Por Javier de Pascual / @JavierdePascual

Foto de la exposición «Eugenio Ampudia. Sostener el infinito con la palma de la mano», que se puede ver actualmente en la Sala Alcalá, 31

 

 

Contemporáneo es hijo de su tiempo, producto de él. El teatro es contemporáneo, entonces, cuando dialoga de forma directa con la sociedad que vive en el presente.

Contemporánea, entonces, no es una obra de teatro que critique las redes sociales. Es una que las abrace y las entienda, que dialogue y critique desde la empatía y no desde el miedo. Es una que pretenda seducir al público joven, al habitante de una aldea global. Contemporáneo entonces tampoco es meter en tu título Tinder, Grinder, Instagramer, Influencer, ni YouTuber. Lo siento.

Contemporáneo no es desnudarse, jugar a ver quién es más sexual, atrevido, provocador.

Tampoco lo es entender el teatro como un armario (ni como una caja). Es algo que entienda la sexualidad como algo natural, como una herramienta narrativa. Si pretendemos hablar a golpes no estamos hablando.

Contemporáneo no es post-dramático, aunque nos encante. No hay más que echar un vistazo a las obras internacionales que se pasean por aquí para entender que el lenguaje que va más allá del teatro, que integra lo audiovisual y lo digital dentro de lo escénico, lo hace con la madurez de alguien que lleva casi 30 años casando dos artes que en realidad vienen del mismo sitio.

Tampoco a nivel estructural, en una época en la que los sub-géneros y las experiencias están generando una nueva definición de lo escénico (que también es vieja, lo sé).

Contemporáneo no es Hamlet en una cárcel, Macbeth en un prostíbulo, ni el enésimo Lorca dado la vuelta ni el Calderón de la Barca a ritmo de rap. Contemporáneo es mantener una tradición que no ha llegado a calar en la gente porque primero hay que convencerles de que hace falta mantenerla (gracias, Ron Lalá).

Contemporáneo no es el OFF, ni el ON, porque no existe ON ni OFF sino un tren que sigue viajando y al que todos nos queremos subir. Pensar que lo alternativo es equivalente a lo contemporáneo es como creer que tienes inteligencia emocional solo porque sabes que existe.

Y contemporáneos no son ni los festivales de los que cuya existencia solo conocemos nosotros, ni los circuitos cerrados de subvenciones, ni esos espectáculos que nacen y mueren en una semana y no se documentan ni se piensan para que pervivan porque solo nos vale con que lo vean los cuatro de siempre.

Yo no sé qué es ser contemporáneo, sinceramente, salvo ser uno mismo en la época que le toca. Y quizás no hace falta que todos queramos ser contemporáneos, y quizás solo hace falta dejar a los que lo son que realmente lo sean; porque el resto, con ocuparnos de existir, de contar historias, de transmitir y hacerlo bien, tenemos de sobra.