Por Francesca Todeschini

 

Cada revolución comporta la deconstrucción de los valores dominantes y creación de unos nuevos que los sustituyen. Es un cambio radical en un sistema de creencias al que le sucede un cambio social. Pero una revolución también va de equivocarse, de perderse, de dudar, de avanzar a tientas en un camino sin referentes llevando el peso de una herencia cultural sobre los hombros que está siempre lista para intervenir en nuestro nombre. «No quiero hacerlo mal, pero lo único que sé es hacerlo mal» [Él].

 

La obra arranca en medio del diálogo entre Él y Ella, un hombre y una mujer, que de madrugada irrumpen en un dormitorio, con un pack de 6 cervezas en la mano. Seguros y carismáticos intercambian sentencias sobre cómo hay que arreglar el mundo, sobre si la Revolución Feminista será con derramamiento de sangre o no, sobre las repercusiones dentro de la estructura patriarcal y «creo que has leído poco sobre nuevas masculinidades». Pero sus posiciones teóricas no tardan en tambalearse a la hora de seducir y dejarse seducir. La compartida vulnerabilidad ante esta situación produce ternura y una delicada belleza que favorece el contacto, tras la confrontación dialéctica anterior. Alrededor y encima de la cama, Él y Ella generan un nuevo código: neutral, armónico, al unísono y suyo. Las palabras y sus gestos se funden en un baile. De dos, iguales, ya son uno.

 

Este feliz entendimiento será puesto a prueba en las sucesivas etapas en que se estructura la vida de la ya consolidada pareja: la convivencia y el cuidado del hogar, la crianza, la gestión económica, por decir algunas. «¿Te acuerdas de que, en la hoja de ruta, yo me encargaba del paisaje? ¿De que nunca habría nubes, porque no te gustan los cumulonimbos?» [Él]. La complicidad inicial ya no es un feliz recuerdo. Su encanto vacila y sabe a obsoleto: no supo evolucionar al ritmo de las nuevas circunstancias y mantener el cielo sereno, como había prometido. Los protagonistas se visten y la cama se queda como un objeto anónimo en el centro del cuarto. La variación vestido–desnudo–vestido marca el ritmo entre el encuentro y la separación de Él y Ella, igual que el lenguaje que utilizan. La palabra poética deja paso a la prosa cotidiana. Y ya no se entrelazan las frases de uno con el otro, sino que cada término necesita una constante y extenuante revisión del significado. Todo porque sus palabras ya no se adhieren a la misma realidad, al mismo proyecto de vida. Ese amor que se quería solidario y compañero, se retrae, se contrae, fracasa y se desvanece.

 

¿Es Cama una visión distópica del amor contemporáneo? En un primer momento podría parecerlo, pero el hecho mismo de llevar este tema a la representación escénica no sugiere darlo por perdido. Más bien trasmite una incitación a hacerlo mejor, intentando y fallando. Es atreverse a conocernos más allá de los mandatos de género en que hemos crecido y ser coherentes hasta la destrucción, o no. Es desobedecer y crear nuevos caminos, donde todavía no hay parámetros fijos. Una propuesta para bailar dentro de la inestabilidad típica de los tiempos de revolución y transición hacia una nueva forma de organizar los sexos. Y en el mientras, vamos construyendo un nuevo bagaje cultural, y el anterior ya se queda un paso más atrás.

 

Gracias a Pilar G. Almansa por escribir y dirigir este texto imprescindible y a María Morales y Carlos Troya, por hacerlo visible con su interpretación impecable.