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Ana Contreras y la mística como expresión antisistema

La primera edición del Festival Místicas está siendo una oportunidad para derribar prejuicios, tejer redes, buscar el diálogo intercultural y, sobre todo, reflexionar sobre el lugar de las escritoras en el teatro contemporáneo, con la mística como eje vertebrador. Hablamos con su creadora y máxima instigadora, Ana Contreras, directora escénica, docente e investigadora.

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

¿Cómo se te ocurre crear un festival en torno a la mística?

Más allá de mi interés personal en el tema, el sentido de fondo de este festival, y de la propia mística, es tejer redes, y eso no se consigue concentrando una serie de actividades en un lugar, en un teatro por ejemplo, sino diseminando las propuestas por todo Madrid. Este es un festival de teatro, de artes escénicas sobre todo, y es un festival independiente. Hemos buscado tejer redes con mucha gente diversa y va mucho más allá de lo religioso, buscamos el diálogo intercultural e interreligioso, con el fin primordial de reflexionar sobre el lugar de las escritoras en el teatro contemporáneo y en el mundo de hoy y buscar nuevos caminos para la escena contemporánea. La mística es el eje, pero la mística no es la religión. De hecho, la mística ha sido perseguida por la religión, siempre fue subversiva, nunca entró en las estructuras oficiales de la Iglesia, se usó, se aceptó e incluso alguna vez se promovió, pero la mayoría de las veces se persiguió.

 

¿Es tu interés por las escritoras injustamente olvidadas por la Historia como llegas a la mística o es el interés por la mística lo que te lleva a determinadas escritoras?

Llego a la mística por el interés por el arte. El arte es una manifestación de nuestro ser espiritual, de la idea trascendente del ser humano y de la necesidad de trascendencia, de contemplar lo sagrado -o como lo queramos llamar. La mística tiene una gran parte artística, no es solo una manifestación religiosa. Me interesa mucho porque me interesan las prácticas místicas, porque son prácticas corporales, intelectuales, emocionales y espirituales. A partir de ahí, me interesa cómo influir en el mundo contemporáneo desde lo artístico. Tengo muy presente a Bonnie Marranca, una estudiosa del teatro indoamericana, feminista, autora del libro Ecologies of theater: ella habla de que, en este mundo tan materialista, con esta crisis en la que estamos atrapados, hay que pensar en una nueva ecología del teatro. En 1999 hablaba de cómo el arte del siglo XXI tenía que ser un arte en el que la ciencia y la espiritualidad se unieran y que se tenía que buscar nuevos lenguajes para tratar toda esa parte invisible, crear una nueva estética que tiene, creo yo, que contemplar todo aquello que hasta ahora hemos rechazado sistemáticamente. Para mí eso pasa también por recuperar a nuestras místicas, recuperarlas como escritoras, que yo no me meto en la ortodoxia o no de su fe y de su pensamiento, me interesan como dramaturgas y como escritoras. Y como directoras de escena, que también lo fueron algunas.

Yo empecé con todo esto a partir de Sor Juana de la Cruz, con la que me topé leyendo a Tirso de Molina, hace casi 20 años. Pensé en su momento montar la trilogía de Tirso, la Santa Juana, que es fascinante, pero pasaron los años y con el peso de mi trayectoria y mi pensamiento feminista más asentado, decidí recuperar a Sor Juana no como musa de Tirso, sino como autora. Hay que recuperar a las escritoras porque hay que reivindicar una genealogía feminista, porque estas mujeres han sido excluidas constantemente de toda la historia, de todas las disciplinas, por supuesto también del teatro. Es necesario difundir su aportación para saber que tenemos modelos y que lo que creemos nuevo quizás ya existió. Es recuperar otras formas de hacer, en lo social y en lo teatral, en lo artístico, otras metodologías que van asociadas al pensamiento femenino y feminista, y eso nos lo estamos perdiendo todos los seres humanos, no solo las mujeres, es una parte de los conocimientos comunes de nuestra sociedad que se ha cercenado, y eso nos limita en el conocimiento de nuestro mundo.

