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‘Carsi’, una comedia para egos desmemoriados

«Nos falta tiempo para leer, reposar y dejar de mirarnos el ombligo»

 

La compañía Noviembre Teatro regresa a Madrid para presentarnos Carsi en el Teatro de La Abadía -del 10 al 28 de febrero-. Un espectáculo que toma como referencia el nombre de este celebrado actor de principios del siglo pasado para crear un montaje que se apoya en la comedia y la música para lanzar una mirada crítica, pero llena de amor, hacia el mundo del teatro.

Eduardo Vasco, responsable de la dirección y de la dramaturgia, nos desvela las claves sobre esta producción, además de darnos a conocer algo más sobre este personaje y aportar una mirada personal sobre la situación actual de la profesión.

 

El poder de la comedia y de la música para reírse de uno mismo

 

 

Por José Antonio Alba

 

¿Cómo es que Noviembre Teatro, siendo “del clásico”, como decís en la función, os habéis salido del camino para hacer Carsi?

Carsi va un poco de esta tendencia de que, si haces textos clásicos, ya eres “del clásico”. Parece que pasar por ahí te marca, es una cosa de la que me río mucho, pero me parece bien.

 

 

Supongo que al final siempre acabamos etiquetando y compartimentando todo.

En este caso está bien porque eso habla de la buena salud de los clásicos ahora mismo. Hemos pasado de una especie de ostracismo en los años 60 donde hacer clásico estaba casi hasta mal visto a que, ahora, parece que da pedigrí.

 

Eduardo, Noviembre Teatro lleva sobre los escenarios cerca de 25 años, ¿cómo definirías la personalidad de la compañía? ¿De qué manera habéis evolucionado en todos estos años?

Trabajamos con conceptos que no suelen estar muy de moda. No somos una compañía de creación, ni centrada en grandes innovaciones. Hacemos un teatro muy sencillo, muy de actor, vinculado a la música, a la dramaturgia y a la palabra. Hemos llevado un camino muy propio, esencial, con muy poco aparato alrededor y centrándonos en lo nuestro. Somos un equipo muy estable, algo que ya fomenté cuando estuve en la dirección de la CNTC. Trabajamos de una manera que lo que prima es la pandilla, el equipo, las personas. Esto de la continuidad o de la lealtad a los equipos es algo muy poco al uso, era probablemente lo que se fomentaba más en los 80 o en los principios de los 90; todo ese trabajo de elenco, de compañía, de grupo, está ahora un poco demodé. Ha cambiado la filosofía de trabajo, la expectativa profesional. Cuesta mucho encontrar gente que se vincule a un proyecto y renuncie a otras cosas; pero bueno, es un trabajo en el que nosotros creemos, nos ha ido bien confiando en nuestras maneras y la cuestión del disfrute que es fundamental, no tiene precio.

 

Dentro de esa gente que disfrutaba de su profesión estaba Miguel Ángel Alcántara, a quien dedicáis Carsi.

Sí, perder a Miguel Ángel fue para nosotros un acontecimiento bastante dramático. Además, en un momento en el que la compañía iba fenomenal, estábamos bastante estabilizados y perderle fue muy duro. La verdad es que nosotros hemos vivido todo de una manera muy lúdica desde el principio y él fomentaba mucho ese aspecto de vivir el mundo de compañía teatral de una manera muy disfrutona.

 

Le dedicáis un espectáculo muy acorde con su filosofía de compañía y de alegría.

Además, el hizo el diseño de producción de Carsi, dedicó mucho tiempo a hacerlo. En los últimos tiempos le poníamos las canciones y se partía de la risa. Reconocía todos los personajes. Le parecía muy divertido.

 

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Antonio de Cos y Elena Rayos en una escena de ‘Carsi’.

 

¿Por qué has querido utilizar el nombre de Carsi para esta propuesta?

Queríamos hacer un espectáculo sobre actores y anécdotas que nos habían pasado, empecé a mezclarlo con el pasado y, en esa dinámica, apareció un artículo sobre la despedida de Carsi de los escenarios; cuando se jubiló, cuando no podía subirse al escenario, se iba a diario a ver los ensayos de las compañías porque le resultaba imposible separarse del teatro. La función va un poco de eso, de lo complicado que es dejar algo como el teatro. Y la figura del actor anciano que siempre me ha obsesionado mucho. Yo tuve la suerte de poder empezar a dirigir con 23 años, coincidí con muchos actores mayores y, tener la experiencia de trabajar con una generación que ya se estaba yendo, fue una manera muy determinante de ver el teatro. Hay una cosa muy bonita, de solidaridad, que sabe muy poca gente, que se daba en el teatro de los años 20 o 30, y es que cuando los actores ya no podían con su alma, no podían hacer grandes papeles, siempre eran acogidos por compañías grandes en las que hacían los “barbas”, los episódicos de gran edad, era una forma de evitar que se fueran directamente a la calle. En ese momento no tenían otra forma de sobrevivir.

