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Ana Vallés y la jodida lógica del teatro español

La compañía gallega Matarile Teatro llega a Madrid con tres montajes programados dentro del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Hablamos con su directora Ana Vallés sobre Los limones, la nieve y todo lo demás, DAIMON y la jodida lógica y Teatro invisible, tres formas de acercarse a una poética contemporánea única para una formación que, más de 30 años después, siguen siendo vanguardia.

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

Foto superior de David Ruiz, perteneciente al espectáculo Teatro Invisible

 

Hace dos años mantuvimos una entrevista con Ana Vallés con motivo de la presentación en Naves Matadero de otras dos piezas de Matarile: Antes de la metralla y Circo de pulgas. Fue una de esas entrevistas que te enseñan, te instruyen, te acarician el intelecto, te reconfortan la neurona y se te pegan al corazón. En aquella ocasión, nos despedíamos de Ana diciendo: «continuaremos hablando… después de la metralla». Pues la metralla nos ha alcanzado. Dos años después, algunas esperanzas se han roto y el mundo es un poco más sombrío por ciertos derroteros políticos, que enarbolan banderas y percuten sobre los tambores de la reconquista, según ellos…

 

¿Os ha alcanzado esa metralla o no, porque da la sensación de que Matarile está en su mejor momento desde la vuelta al ruedo en 2013?

Sí, sí, el cambio ha sido general, en toda España. Y se están empezando a cargar cosas. A nosotros se nos cayó el estreno de DAIMON y la jodida lógica en Zaragoza, íbamos a estrenar en septiembre en el festival Zaragoza a Escena y el equipo que asumió las responsabilidades culturales ahora se cargó el festival, entero, a un mes y pico de empezar el festival, con 28 compañías con un trabajo comprometido. ¿Y los trabajadores, qué tenemos que asumir nosotros? ¿Tenemos que asumir nosotros la catástrofe política? Pues parece que se da por sentado.

 

Sea como sea, vosotros estáis con una actividad constante, desde 2017 vais a montaje por año, más o menos, y creo que habéis conquistado definitivamente un lugar de prestigio, de maestría incluso, incontestable (se ríe Ana).

Desde que cerramos la compañía en 2010 y volvimos en 2013, hubo un cambio. Ahora también parece que con esto de las redes sociales estamos mucho más presentes, en 2010 no era así. Tampoco soy yo la que tiene que decir si hemos conquistado ciertos lugares o no, no tengo esa perspectiva.

 

Bueno, hablemos de estas tres obras que llegan a Madrid. En el caso de Los limones, la nieve y todo lo demás, si no me equivoco nace casi más de una idea de Mónica García.

Es una propuesta de Mónica, efectivamente, y a mí me hizo mucha ilusión, porque llevábamos trabajando muchos años juntas y ella es un puntal, una figura clave ahora mismo en Matarile. Me hizo mucha ilusión que me propusiera hacer algo solas, ella y yo, y le dije que sí, por supuesto, y que sería todo compartido. Con Mónica yo establezco una conexión física como no he establecido con nadie, nos hace falta hablar poco.

 

De hecho hay poco texto en este montaje.

Hay poco texto pero hay texto, no es ausencia de texto. Pero uno de los temas de Los limones, la nieve y todo lo demás es precisamente la no necesidad de la palabra para explicar las imágenes. En esta cultura nuestra en la que, aparentemente -y se dice continuamente-, vivimos una dictadura de la imagen, con el bombardeo de la imagen, la imagen siempre va acompañada de una palabra que te hace mirar la imagen de una determinada manera. Hay una sobreabundancia de explicaciones, de interpretaciones, también en el arte, y todo pasa por la palabra, cuando yo creo que en realidad la palabra limita, estrecha, condiciona, se fija en un significado, en una sola explicación, un solo punto de vista. La música, por ejemplo, no necesita la palabra para transmitirse, igual que la fotografía, la danza… ¿por qué en el teatro estamos todavía tan sujetos a esa necesidad de explicación? ¿Por qué esa tendencia? Yo lo relaciono con el auge de los intermediarios entre el espectador y la obra de arte, el auge de los comisarios, de los curadores, posibilitadores, facilitadores… todo esto se hace por medio de la palabra y es su visión, y yo como espectadora no la quiero, no quiero que me expliquen lo que voy a ver, que me metan después de lo que he visto en un coloquio obligatorio, no quiero, quiero quedarme con esa relación que he tenido con la obra, en todas las artes, en todos los campos, en todo.

