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Blanca Doménech nos descubre ‘El mal de la piedra’

«El objetivo fundamental de la memoria histórica es el de presentar el pasado para que sea útil al presente y a los tiempos venideros»

 

Por Sergio Díaz

Foto portada: Michael DiVito

 

Al hilo de la representación de su texto, El mal de la piedra, que podremos ver en La Sala Mirador del 19 al 29 de septiembre, hemos hablado con esta dramaturga sobre una obra que trata de articular una mirada crítica sobre la parte oscura del pasado de España y cuya puesta en escena corre a cargo de la compañía argentina El vacío fértil.

El conocido actor y director Tony Lestingi dirige este texto sobre la memoria histórica y el olvido. Un combate dialéctico que tiene lugar en El Valle de los Caídos y que interpretan Romina Pinto e Ivan Steinhardt.

 

¿Cuándo empiezas a interesarte por el teatro?

Mi padre se dedica al teatro y, por lo tanto, este arte ha formado parte de mi vida siempre. Tengo una foto en la que ni siquiera había cumplido un año de edad y ya estoy viendo una obra de teatro que mi padre realizó con sus alumnos. Cuando era pequeña me fascinaba ver a los actores e incluso participé en un corto y en una obra de teatro. Recuerdo la sensación de plenitud que me aportaban estas experiencias.

 

¿Desde el primer momento tuviste claro que querías ser dramaturga o exploraste también otros caminos?

Estudié dramaturgia en la RESAD siendo muy joven. Mis compañeros eran mayores que yo y casi todos ya habían estudiado otras carreras y/o tenían una trayectoria dentro del teatro. Cuando me licencié, me sentía todavía muy insegura como para considerarme autora teatral. Y empecé a trabajar como guionista de televisión. Esta experiencia me aportó muchas herramientas, técnica y capacidad de tomar decisiones rápido.

 

¿La dirección está dentro de tus planes a corto-medio plazo?

No sé si a corto-medio plazo, pero es muy probable que en algún momento me lance.

 

¿Quiénes son tus referentes dentro de la dramaturgia?

Tengo muchísimos y muy diversos: Sófocles, Calderón de la Barca, Bertolt Brecht, Harold Pinter, Lorca, Buero Vallejo, Dürrenmatt, Tennessee Williams, David Mamet, Sarah Kane, Caryl Churchill, David Hare… Y muchos otros autores que, además, han sido mis maestros. Entre los que destaco a Juan Mayorga, Sanchis Sinisterra y Anne Bogart.

 

¿Qué tipo de teatro te interesa?

Estoy muy abierta a vivir experiencias diferentes y puedo disfrutar mucho de una buena obra comercial como de una más extraña o experimental. Me interesa el teatro que me lleva de viaje a otra forma de pensamiento. Como una meditación, me hace parar la maquinaria mental e incluso puede llegar a transformarla. Me interesa también el teatro político y social, más concreto, más provocativo. El teatro científico, que plantea problemas éticos y existenciales. Las creaciones multiculturales y musicales.

 

Hablando de El mal de la piedra, que se va a representar en unos días en Madrid ¿Cómo se te ocurre la idea de abordar un texto como éste?

No fue algo premeditado. Todo comenzó cuando un domingo fui a comer con mi madre a El Escorial y se nos ocurrió visitar el Valle de los Caídos. Al entrar en la basílica empecé a sentirme afectada físicamente, me dolía el estómago. Y sentí violencia al ver a un grupo de jóvenes neo-nazis. En realidad, tuve sentimientos encontrados porque el paisaje es realmente bello también. Así que empecé a investigar. No porque quisiera escribir sobre ello, sino porque la visita me había calado hondo. Estuve investigando más de un año y repentinamente empecé a tomar notas sobre una obra de teatro. Me daba un poco de pánico escribirla y me sentía un poco incapaz de abordar este tema. Pero ya tenía experiencia en el teatro político, pues había participado en Theater Uncut con Punto Muerto y por aquella época estaba muy involucrada en proyectos sociales del Nuevo Teatro Fronterizo. Así que me lancé.