Es verdad que nos hemos perdido cosas por el rechazo a unos comportamientos concretos de la Iglesia católica española, un rechazo totalmente justificado, pero ese rechazo, respecto a las escritoras, ha significado una pérdida doble, porque estas mujeres han estado discriminadas primero como mujeres y luego como religiosas, porque muchas de ellas fueron perseguidas además por la propia Iglesia. Sor Juana de la Cruz no fue perseguida, pero sus escritos fueron fiscalizados, porque en su momento se difundieron mucho y se escribieron biografías de ella que tuvieron mucho recorrido y, claro, a la Iglesia no le interesaba airear que había mujeres párroco en la Edad Media, porque ella era párroco. Yo fui la primera que tuve que vencer mis propios prejuicios cuando empecé esta investigación sobre Sor Juana y me di cuenta de que las cosas no son solo según un tipo de experiencia asociada que yo hubiera podido tener. Los prejuicios estaban muy fundamentados, como los de tanta gente de nuestra generación que se educó en colegios de monjas o de curas…

 

Claro, sales totalmente a favor, como con el cerebro lavado, o totalmente en contra para el resto de tus días…

Yo he tenido que hacer mucho trabajo años después para superar y quitarme muchos prejuicios. Y ha sido, sigue siendo, muy interesante. Porque la historia de este país no se ha escrito todavía, porque es lo que pasa siempre con los nacionalismos, que se inventan la historia y son relatos muy parciales. Justamente los que más reivindican ahora nuestro patrimonio cultural, reivindican solo una parte, y yo creo que hay que incluir esta otra parte con naturalidad. Yo lo voy a hacer, honestamente, desde donde puedo, que es el teatro. Lo interesante de este festival es que está aglutinando posturas muy diferentes sobre el mundo, sobre lo religioso incluso, y sobre el arte. Lo mismo tenemos mística sufí que teatro clásico o artes vivas, y eso para mí es un modelo de convivencia. Creo en el teatro como laboratorio de investigación de lo que es el mundo, de construcción de lo social, no simplemente como espejo del mundo, sino como un lugar donde proyectar nuevas formas de vivir, y esto es algo que lo ha dicho mucha gente antes que yo, no es nada original.

 

Ana Contreras y la mística como expresión antisistema en Madrid
‘Muerte del apetito’. Foto de Ojodemosca

 

Entiendo que concibes el festival casi como una experiencia piloto de lo que podría llegar a ser la convivencia de distintas sensibilidades y formas de entender el mundo en un ámbito dado. ¿Cómo has conseguido reunir a toda la gente que aporta proyectos al festival, sea desde la presentación de espectáculos, impartiendo talleres o participando en el Congreso En torno a las Místicas (siglos XII-XXI): textualidad, teatralidad, espiritualidad?

Bueno, este año es el primero y ha sido relativamente fácil. No sabemos qué pasará más adelante. Ha sido fácil porque mi proyecto sobre Sor Juana estaba de alguna manera ligado al proyecto de I+D que lleva a cabo la Universidad Complutense a través del programa La transformación de la autoridad espiritual femenina en Castilla, que tiene un equipo internacional de investigadores y filólogos, que están editando los textos y las vidas de estas mujeres, de las santas vivas. Se está haciendo un catálogo de santas vivas que está en línea y se van editando sus textos con estudios críticos, sobre todo en torno a este fenómeno de las santas vivas de la Edad Media. Por otro lado, he ido coincidiendo con otros compañeros de la escena y compañías de artistas que estaban también trabajando sobre alguna de estas mujeres. Es el caso de Jesús Barranco o de Alberto García, que llevan muchos años y seguirán, porque son proyectos muy personales para todos nosotros. No son producciones que se construyen ensayando dos meses para buscar un rendimiento, un mes en cartel, unos bolos… son proyectos que mantenemos, sobre los que vamos investigando. Seguramente un psicólogo nos diría que proyectamos o que encontramos cosas nuestras en estas mujeres y en estas historias.

