de Elche, la dramaturgia de Cecilia Molano o Carlos Marquerie, capitán y recuperado titiritero, el movimiento de Elena Córdoba, todo ello traducido en los cuerpos de actores y actrices, como el de Fernando Orazi.

Descendimiento se define a sí mismo como “Un sentido que no tiene nada que ver con la racionalidad, sino con ser: decirlo es hacerlo ser, eso es todo”. Y así queremos que nos atraviese.

 

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Parte del equipo que conforma Descendimiento. Niño de Elche (sentado), Lola Jiménez, Joaquín Sánchez Gil y Emilio Tomé de pie; y Clara Gallardo y Fernanda Orazi en el suelo.

ADA SALAS> > > Texto

Paul Celan, en su célebre “Discurso de Bremen”, en 1958, dijo: “El poema, en la medida en que es, en efecto, una forma de aparición del lenguaje y, por lo tanto de esencia dialógica, puede ser una botella arrojada al mar, abandonada a la esperanza –tantas veces frágil, por supuesto– de que cualquier día, en alguna parte, pueda ser recogida en una playa, en la playa del corazón tal vez. Los poemas, en ese sentido, están en camino: se dirigen a algo. ¿Hacia qué? Hacia algún lugar abierto que invocar, que ocupar, hacia un tú invocable […]”[1]

Estas palabras de Celan me dicen exactamente qué entiendo por comunicación o trasvase entre quien escribe y quien lee. O, más bien, teniendo en cuenta que quien escribe no importa en esta historia, hagámoslo desaparecer: entre lo escrito, el texto, el poema, y quien lo lee. Como lectora he sentido siempre que los poemas me llegaban como mensajes secretos lanzados desde alguna orilla lejana, encontrados y recogidos a los pies de mi vida para decirme algo que necesitaba saber, reconocer. Un azar sabio me ofrecía un hallazgo: el de una voz que, desde una isla náufraga, lanzó un mensaje con “esperanza”.

Algo de esa “esperanza”, la de que su “mensaje” pueda ser, algún día, acogido, escuchado –y de que cobre, entonces, sentido– mueve, creo, conscientemente o no, a todo creador. La misma necesidad imantada mueve al lector-paseante por la playa y al poeta que lanzó esa botella: el poema y el lector se buscan llevados por olas que los saben con una sed común; sedes que son agua la una para la otra.

Esa sed me llevó a Van der Weyden, y a su texto-poema-cuadro.

Alguna sed (¿algún azar?) no de distinta naturaleza debió de llevar a Carlos Marquerie a tropezar con la botella en la que estaban unos poemas atravesados de amor, de dolor, de vida, que al parecer yo había lanzado al mar en forma de un libro publicado en 2019 por la editorial Pre-Textos. La misma botella apareció a los pies de Niño de Elche, de todos y cada uno de los integrantes del equipo luminoso que va a “leer en voz alta, en cuerpo alto” ese texto-envío, Descendimiento, que ha encontrado en ellos y en La Abadía, puerto y regazo.

Como decía Celan, todo poema plantea un diálogo, es una interpelación. En ese sentido, todo poema es dramático. No puedo ni imaginar la dificultad que entraña poner “en teatro” un texto escrito “en poesía”. Pero algo me hace pensar (y sentir) que  Descendimiento nació con esa vocación, y que el trabajo de Carlos Marquerie, Niño de Elche, Elena Córdoba, Cecilia Molano, David Benito, Clara Gallardo, Lola Jiménez, Fernanda Orazzi, Joaquín Sánchez Gil, Emilio Tomé, Emilio Valtueña, Sarah Reis y Fernando Valero viene a darle todo su sentido; un sentido anónimo y, por lo tanto, plural, antiguo, atemporal, como el prodigioso espacio pictórico-dramático del cuadro de Van der Weyden. Algo me hace pensar que la botella que lancé ha tenido la fortuna de llegar “a la playa del corazón”.

Escucho esa maravillosa canción de The Police:

Just a castaway, an island lost at sea, oh

Another lonely day, with no one here but me, oh

More loneliness than any man could bear

Rescue me before I fall into despair, oh

I’ll send an S.O.S to the world

[…]I hope that someone gets my

Message in a bottle, yeah.”

Y donde digo azar, digo milagro, y digo gracias.

[1] Traducción: José Ángel Valente

 

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Carlos Marquerie en un momento de preparación de los elementos de ‘Descendimiento’.

CARLOS MARQUERIE > > > dirección artística

Comencé a trabajar con Francisco Peralta, escultor y marionetista o como a él le gustaba decir titiritero en 1974. En este 2020 me he vuelto a sentir titiritero. Mis orígenes estuvieron junto a los títeres, pero el paso de los años me fue apartando de ellos. Creo que el carácter visual del teatro que he practicado radica en el concepto que movió mis primeras prácticas, el títere como escultura y pintura en movimiento. Con Descendimiento he vuelto a pasar horas en el taller pensando la acción, al tiempo que mis manos iban dando forma a esos títeres que serán parte de la escena. Una concepción del títere abierta y plural que va desde la representación de la figura hasta la abstracción de los materiales en movimiento.

El poemario de Ada Salas se compone de dos partes, la primera es una serie de poemas, es decir piezas que se relacionan entre ellas, pero tiene en sí principio y fin. La segunda es un Oratorio con arias corales y coros. Niño de Elche ha preparado una música incidental para la primera parte y a compuesto un oratorio para la segunda. En la primera partimos de una estructura teatral, mientras en la segunda nos encontramos con una estructura musical. Ni que decir tiene que este Oratorio no mantiene una estructura convencional y nos encontramos con una pieza de absoluta contemporaneidad.