 

Blanca Doménech nos descubre 'El mal de la piedra' en Madrid
Romina Pinto e Ivan Steinhardt

 

El texto no trata de dar una visión partidista del conflicto, si no de hablar de él desde todos los puntos de vista, ¿no?

Más que hablar del conflicto desde todos los puntos de vista, mi intención fue la de abrir un amplio abanico de interrogantes. Convocar al debate. Se trata de un conflicto muy complejo y creo que todas las partes, sea cual sea su ideología, están involucradas y tienen una responsabilidad.

 

El texto está articulado para dos personajes, una restauradora y un guarda de seguridad que están condenados a compartir espacio durante un tiempo. ¿A la hora de escribir, sentías que con ellos dos podías ya dar todas las visiones sobre el tema?

Creo en la teoría de que para ser libre hay que acotar. A partir de un espacio muy concreto y con tan sólo dos personajes, puedes encontrar la forma de llevar muy lejos al espectador. No creo que la obra plantee todas las visiones posibles sobre el tema, pero sí me gustaría pensar que suscita las preguntas necesarias para vislumbrar una amplia perspectiva.

 

La relación entre ambos es bastante perturbadora, ¿no?

Es un gran desencuentro personal, sí. Van entrando en una espiral de la que es difícil salir. La política nos afecta emocionalmente y en nuestras relaciones personales.

 

La restauradora, Miranda, va evolucionando durante la obra y su pensamiento y sus ideas se resquebrajan por momentos. ¿Ella representa las contradicciones que alberga una gran parte de la sociedad?

Miranda atraviesa un proceso de toma de consciencia. Descubre la magnitud y la gravedad del conflicto en su propia piel. Su ideología y sus actos no se corresponden. Tiene que elegir y el dilema es muy doloroso para ella. Representa las contradicciones de esta sociedad, que le está forzando a traicionase a sí misma. Aunque al final creo que esa toma de consciencia es un paso adelante.

 

Y el guarda de seguridad es neutral, aparentemente, y muestra esa equidistancia que también tiene sobre este tema otra parte de la sociedad… ¿Es la equidistancia una de las patas que sostiene al sistema?

Me gusta que digas que es neutral “aparentemente” porque yo creo que Andrés también se resquebraja a su manera. No creo que sea tan neutral. Es un provocador, que utiliza esa equidistancia efectivamente para mantener las patas del sistema. Aunque también va descubriendo que su mundo está en peligro, que está podrido, que puede derrumbarse en cualquier momento. Y es quizá eso lo que le pone tan nervioso de Miranda; se niega a aceptar la verdad que ella transmite. Al final, también toma consciencia.

 

Sitúas la obra en El Valle de los Caídos, pero ¿quizás el texto podría habernos situado en otros lugares como Auschwitz, los Gulag de Stalin… lugares representativos de regímenes totalitarios que aún siguen en pie recordándonos todo el dolor que allí se infligió? ¿Es un símbolo de todas las dictaduras o tenías muy claro que querías situarlo aquí, cerca, para que tuviese más impacto para nuestra sociedad, para lo que se vivió aquí durante 40 años?

Cuando escribí esta obra en el año 2013, me sorprendía que prácticamente nadie conocía los datos que aporto sobre la situación del Valle. En los dos últimos años, esta realidad ha empezado a hacerse visible con el debate sobre la exhumación de Franco. Pero estamos a años luz en comparación con Auschwitz, que se ha convertido en un símbolo de la barbarie y es muy conocido en todo el mundo. Cuando presenté la obra en Columbia School of the Arts el pasado mes de junio, muy poca gente conocía esta realidad española. Y uno de mis principales objetivos fue el de dar información desconocida.

