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¿Cómo se siente el hombre del siglo XXI?

“Cuando me cogí a la barra de ballet vi el cielo y ya tuve claro que no iba a soltarme”

 

Si echamos un vistazo a la historia de la danza contemporánea en España, es inevitable encontrarnos con Sol Picó. La bailarina y coreógrafa creó su propia compañía en 1994 y, desde entonces, ha dirigido más de 30 producciones y realizado numerosas giras internacionales. Galardonada, entre otros, con el Premio Nacional de Danza 2016 y ocho Premios Max de las Artes Escénicas, representará el 16 y 17 de julio en el Teatro Español la obra estrenada en 2017, Dancing with frogs, una reflexión acerca de lo masculino.

 

Picó baila con sapos o con lumbersexuales, neo-macarras, metrosexuales y andróginos

 

Por Rubén Cabaleiro (Periodista y bailarín solista del Ballett am Rhein)

Fotos del espectáculo: Consuelo Bautista

 

¿Cómo has empezado a descubrir la danza y cuándo tuviste claro que querías dedicarte a este arte a pesar de que en España es muy difícil vivir de ello?

Yo vengo de una familia de un pueblo que se llama Alcoy, en Alicante, donde nadie tenía relación con la danza ni de lejos. Pero tengo un recuerdo muy presente de que de pequeña siempre quería bailar y moverme, y mi madre tuvo la brillante idea de llevarme a ballet. Cuando me cogí a la barra de ballet vi el cielo y dije: “de aquí no me suelto”. Así ha sido. Era impensable, inimaginable e incomprensible el dedicarte a la danza y que eso te diera un futuro. Mi padre estaba escandalizado de que yo tuviese ese pensamiento y, de hecho, siempre me chantajeaba un poco, en el buen sentido, diciéndome que tenía que estudiar una carrera y que si no, no me permitiría estar fuera de casa. Entonces estudié una titulación de 3 años, a la par que danza. Siempre me ha gustado mucho el movimiento, y la relación de éste con el arte produce una explosión maravillosa que es la danza.

 

Te describes como una persona muy física, ¿qué haces para seguir manteniéndote en forma?

Hago mucho. Hace unos 20 años que hago yoga, lo descubrí en Nueva York y me enamoré de esta práctica cuando aún nadie lo hacía aquí. Eso me ha dado una base para mi trabajo personal, de mi cuerpo, brutal. Además, llevo una dinámica diaria de entrenamiento. Hay días que estoy más horas, otros días menos, pero nunca falta el ‘training’, sobre todo porque estoy en el escenario todo el tiempo y me tengo que defender durante una hora. Todos sabemos que, tengas la edad que tengas, si no tienes un buen ‘training’ en tu cuerpo, no funciona; así que imagínate a los 50.

 

Con Dancing with frogs, ¿quieres tratar el tema de lo masculino de la misma forma que previamente has tratado la condición femenina en We Women?

Se trata diferente, ahora que ya lo he hecho y lo sé. We Women lo enfoqué mucho a mujeres de diversos continentes, sin embargo, aquí pensé que la pregunta la haría a bailarines hombres que estuvieran cercanos a mi casa, por así decirlo. Entonces, en ese sentido, es distinto. Además, los procesos también son muy diferentes dependiendo de quien los haga, y es muy distinto trabajar con hombres y con mujeres.

 

 

¿Esta creación te ha llevado a alguna conclusión sobre lo masculino?

Cuando te metes en algún proyecto te informas, buscas, lees,… y, a parte de eso, en el proceso de trabajo también ves muchas cosas, porque no hay nada más enriquecedor que conocer la opinión de los demás y saber cómo los demás viven tu pregunta. El interrogante fue: “¿cómo se siente el hombre del siglo XXI?”. Partiendo de las respuestas de ellos, yo diría que hemos avanzado poco y que necesitamos avanzar mucho más.

 

¿Cómo crees que ha influenciado e influencia el feminismo en el desarrollo del hombre?

Yo creo que va influenciando y calando lentamente. Cuando la mujer empieza a tomar su espacio e intenta tener sus derechos y su igualdad, el hombre no retrocede pero sí que mucha parte de la masculinidad empieza a escuchar y a darse cuenta. Pero es muy difícil darse cuenta. Yo tengo muchas conversaciones con amigos y, a veces, hay cosas que ellos casi no las pueden entender porque nunca les han pasado. Entonces entramos en un lugar muy interesante, puesto que tienen realmente que ponerse en tu piel para poder entender.

 

Sueles utilizar la mezcla de estilos, como es el caso de tu conocido flamenco en puntas, ¿cuáles confluyen en esta creación?

