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Estreno: 2018-12-04
Última función: 2018-12-15
Duración: 60 mins.

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    Sentado, un personaje sumido en tristes pensamientos, una mano apoya en la cara… Su cabeza se precipita hacia la tierra, ladeada, sin expresión.
    Zèbre es el término coloquial francés para ‘bicho raro’. Se califica así también a las personas dotadas de una alta capacidad emocional, sensitiva. Se asocia además a la incomprensión social que esto genera. Incomunicación emocional e intelectual que provoca en la ‘zebra’ un estado de melancolía permanente.

    El camino que conduce a Zèbre está asfaltado de numerosas referencias, punto de partida para la construcción de escenas, dramaturgia, luz, escenografía, sonido y, sobre todo, movimiento, danza. Un ejemplo: cuenta Aristófanes que al comienzo del mundo los hombres tenían cuatro brazos y cuatro pies y, orgullosos, se comparaban con los dioses. Por ello fueron separados en dos mitades y, desde entonces, tienen la esperanza de verse unidos de nuevo y hacerse uno a través del amor. Esto me recuerda a Alegoría del placer y del dolor, de Da Vinci, y a la unión de las dos figuras que aparecen en su dibujo que, según se cuenta, son el propio artista y su amante.

    Zèbre está inspirado en genios de la cultura y el pensamiento universal cuyas biografías y obras son para mí síntomas externos de la ‘patología’ que parece que es ‘ser diferente’: Leonardo, Durero, Borromini, Anibale Carraci, Rodin… Antepasados de nuestra zebra contemporánea. La propuesta es comunicarlo por medio del lenguaje de la danza.

    Zèbre es soledad común, es reivindicar lo diferente como la esencia desencadenante del acercamiento entre seres humanos diversos en una cultura que impone la homogeneidad del no criterio. Es provocar un abrazo a lo desconocido. Pero propone la experiencia de la no indiferencia, de la compasión ante el sufrimiento del otro, del amor por el otro. No por lo que le define, sino por lo que nos define. Es mirar el cielo echando de menos una estrella única, especial porque nunca ha sido vista. Y, en medio de eso, calma y generosidad, conocimiento, que en Zèbre es tinta negra bebida a pequeños sorbos. Esa es la melancolía de la pieza, deseo incurable de cielo y tierra, una necesidad profunda de llamada a la inspiración escurridiza, una búsqueda de consuelo y comunicación.

    Poner Zèbre en escena es desnudar públicamente un pensamiento privado. Es comunicar al resto de seres humanos lo que se es y cómo esta información llega al otro. El movimiento es el reto. La danza como lenguaje universal. Trabajando desde ella y para ella, reflexiono sobre el concepto de anamorfosis aplicado a la danza. Es decir, la proyección de la forma fuera de sí misma. La pieza plantea este concepto como un hermoso recurso para generar movimiento danzado.

    Zèbre es la última pieza de la directora, coreógrafa y bailarina Manuela Barrero. dlcAos es compañía residente de la Compañía Nacional de Danza 2018.

     

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