Por otra parte, El mal de la piedra está siendo mucho más valorada fuera que dentro de España. Me doy cuenta de que la distancia ayuda a la hora de tratar un tema tan doloroso. Esa distancia espacial y cultural sirve para mirar el conflicto directamente sin sentir tanta responsabilidad o culpa.

 

¿Qué nos puedes decir de la adaptación que ha hecho Tony Lestingi de tu texto?

No se ha hecho ninguna adaptación del texto más allá que la de cambiar algunas palabras y expresiones al habla argentina. Por ejemplo, en el texto los personajes se tratan de tú y en esta producción usan el vos. Esto puede resultar extraño en un primer momento, pero quizá también puede colaborar a crear esa distancia de la que hablaba anteriormente. El público puede sentir que está siendo testigo de una mirada externa sobre una problemática propia.

A nivel de dirección Tony Lestingi ha incluido un vídeo con imágenes al comienzo de la representación a modo de prólogo. E Iván Steinhardt escribió la letra de una canción que hace de banda sonora.

 

El mirar para otro lado, es una condición muy humana. Si no lo veo no existe. ¿El no querer remover las piedras que sepultan el pasado es simplemente por miedo, por egoísmo, por ideología?

Es un dilema. Pero creo que tiene más que ver con la falta de consciencia. Cuando hemos pasado por situaciones traumáticas, tendemos a minimizar el daño o la importancia que han tenido los hechos. Porque asumir la dureza de ellos puede suponer demasiado dolor.

 

Blanca Doménech nos descubre 'El mal de la piedra' en Madrid

 

En El mal de la piedra tratas un tema que está de plena actualidad. ¿Cómo estás viviendo este proceso, utilizado la mayor parte de las veces como baza electoral?

La obra es más conocida fuera que dentro de España. Y en el exterior no es usada como baza electoral. Está siendo muy gratificante contar esta historia y abrir el debate. Supongo que en España va a provocar más reacciones encontradas. Pero si se usa como baza electoral aquí, será algo que no tiene nada que ver ni con mi intención ni mi poética. La idea es que el espectador salga de la obra con ganas de conocer más, que inicie su propia investigación y que desarrolle un punto de vista propio.

 

La obra está escrita en tiempo presente, donde las nuevas generaciones estamos -están- heredando estas heridas de nuestros antepasados. ¿Cómo crees que un adolescente se enfrenta a un tema como este? ¿Crees que son capaces de entenderlo -y de implicarse- las chicas y chicos que hoy tienen entre 18-25 años?

Los jóvenes heredan el silencio y el no querer saber que se ha instaurado en sus familias y en su entorno. También el partidismo y el dolor de sus antepasados. Creo que es importante fomentar el desarrollo de un criterio personal que no esté basado en el enfrentamiento, sino en la comprensión de la complejidad. El objetivo fundamental de la memoria histórica es el de presentar el pasado para que sea útil al presente y a los tiempos venideros. Y por supuesto, también hay muchos jóvenes que se implican, que se informan y que serán parte activa de lo que está por venir.

 

¿Cómo de importante ha sido para este país La Ley de Memoria Histórica?

Se han dado pasos importantes. Fundamentalmente a la hora de hacer visible un tema oculto hasta hace muy poco tiempo. Pero seguimos enfrentados, incapaces de llegar a acuerdos. Así que queda mucho por hacer.

 

Tras investigar sobre el tema, ¿cómo crees tú que se puede curar esta profunda herida abierta en nuestra sociedad?

Si supiera la respuesta, seguramente no habría escrito esta obra. Pero vuelvo a repetir la palabra ‘consciencia’. El primer paso para tratar un problema traumático es el de hacerse consciente de él. Porque cuando realmente daña es cuando está oculto en el inconsciente y ni siquiera sabes de él. Entonces empiezas a trasladarlo a otras situaciones y tiene consecuencias en tu vida personal sin saber el por qué.

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