Carsi es un poco una amalgama de todo esto. Es verdad que al principio me puse muy transcendente, pero después lo orientamos más hacia la comedia, porque nos parecía mucho más desenfadado, enseguida le dimos un golpe de timón y fuimos a la comedia, creíamos que era una manera más sensata de tratar una historia tan delicada. Es una ensalada de anécdotas curiosas, pero todo está lleno de esa especie de alteración que tiene la gente de teatro que parece que vive y muere cada temporada. Conviene celebrarlo, pero también conviene tener claro que es así. Yo creo que el que no es consciente de que nace cada temporada, va a pasarlo muy mal en un mundo como el nuestro.

 

La obra es una mirada al mundo del teatro muy irreverente, rebelde, incluso ácida, y no se priva de pegar palos a toda la profesión, ya sea a través de la palabra como de la música.

Sí, eso es lo gracioso. Nosotros, en el mundo interno del teatro, de las compañías, de los encuentros entre profesionales, le damos palos a todo el mundo, y no tenía sentido ser blancos para retratar este mundo. Las canciones son parte del tono gamberro de la función, tienen que ver con esa parte crítica, ácida, gamberra e irrespetuosa que, a lo mejor, no se nos atribuye mucho a las generaciones más maduras; sin embargo, seguimos teniendo ganas de cambiar las cosas y de atizar. Es un poco autoparódico con todas estas cosas de la autoficción y del teatro con los micrófonos y de las músicas a toda leche y de la súper creación porque ahora estamos en la temporada de los súper creadores, no eres un director de escena, eres un director creador, en algún momento habrá que decir lo ridículo que es todo eso. Nosotros estamos un poco aquí para decir lo ridículos que somos nosotros y lo ridículos que es casi todo. ¿Realmente hay tantos genios en España? Yo creo que con que haya unos cuantos, vamos bien. Todo el mundo tiene que estampar su firma y ser un creador descomunal. Yo creo que nos falta un poco de tiempo para leer y reposar y dejar de mirarnos el ombligo.

No es una cuestión solo de repartir golpes, sino que hay cosas que deben cambiar, perspectivas que deben cambiarse.

 

¿En qué sentido?

A veces la vanidad no te deja ver la fragilidad del teatro. Mira lo que nos ha pasado ahora, parecía que íbamos todos en una tabla de surf y de repente nos han dado una bofetada y es que somos parte del mundo, no somos una cosa aparte. Eso está en Carsi, el cómo nos alejamos a veces de la realidad porque estamos en un oficio privilegiado.

 

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Escena de ‘Carsi’

 

¿Crees que hay demasiada ansia por destacar o innovar?

Yo creo que tiene que ver más con destacar que con innovar. El problema de innovar es que hay muy poca gente que innova, porque no hay tanta gente con cabezas tan extraordinarias, quizá en cada generación puede haber una o dos, el resto tenemos que asumir nuestro papel. Por otro lado, nuestro oficio es contar historias y si vas a contar una historia de Shakespeare o de Lope, a lo mejor conviene pensar que este señor por algo lleva 400 años ahí y tú acabas de llegar. Eso no quiere decir que no se puedan hacer cosas, se puede hacer de todo, pero creo que falta mucha lectura, mucho conocimiento, mucho amor por lo que se hace, hay muchos egos desbocados. No está mal pararse y reflexionar, Carsi también trata sobre esto, de cómo se nos olvida nuestra relación con el mundo, por un lado, y luego que somos parte de una cadena de la que no recordamos los eslabones anteriores nunca. Somos una profesión muy desmemoriada.

 

Eduardo, a tus espaldas tienes un buen número de versiones y dramaturgias, pero este es tu primer texto, ¿qué te ha llevado a escribirlo?

He escrito mucho siempre sobre cosas muy diversas, he hecho dramaturgias o he colaborado con Yolanda Pallín que es parte de la compañía. Pero, la verdad que no considero que sea un texto dramático, creo que es una especie de compilación casi de otras cosas, lo hemos hilado con una peripecia propia, había que darle una columna vertebral para poder trabajar, pero no me considero un autor, me considero un director que escribe.

 

En la presentación del espectáculo dijiste que Carsi se puede situar entre la rumba de Peret y Samuel Beckett o entre Viaje a ninguna parte y La matanza de Texas.

Es que esa es la historia de un actor, pasas de hacer Samuel Beckett a hacer Muñoz Seca, y puedes hacerlo perfectamente. Vives sumergido cada año en tres o cuatro mundos tan diversos como estos. ¡Eso es el teatro! Es lo maravilloso del mundo del teatro, a mí me encanta esa posibilidad de entrar y salir de universos tan completamente distintos.

 

Con la que estamos viviendo, ¿cómo ves el futuro del teatro?

Creo que levantar un telón es un milagro diario y en este contexto es una casi una fantasía. Espero, confío, que salgamos de esto de una manera renovada. Tengo la suerte de dar clases en la RESAD y veo tanta gente joven que ha salido hace poco, con tantas ganas y tantas cosas que contar, que tengo una gran fe en el teatro porque veo que hay mucha materia, mucha gente muy ilusionada, con mucha fuerza, y eso, a los que estamos de antes, nos sirve de acicate, ellos son realmente el futuro. El teatro son ellos más que nosotros ya.

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