Así que, de manera orgánica, natural, fui conociendo gente, sin buscar nada, y tuve la idea… qué bonito sería -pensé- hacer un festival con todo esto, encontrarme a toda esta gente y que se encontraran entre ellos, académicos y artistas. En el grupo de investigación estamos trabajando desde la performatividad de la santidad, estudiando cómo se performativiza la santidad en la Edad Media con el fenómeno de las santas vivas, con herramientas teatrales, claro. Y los filólogos, que han llegado a esto a través de, por ejemplo, Judith Butler, no habían tenido contacto a través de lo corporal, de lo físico. Igualmente empecé a saber sobre místicos contemporáneos, me llegaban noticias de grupos de mujeres teólogas que desde el Vaticano están luchando por el derecho a decidir en temas como el aborto, decidir sobre el propio cuerpo, pidiendo el sacerdocio para las mujeres. Conocí el caso de José Antonio Vázquez, un fraile benedictino que, después de 16 años en clausura, empezó a hacer cosas con el zen y dijo que el monacato había que darlo a la sociedad. Lo expulsaron de su convento y ha creado una cosa que él llama el monacato laico en un lugar que ha llamado Cristianía, un lugar de encuentro para los cristianos de cualquier religión y procedencia. De pronto me empecé a encontrar en nuestros días rupturas y experiencias análogas a las de las místicas y los místicos de la Edad Media, monjas y frailes que están luchando por un encuentro entre religiones, que están llevando prácticas budistas a las misas… Creo que es interesante poder compartir estas visiones distintas de concebir las cosas y compartir lo que cada uno piensa sobre la mística, y qué nos puede aportar la mística hoy en día. Pensé que el marco ideal era un festival donde hubiera espacio y lugar para el aprendizaje también, por eso los talleres. Jesús Barranco, por ejemplo, me contó que estaba trabajando a partir de las vías de la mística aplicándolo al entrenamiento actoral, y yo misma he creado un método de creación artística a partir de una escalera mística que pongo en práctica en mis clases, y ya están saliendo espectáculos de mi alumnado de la RESAD a partir de ahí.

 

Perdona mi ignorancia: ¿qué es una escalera mística?

Yo lo llamo, a mi método, escalera mística de aprendizaje estético. El concepto de la escalera mística viene de una imagen de la Biblia, de la escalera de Jacob por la que los ángeles bajan a la Tierra. Los místicos hablaban de su experiencia espiritual como un camino, pero otros hablan de una escalera para ascender al cielo, para llegar a la unión con lo divino subiendo peldaños y despojándote de cosas que vas dejando atrás en cada paso; vas haciendo un aprendizaje interior y vas subiendo hasta la iluminación, que puede llegar o no, pero tú das tus pasos igualmente. Diferentes escritores y escritoras, desde el siglo III, han ido creando sus guías espirituales y hablando de sus experiencias siempre como pasos o peldaños. Las franciscanas, con las que yo he estado trabajando, hacen sus escaleras místicas en siete peldaños, pero las hay de 30, de 12… No es algo tan raro, ocurre en cualquier práctica o disciplina que se entienda como un camino, como pasa en Oriente con el Kendo o el Judo. Son caminos de perfección y, en nuestro caso, es autodisciplina en la estética.

En este sentido, me gustaría hablar de Begoña Grande, una artista y performer que ofrece su taller De lo mundano al misticismo dentro del festival. Sus trabajos están basados en su propio cuerpo y los límites corporales para crear sus performances. Tiene una pieza que se llama Volar sin alas, en que ella se hace un dibujo de piercing en la espalda y atraviesa alambres por toda la espalda y brazos y con los alambres estirados se coloca y se crean unas alas invisibles. Esa imagen, esa performance, yo siempre la consideré igual, idéntica, a las visiones que describen las santas, en concreto la que describe Sor Juana cuando dice cómo unos alambres le tienen sujeta a Cristo. Las estigmatizaciones se pintan así, como unos rayos, unos alambres que unen al santo o la santa con Cristo en el aire. Y luego, muchas de las experiencias que Begoña cuenta son idénticas a las suspensiones corporales de las santas. Nos parecía muy interesante tener esta idea de la trascendencia que tiene Begoña, que no viene de ninguna religión sino de la práctica artística.