 

Ana Vallés y la jodida lógica del teatro español en Madrid
Mónica García en ‘Los limones, la nieve y todo lo demás’. Foto: Edición Rusa

 

Lo que también ha caracterizado mucho a Matarile es la construcción de discurso a través del cuerpo. Mónica se mueve en el escenario de una manera conmovedora siempre. ¿Cómo construís, si es que lo hacéis conscientemente, ese discurso, ese relato desde el cuerpo?

No es exclusivo del cuerpo, porque las figuras, nuestros cuerpos, están fundidos con el paisaje, es uno. El paisaje es la otra pata de la propuesta, somos un dúo en escena, pero Baltasar Patiño es la tercera pata, el espacio y la luz, que yo le llamo muchas veces un espacio elocuente, porque en sí, el espacio que va creando Baltasar, sobre todo con la luz que se hace todo en tiempo real, nuestro cuerpos no serían lo mismo sin eso; a veces nosotras estamos perdidas en el paisaje, a veces el blanco del paisaje iguala los cuerpos. El discurso no se forma solo con el contacto.

 

A mí me encantan los títulos de vuestras obras. En este caso, ¿de dónde sale, a qué remiten los limones, la nieve y todo lo demás?

Aquí es culpa exclusivamente de Mónica García, porque esto me lo propuso cuando estábamos haciendo Antes de la metralla, en 2017. Ese año fue el año de La Montiel y el Circo de pulgas, y tuvimos que aplazar nuestro dúo, pero se hizo una residencia previa y para anunciar, para la información que nos pedían, le dije a Mónica: tenemos que ponerle un título a esto, previo a todo, previo incluso a nuestro primer encuentro, y entonces Mónica dijo: Ana tiene limones, yo estoy en la nieve, y todo lo demás. Así fue.

 

Qué grande. Otro título llamativo al menos es DAIMON y la jodida lógica, una especie de choque de trenes entre esta cosa irracional, inasible a lo que remite el mito del Daimon, y la lógica, la jodida lógica.

Yo no lo veo tanto como un choque de trenes. A veces pienso que hay temas que enlazan varios espectáculos, que a lo largo de los años voy pasando por determinados temas que se van tocando en unas obras u otras. Aquí por ejemplo vuelvo al lenguaje otra vez, a la palabra y al lenguaje. La lógica es la lógica del lenguaje, en la que estamos atrapados. Vuelvo otra vez a la preponderancia, al poder de la palabra por encima de todo, cuando en realidad el pacto del lenguaje, el pacto de la lógica del lenguaje, es solo para entendernos, para no matarnos unos a otros y punto, no nos hace conocer la realidad ni conocernos a nosotros mismos ni nada, simplemente es un pacto, un pacto con sus limitaciones, claro. Evidentemente, yo en DAIMON apuesto por lo sensitivo, por el ímpetu, por el impulso, por la intuición, por todo lo que a mí me parece que está vivo o nos hace vivir, esa necesidad que es inherente al hombre, irrenunciable, que es la atracción por el misterio, por lo desconocido, por lo que nos salva de la realidad.

 

¿No crees que estén enfrentadas esas categorías, pueden convivir?

No creo que esto sea propio, exclusivo, de nuestra cultura europea, pero vivimos queriendo tenerlo todo cuadriculado, ordenado, estructurado, como para sentirnos muy seguros, las cosas son así y esto está aquí, esto lo nombro de tal manera, etc. Pero al mismo tiempo eso nos estrangula de tal manera la cotidianidad, esa realidad pactada, que necesitamos continuamente buscar lo que hay detrás, lo desconocido, en todo, en la apariencia de las personas, en la apariencia de la realidad, en -llamémosle- la espiritualidad. El arte, por supuesto, sin el DAIMON, sin lo daimónico, no existiría, no existiría el impulso creativo, la intuición, nada de lo que nos hace vivir en realidad, nada de lo que nos mueve y no podemos explicar.