Vuelve a haber puntas y hay una imitación del ‘partner’ de clásico entre hombres. Aparecen pequeñas referencias traspasando al hombre algo que siempre ha hecho la mujer. También hay interpretación porque tengo un actor, Elías Torrecillas, que tiene todo un desarrollo actoral y un dúo acerca de la figura del padre, sobre qué relación tienes tú con tu padre. Así podemos decir que, a nivel de estilos, tenemos la punta, el neoclásico con el contemporáneo más acérrimo y también la música en directo y la palabra. Además, hay un trabajo de lograr que cada uno de los bailarines aparezca con su ‘manera de’, de cómo ataca mis materiales, porque a mí eso me parece muy importante.

 

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¿El músico y el tenor forman parte de la composición coreográfica?

Sí, ellos están totalmente inmersos en la composición coreográfica. Hay momentos, igual más poderosos dancísticamente hablando, que los atacan los bailarines pero, por ejemplo, hay un desarrollo coreógrafico sobre folklore irlandés y el músico lo hace a la perfección.

 

Has dirigido un sinfín de montajes, ¿sueles seguir siempre el mismo proceso creativo?

Bueno, el proceso se parece bastante, la verdad. Con el tiempo, como sin darte cuenta, vas teniendo tu propia fórmula para trabajar y lo que cambia son los intérpretes. Ellos son realmente los que le dan una dirección u otra, una forma u otra, transformando el curso constantemente.

 

Dentro de tus posibilidades, ¿prefieres ir cambiando de bailarines para cada producción?

Aquí es inviable tener una compañía estable, pero a lo largo de los 27 años que tiene la compañía hay bailarines que han participado en muchas de mis producciones. A mí me encanta crear equipo y creo que, un poco, la clave del éxito es el tener un buen equipo a tu lado y estar con gente que entiende tu trabajo y que tiene ganas de estar ahí. Por lo tanto, es verdad que hay bailarines con los que llevo años trabajando, y eso hace que los procesos sean más rápidos, pero siempre hay alguien nuevo, lo que es muy enriquecedor.

 

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A lo largo de tu carrera has dirigido más de 30 producciones entre las que podemos diferenciar creaciones de sala y de calle, ¿cuál es para ti la principal diferencia entre cada uno de estos escenarios a la hora de crear una pieza?

Son dos mundos diferentes. Para captar la atención en plena calle tienes que pensar y espabilarte mucho si quieres conseguir tener durante 50 minutos a una persona de pie viendo lo que haces. Requiere un esfuerzo muy importante para captar esa atención y un tema realmente poderoso en el sentido de cómo abordarlo. En las funciones de calle a mi también me gusta mucho invadir el espacio utilizando plataformas, excavadoras, sirenas,… grandes elementos y estructuras para que todo el mundo pueda disfrutar del espectáculo y que no sea algo que se queda a pie plano y que no lo puedes ver. La interacción con el público en estos montajes es maravillosa porque, de repente, se te cruza la señora que venía de la compra, o un perro. Eso no suele pasar ya en los grandes festivales pero yo llevo mucha carretera y me he encontrado de todo. Creo que con la calle aprendes mucho y eso te sirve luego para el escenario, que es otro territorio mucho más cómodo e íntimo. Para mi, en relación, es mucho más sencillo el teatro, sin olvidar lo complejísimo que es crear un espectáculo y hacerlo bien; pero a nivel de presencia, la calle exige mucho más.

 

La danza todavía es muy desconocida en nuestro país, ¿qué crees que se debería hacer para cambiar esto?

Nosotros, el mundo de las compañías, coreógrafos, etc. cada vez buscamos más otras alternativas de acercamiento con el público, aparte de los espectáculos. Yo, por ejemplo, tengo un espacio en Barcelona donde hacemos danza para el barrio y acercamos la danza a la ciudad. Luego, es obvio que las instituciones tienen que ayudar pero, sobre todo, los teatros, incorporando una programación de danza que sea coherente. Yo siempre lo digo, cuando hay amor al programar y cuando hay alguien en la institución que ama la danza, se nota que ésta camina y le acaba llegando a la gente. Me acuerdo que un martes en un pueblo muy pequeñito de Francia, cuando a mi no me conocía nadie, el teatro estaba a tope. Le pregunté al programador cómo era posible que hubiese tanto público y me respondió que él se encargaba de que la gente fuera a ver danza. Si tú realmente amas lo que estás programando y te interesa que la gente venga a tu teatro, tienes que generar un interés. A veces voy a algún sitio donde no me hacen ni una triste entrevista entonces, ¿cómo se va a enterar la ciudadanía, solamente por ver un cártel? Desde que yo he empezado ha evolucionado, pero sigue habiendo mucho trabajo por hacer.

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