 

Ana Contreras y la mística como expresión antisistema en Madrid
‘Modo de visitar conventos’

 

¿Dónde está la mística hoy en día, más allá de lo religioso? 

La mística es la búsqueda de una unión con lo divino, una búsqueda interior. Lo divino, como dice Santa Teresa, no está fuera, no hay que ir a ningún sitio, está dentro, es una indagación interior para llegar a lo que cada cual entienda por divino, y ver cómo te relacionas con la obra de lo divino, que son los demás también. Hay muchas maneras de entenderlo hoy y hay mucha gente que se ha parado, por eso existe todo este interés, lo estamos viendo haciendo nuestra trabajo sobre Sor Juana, vienen muchos hombres y mujeres que están en una búsqueda espiritual, muchos siguiendo filosofías orientales o la meditación, esta idea del silencio, que ya existía en nuestra cultura mucho antes, no estoy haciendo una reivindicación nacionalista de nada, simplemente es importante conectar con nuestros antepasados del lugar donde estamos, de aquí. Yo es que la veo en muchos lugares la mística hoy, en muchas búsquedas de los propios performers.

 

Con vuestro proyecto en torno a Sor Juana entráis en contacto con ámbitos conventuales, con la vida de las monjas. ¿En qué medida conviven estos ámbitos con lo teatral, que les lleva, quizás, un cierto aura profano?

El teatro viene del rito, lo sabemos perfectamente, lo ritual está en el teatro queramos o no, incluso en el más comercial, siempre es una reunión alrededor de una celebración que nos convoca, que es lo que hace el rito. Luego habrá más o menos conciencia de búsqueda. Las actrices con las que trabajo tiene cada cual su manera de ver el mundo y su relación con la espiritualidad a través de diversas prácticas, pero apenas existe relación con la Iglesia católica. Son -somos- todas feministas, eso sí, lo estamos haciendo mucho desde el feminismo, rompiendo también los prejuicios que hay dentro del propio feminismo hacia las mujeres religiosas, porque la Iglesia católica no siempre ha ido contra las mujeres, no siempre y no en todo lugar. Aquí en España, en la época franquista sí, desde luego, y eso es lo que hemos experimentado, pero no siempre ha sido así y creo que es interesante recuperar esa historia, esos matices. Pero claro, luego al hacer este trabajo vamos descubriendo como de repente entramos en contacto con mucha gente que se encuentra con cosas que no conocía de sí misma, también es una manera de reconciliarte y de comprender tu pasado. En el rechazo y en el trauma es muy jodido vivir, si consigues aceptar un poco lo que tiene de interesante sin dejar de criticar lo que te ha jodido, creo que es bastante sanador. Claro que hay prejuicios en el feminismo contra la Iglesia y en la Iglesia contra el feminismo, yo creo que haciendo este trabajo, sin pararnos a hablar, simplemente haciendo, cada quien va descubriendo su lugar en el proyecto y en el mundo y también aceptando otros lugares, o entendiéndolos de otras maneras.

 

¿Siempre hacéis la pieza -que, por cierto, se llama Como alambre muy delgado– en contextos religiosos?

No, para nada, pero sí me ha interesado entrar en contacto con estos contextos, ya que estábamos haciendo una investigación sobre Sor Juana de la Cruz y ella fue beata primero. Eran mujeres que se iban a vivir juntas a beaterios independientemente de toda autoridad masculina. Luego en el momento de finales del 400 y principios del 500, aparece Cisneros, el luteranismo, todo ese momento de crisis en la Iglesia tal y como se conocía y las mujeres son enclaustradas o perseguidas y quemadas en la hoguera, y Juana hace ese cambio de beata a monja en convento. ¿Por qué lo hizo? ¿Porque realmente estaba de acuerdo, por interés, para no ser perseguida? No lo sé, pero me interesa analizar ese momento histórico. Me interesaba profundizar en cuál era su fe y cómo entendía la fe en ese momento, porque es muy interesante ver cómo las mujeres entendían la fe en el cristianismo ya en la Edad Media, porque ellas hacen teología y leen la biblia desde un lugar muy personal y siempre en femenino. Cristo es una figura femenina cuya pasión es igual al parto, ellas dicen que todas las personas somos mujeres porque todas parimos el alma al morir. Hablan mucho de la lactancia de Cristo, con las llagas, que para ellas son como vaginas, y a través de las llagas se puede llegar a lo trascendente… hay maneras de ver lo religioso que se entienden de una forma alegórica, no literal, y en femenino. Y eso ayuda a recuperar nuestro lugar en el mundo, porque cuando vives en un mundo donde tu cuerpo y tus experiencias como mujer no existen… mal, es vivir en un mundo muy extraño, hombres y mujeres, porque al final está también ese mandato de masculinidad según el cual los hombres tienen que negar algunas de sus experiencias, porque sencillamente no pueden ser.