 

Ana Vallés y la jodida lógica del teatro español en Madrid
Nuria Sotelo en ‘DAIMON y la jodida lógica’. Foto: Rubén Vilanova

 

Vuestro teatro es muy daimónico en ese sentido, no tiene muchas reglas establecidas, que acoten el trabajo…

Sí, yo apuesto por lo daimónico, porque creo que en la vida sucede también. Una cosa es el contenido de las palabras y otra es la relación que se establece continuamente con todo, entre tu cuerpo y el mío, el contexto que nos rodea; lo que tú traes atrás y lo que yo traigo, para entendernos, no queda solo en la palabra, queda en muchas otras cosas. Escribimos la palabra, vale, sí. Pasa con la Historia, ¿qué es la Historia? La Historia es lo que se escribe, pero ¿eso es la Historia? Todo lo limitamos a lo que queda escrito, a la palabra.

 

Y la recepción del espectador también está muchas veces mediatizada por esas normas, por cómo debemos mirar, cómo debemos sentarnos, dónde, qué distancia establecer… cuando vosotros por ejemplo habéis establecido una relación con el espectador intentando que sea muy cercana y cada vez mezcláis más los espacios del que mira y el que hace.

Para mí no hay espectador pasivo, esté como esté situado, mire desde donde mire. Cada espectador se sitúa ante cualquier obra, no ya solo escénica, de una manera única, propia, personal, con sus prejuicios, con su cultura, con su edad a cuestas, con su cuerpo, con su incomodidad… con lo pactado también, con los protocolos pactados, evidentemente, vas a un museo y sabes que hay algo pactado, vas a un teatro y sabes que hay algo pactado. Esa es la jodida lógica también. También está en cómo te relacionas con una obra escrita, literaria. Todo tiene unos cánones de comunicación, hasta cuando entras en un restaurante. Pero a parte de eso, el espectador es absolutamente libre de relacionarse como él quiera, y sobre todo yo doy por sentado que el espectador es inteligente, porque si yo me supongo inteligente, por qué no lo va a ser el espectador. Por eso no me gustan mucho las palabras previas, porque condicionan. A mí lo que me parece más interesante es que se cree en ese momento ese vínculo, esa conexión. Está más allá de la comunicación, se da la conexión o no se da.

 

¿En el caso de los intérpretes, también hay espacio, dentro de una estructura, para que sucedan cosas imprevistas?

Siempre hay cosas imprevistas. A mí me gusta que sea así, aunque la estructura esté muy clara, muy definida, que lo está y mucho, porque el periodo de improvisaciones debe ser en el proceso, improvisación creativa, de dar espacio al error, al vértigo. Porque si no, no controlarías cuál es el discurso, que al no estar basado en una palabra, está basado en la energía, en la química de un cuerpo, en lo que se suma con el poso que deja una escena, con el tiempo que dejamos entre las escenas… ese es el discurso, y es muy frágil y por eso la estructura tiene que estar muy clara. Dentro de esa estructura muy clara, hay mucha libertad, y eso quiero mantenerlo, porque si no, no mantendríamos la frescura de lo vivido, del acontecimiento, del suceso.

 

Siempre hay cuerpos muy poderosos en tus obras, pienso no solo en Mónica García, de la que ya hemos hablado, también Nuria Sotelo, Celeste… parecen cuerpos difíciles de encorsetar.

Bueno, no te creas, esa sensación que tú tienes al verlas, esa sensación de máxima libertad, está trabajada también, está buscada, buscadísima, en lo que yo quiero, en lo que ellas me pueden aportar, y en el pacto común, en el conjunto, porque no somos individualidades… eso es muy bonito, pero difícil y muy frágil, es así continuamente en cada función.

 

En DAIMON hay 9 intérpretes en escena pero, por raro que parezca, tú no estás. Eso se compensa con Teatro invisible, donde sólo estas tú. Esta pieza de 2014 sí es la manifestación total de vuestra vuelta tras el parón entre 2010 y 2013.

Sí, aunque antes en 2013 hicimos Staying Alive, y luego ya vino Teatro invisible, que en realidad ya venía un poco de atrás, porque en 2012 me invitaron a dar una charla en la ESAD de Vigo y como no me gustan las conferencias hice otra cosa, y de ahí surge todo.

