El Teatro Marquina estrena Privacidad, comedia que juega con las nuevas tecnologías y las redes sociales para reflexionar sobre la exposición a la que nos sometemos, voluntaria o involuntariamente, al querer estar constantemente conectados.

Esteve Ferrer dirige esta divertida y espectacular propuesta protagonizada por Adrián Lastra, Canco Rodríguez, Rocío Calvo, Chema del Barco, Candela Serrat y Juanan Lumbreras, con producción de Letsgo en colaboración con la productora mexicana RetroLab Media.

 

De cookies y compradores de almas

 

 

Por José Antonio Alba

Foto portada: Nacho Arias

 

Todos estamos hiperconectados, nos encanta tener el mundo a un golpe de clic. Nos apasiona saber, conocer, mirar, disfrutar, curiosear, mostrar, aparentar, cuestionar, juzgar y todo ello tan solo recurriendo a nuestros teléfonos o tablets. Pero, ¿a qué precio? Porque tener acceso a tanto por nada no es una opción, incluso lo aparentemente gratuito es posible que conlleve un precio todavía más elevado. ¿Sabemos realmente qué estamos entregando?

La exposición en redes sociales, el realizar búsquedas en Google, comprar por internet o contar con Alexa en nuestras casas abre las puertas de nuestra vida privada a entes todopoderosos encarnados por gobiernos y grandes empresas que hacen uso de ello para generar en nosotros una serie de necesidades y pensamientos que creemos propios. Si somos tan conscientes, ¿qué nos lleva a entregamos a las consecuencias de este acuerdo mefistofélico? Ahí es donde entra en juego Privacidad, la experiencia teatral que actualmente podemos ver en el Teatro Marquina y que pone todos estos asuntos sobre la escena.

Este espectáculo que nace de la mente de James Graham y Josie Rourke, ya ha podido verse en los escenarios de Londres, Nueva York y México, para ahora aterrizar en Madrid de la mano de la hiperactiva productora Letsgo bajo la dirección de Esteve Ferrer. Una producción que pone en escena una propuesta que mezcla los elementos tecnológicos con lo artesanal del teatro, que surca la comedia para adentrarse en territorios verdaderamente sobrecogedores y que cuenta con la participación del público, a través de sus móviles, como elemento diferenciador. Una reflexión desde el más puro entretenimiento.

 

 

Sobre el escenario nos encontramos a Adrián Lastra, recogiendo el testigo de actores como Daniel Radcliffe o Diego Luna, interpretando a este escritor en plena crisis creativa y personal, que nos retrotrae a esos personajes neuróticos, y casi esperpénticos, encarnados por Woody Allen, que acaba engullido por la vorágine de la hiperconectividad, en un maremágnum de seres que habitan en su mente, interpretados por Canco Rodríguez, Chema del Barco, Rocío Calvo, Juanan Lumbreras y Candela Serrat, que van desde académicos e historiadores, hasta legisladores y CEO’s de varias empresas , embarcándole en un viaje de ritmo frenético que va de Madrid a Nueva York, jugando a traspasar dimensiones entre la ficción, lo virtual y el mismo instante presente que se vive en el patio de butacas.

El espectáculo posee una factura técnica apabullante, música, luces, videomapping, láseres que envuelven al público para involucrarlo en esta historia en la que se destapa, en clave de comedia, todo ese intrincado mundo de intereses y tecnología en el que nos hemos ido adentrando, a veces conscientemente y otras no tanto, y del que ahora es imposible salir. Una reflexión sobre cómo hemos pasado, a golpe de aceptación de cookies, a ser moneda de cambio entre proveedores y empresas; y donde se nos muestra cómo el mero hecho de pasar la aspiradora o salir a correr, nos convierte en un claro objetivo para la obtención de datos con los que comerciar y dirigir nuestras vidas, pasando de ser quien elige el producto en el supermercado a ocupar un lugar en los estantes. Vamos, un estupendo caldo de cultivo para alimentar a aquellos que gusten de entregarse a la conspiranoia.

Me lo pasé en grande entregándome al juego que se nos propone en la función, me reí a carcajadas aprendiendo a hacerme selfies y a desactivar el geolocalizador de mi teléfono. Pero confieso que cuando salí, me fui a casa tan sugestionado que esa misma noche me la pasé entre pesadillas tecnológicas, en una especie de delirio de aceptación y rechazo de cookies y de exposición no deseada. Nunca una película de terror me ha sobrecogido tanto como para quitarme el sueño, pero es que no hay nada que asuste más que sentir violada tu intimidad.

 

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