 

¿Podría decirse que la vida conventual es un espacio en los márgenes del sistema, un espacio que no existe o al menos no interesa al capitalismo? ¿Qué podemos aprender de esa vida en los márgenes, de esa convivencia austera pero afectuosa?

Podemos aprender en concreto del franciscanismo, de los movimientos pauperistas de la Edad Media. En el siglo XII, que es cuando nace el capitalismo en Europa, empiezan movimientos de contestación y oposición a esa idea de q el dinero es muy importante, el comercio, unos son ricos y otros pobres, y mucha gente quiere vivir de otra manera, poniendo la ayuda en el centro. La vida contemplativa se opone fuertemente a la vida activa, lo que luego es la vida productiva y reproductiva. Hoy en nuestro mundo estamos por la vida activa, pero sin pensar en los costes ni personales ni ecológicos para el planeta. Y esto es muy interesante reivindicarlo para el mundo actual. San Francisco le dejó todo a su padre, se quitó la ropa y se echó a la calle sin nada. Era el principio del capitalismo y del anticapitalismo que él representaba. Las beatas franciscanas que seguían a San Francisco hacían también este viaje a la pobreza extrema y a la entrega a los demás, pero la Iglesia se opuso a que las mujeres no tuvieran bienes y vivieran así, y el Papa Urbano y otros lo que hicieron fue obligarlas a que tuvieran dote y luego las enclaustraron, crearon conventos de clarisas para mujeres nobles, que tuvieran dinero y entregaran una dote y así ya no tenían que salir a trabajar, porque las otras querían vivir de la limosna y de su trabajo. Esa vida en los márgenes es una vida antisistema totalmente, están dentro del sistema y de la reglamentación católica, pero en realidad son antisistema porque se van a vivir juntas unas cuantas mujeres que rechazan el matrimonio y viven pobremente de lo que consiguen con su trabajo, que la mayoría trabaja en algo, porque además cada convento tiene que ser autosuficiente, y de lo que les dan. Muchas veces se pasan toda la vida con el mismo hábito y se dedican a pensar, a cuidarse, a hablar entre ellas sobre cómo ven el mundo. Lo ven desde ahí, desde esa posición que se puede debatir o no, pero desde luego hay algo de esa marginalidad que se opone frontalmente al capitalismo de casino en el que vivimos los demás. Mucha gente se está planteando ya qué sentido tiene esto y el coste que supone mantener todo esto, yendo a toda prisa a todos lados, sin dormir, trabajando hasta la extenuación, eso sí, muy contentos porque todos hacemos cosas que nos encantan, y los que no trabajan se deprimen o se suicidan directamente. Mucha gente se quema, y las pastillas y los psicólogos existen porque, como decía Tarkovsky, hemos perdido nuestra conexión con lo espiritual, con los problemas espirituales del hombre, y eso es lo que nos está enfermando y matando finalmente. Tenemos que mirar y reconocer nuestra parte espiritual, que no es necesariamente religiosa. Porque no podemos hacerlo todo pensando en rentabilidad, hay que hacer lo que nos dicta el deseo interior y en ese sentido conectamos con lo mismo que conectan esas monjas, con la fe. El teatro es una cuestión de fe, creemos en algo que es invisible, y el público va y cree con nosotros en algo que no existe. Es lo mismo.

 

Ana Contreras y la mística como expresión antisistema en Madrid
‘Como alambre muy delgado’
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