 

Ana Vallés y la jodida lógica del teatro español en Madrid
Ana Vallés en ‘Teatro Invisible’. Foto: Nityma Macrini

 

¿Por qué invisible?

También era un tema que venía arrastrando desde hace años, porque ya en Animales artificiales yo tenía una escena que llamé Teatro invisible y yo me tiraba un discurso allí, con mi nariz de payasa, metiéndome, criticando esa situación en la que hay teatro que no se ve. El teatro visible era el que hacían los grandes dramaturgos, hombres casi todos, en este país, que son los que saben lo que es la dramaturgia y todas esas cosas importantes, y los demás… pues ahí, invisibles. Siempre decía que yo debería haber sido como uno de esos grandes hombres españoles que martirizan a las actrices, que están asentados en el poder… todo eso lo decía como riéndome del asunto, pero es evidente que en España durante muchos años hemos sido invisibles, y ahora también, porque dime ahora qué va a quedar en Madrid para hacer otro tipo de propuestas teatrales… Hubo un sueño que fue Naves Matadero, creíamos que iba a ser ejemplo para otros lugares de España, porque es tan necesario… te guste o no te guste ese señor que llevaba Matadero, este era el único espacio que teníamos en España dedicado a estas otras formas, porque dime 10 espacios en España donde puedan programar sí o sí a Matarile, porque su línea admite este tipo de trabajo.

 

Ni cinco…

No, como mucho entramos en programaciones de festivales, no tengo espacios que les pueda interesar coproducir… es invisible lo que hacemos.

 

Me hace mucha ilusión, hablando de esto, que vayáis a actuar con Teatro invisible en la sala Réplika, con la que en Godot tenemos un vínculo muy especial, y aspira a ser uno de estos espacios, pero claro, de momento juega en otra liga, no es una institución pública, trata de ganarse ese lugar. 

Nos encanta, cuando nos lo propusieron desde el Festival de Otoño, miramos fotos y nos encanta el espacio, se sale de lo que es una sala al uso, seduce y nos apetece mucho, nos hace mucha ilusión.

 

Hay una serie de nombres que te acompañan, que están presentes también en estas obras: Pasolini, Didi-Huberman, Kantor, Bolaño, Nietzsche, Zizek… toda esta gente vive contigo. 

Están, esto lo decimos tal cual en DAIMON, donde mis alter egos, Ricardo Santana y Celeste, dicen unos textos que podrían ser míos. Y Celeste se encarga de uno que se llama Pequeño homenaje y llega un momento que dice eso, están, están aquí con nosotros. Y esa es una característica también de esa vuelta de Matarile después de 2013, es hacer patente una serie de cosas que están ahí contigo, que nos acompañan, que son o fueron mis posos, mis referencias, y creo que es muy importante hacerlo, o yo tengo la necesidad de hacerlo.

 

No te voy a pedir que me hables de todos ellos, pero dime solo algo de alguien que para mí es fundamental también: Pasolini.

Pasolini está muy presente en Teatro Invisible, pero también en DAIMON en las cartas que les mandé a los actores por ejemplo, donde cito aquello que decía de «arrojar mi cuerpo a la lucha», eso es Pasolini, y para mí esa fue una de las consignas claves de DAIMON desde el principio, arrojarse, arrojar el cuerpo: eso es DAIMON.

 

 

«Digo algo similar a soy semilla. Lo repito, lo repito sin parar, para convencerme

Digo por ejemplo, soy directora. Lo repito

Soy actriz, lo repito

Puedo enseñar, puedo enseñar

Puedo escribir, sí, puedo, escribo

Sé limpiar, también sé limpiar

No me moriré de hambre

Soy una cucaracha y voy a buscarme la vida en la porquería que queda en las esquinas. 

Hay mucha porquería: da para vivir bien!

Me reúno con otras cucarachas y ponemos a parir al resto de los bichos

Cuando no corremos esperamos. Esperamos a que pase algo

Soy enorme. Me libro del cansancio y el miedo ya no me toca«

Fragmento de la Carta nº4 a los colaboradores de DAIMON y la jodida lógica. Marzo 2019

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