Estos poemas nos hablan del dolor, del descenso necesario para entender ese dolor. En el recorrido de esa caída aparece en los pliegues del camino el amor y el cuidado, resquicios esenciales para la lid con el pragmatismo, las soluciones inmediatas y la productividad que nos envuelve.

Siempre he creído que el teatro es un acto político en su esencia: reunir personas para compartir historias. En esta primavera de 2021, en medio de esta pandemia, creo que el hecho de juntarnos tiene todavía más sentido.

 

CECILIA MOLANO > > > dramaturgia

Asistí a un curso de poesía de Ada Salas hace algunos años. No recuerdo con precisión lo que buscaba entonces, pero sé que había un deseo de escritura y que, seguramente, la interlocución con Ada era la puerta a una escritura que no se sabe, pero se reconoce.

Una escritura como falta, porque -como dice Anna Maria Ortesse- “escribir, cuando no se juega, es solo eso: buscar lo que falta, en todas partes -llamando a todas las puertas- recolectando todas las voces de un evento que nos dejó, cuando no las voces, los silencios -escritos o impresos- en cada corteza de árbol, en cada piedra dura, cuando no en las resonantes, siempre iguales, narraciones del mar”.

Cuando grabamos la voz de Ada mientras leía el poema que da inicio al libro, un poema que, justamente, comienza con un “no”, entendí qué es lo que podía escribir yo sobre la pieza “Descendimiento”.

Ada dijo que cuando escribe, otras voces escriben a través de ella. La voz de un cuadro, por ejemplo. Altas y claras, estas voces dicen lo mismo desde siempre. Hablan de la belleza o del sufrimiento, de la posibilidad o el abandono, del encuentro o de la pérdida… Y son nuevas y las mismas cada vez, como el mar de Anna Maria Ortesse. Resuenan. Hablan, en definitiva, de la humanidad sagrada y profanada, de lo que fuimos, de lo que somos.

Si escribir es “buscar lo que falta”, en su puesta en escena “Descendimiento” es una búsqueda de lo que falta en la palabra, en las imágenes y en los cuerpos.

Un dodecágono dorado acoge en su centro una voz que queda sepultada. Esa voz, en su descenso y en su “sacrificio”, construye la única manera en que puede producirse la palabra poética. Desde el espacio de lo no-inteligible, desde el silencio. En ese ejercicio imposible de “ahogar” la voz, de meterla bien dentro para que resuene desde la profundidad, esa voz nos es dada.

Carlos Marquerie va componiendo la escena con la potencia, la atención y el respeto con los que un lector se acerca en silencio a un texto, buscando lo mismo que la persona que lo escribió, buscando lo que falta para poder, finalmente, encontrarse consigo mismo.

 

FERNANDA ORAZI > > > interpretación

Sabía que el lugar de la palabra sería el poema, y los poemas de Ada me habían conmovido mucho, por eso me parecía muy delicado el “trato” con esa palabra, la oralidad es una operación diferente, trae otras cosas y suele poner en el centro la voz de quien habla ¿Cómo se abordaría esa voz? Ahora que la voz empieza a aparecer, creo que Carlos Marqueríe ya la escuchaba, la había escuchado en algún sueño, por cómo fue guiando esa relación con el decir, sutilmente, con calma, como si supiera que solo hay que tocar la cuerda que la trae, que la invoca. Todo el trabajo con Carlos está teniendo esta naturaleza, las cosas aparecen ahí, en esa calma, caen suavemente en nosotros, y en los materiales, llegan serenamente a su destino.

Por otro lado, el trabajo con Elena Córdoba. Descubrir al cuerpo en una dimensión tan material como poética, un abordaje posible de lo imposible, unas tensiones bellísimas. La experiencia se va inscribiendo, en nosotros y en la escena, también en un plano muy físico y sensorial, abriendo sentidos posibles en muchas direcciones.

Luego, la voz de El Niño de Elche, que nos convoca desde un lugar que todos reconocemos pero que ninguno puede nombrar, una aparición a la vez misteriosa y material, estremecedora, de una voz humana.

Me conmueve, cada día, ver y sentir trabajar a mis compañeros, Lola Jiménez, Emilio Tomé, Clara Gallardo, Joaquín Sanchez Gil, que deben haber hecho algún trato con la belleza porque siempre llega en sus actos, de alguna forma.

Agradecida y con los ojos abiertos, así es como vivo este proceso.

 

ELENA CÓRDOBA > > > movimiento

No podría hablar de coreografía cuando pienso en Descendimiento, en esta obra no existe el movimiento como partitura. Sin embargo, podríamos decir que hemos trabajado para sensibilizar nuestros cuerpos y prepararlos para habitar esta obra. Nos hemos entrenado para sentir nuestros cuerpos como espacios que pesan y que, a través de este peso, entran en un constante diálogo con la tierra. El cuerpo en Descendimiento se prepara para el descenso, la caída o el abandono, pero también para la elevación y la ligereza. Hemos buscado que el cuerpo establezca una relación sensible con la gravedad y sus potencias.

También hemos imaginado el cuerpo derramado que aparece en los poemas de Ada Salas y en el cuadro de Van der Weiden. Un cuerpo desbordado, sin perfiles nítidos, que nos dice que ningún cuerpo cabe en sus bordes. En Descendimiento el cuerpo se prolonga entre telas, lágrimas o abrazos y encuentra sus límites en contacto con lo otro.

Hemos practicado la inclinación como postura y como estado natural de nuestros cuerpos, un estado mucho más natural que el de la sólida firmeza. A fuerza de compartir nuestras inclinaciones hemos encontrado una forma de equilibrio, un equilibrio frágil que nos sujeta (juntos y temblorosos) como las figuras de el cuadro.